jueves, 16 de mayo de 2013

Providencia y apóstoles laicos


Continúa Mc. 5 [14-20]
                Cuando el Pueblo de Gadara (Gerasa) acudió al lugar de los hechos, lo primero que se encontraron fue al antes hombre-fiera, sentado, sereno, y vestido, y en su sano juicio. [No cabe duda que encierra su signo ese detalle del estar “vestido”, porque puede pensarse razonablemente de dónde había sacado los vestidos el hombre que había vivido tanto tiempo como salvaje en cuevas o incluso “cavernas sepulcrales”… Pero el “vestido” actual es un signo de normalidad civilizada, y el evangelista la dibuja con ese curioso detalle]. Así, en esa normalidad lo encuentran las gentes del pueblo, y lo natural hubiera sido que eso constituyera la fuerza mejor a favor de Jesús, que había logrado liberar al hombre y liberar al mismo pueblo de la amenaza que suponía aquel antigua endemoniado.  Sin embargo “los testigos” –los porquerizos- les relatan lo sucedido y el centro de atención va a centrarse en esa dirección, que es la que les toca al bolsillo, a su negocio (aunque fuera un negocio prohibido…, pero les daba dinero…).
                Y entre esos dos centros de atención que tienen delante –con los cerdos muertos sobre aquel mar tan inmediato- la reacción es la de rogarle a Jesús que se ausente de ellos.  Parece hasta respetuoso. Pero suena muy mucho a ladino. Aparentan una cosa pero muy bien pueden estar intentando evitar otra: ser denunciados por su negocio sucio. Por eso expulsan a Jesús, pero con guante blanco de un “ruego”… ¡Pero que se vaya!
                Y me está suscitando ahora mismo el recuerdo de las persecuciones actuales contra la Iglesia y la Religión católica en muchos sitios, donde no aparece nada violento pero van ahogando lentamente, mediante la “asfixia” (que no es llamativa).  Se puede consultar un Boletín oficial de una Comunidad autónoma, en la que los llamados –rimbombantemente- “agentes sociales” han recibido miles de millones de euros, a la par que se camufla la asfixia a la que están sometiendo a los Colegios privados (que generalmente lleva la Iglesia), retirándoles anualmente –“en nombre de la crisis”- una parte del concierto económico. Quiere decir que en unos años han expulsado –sin aspavientos- esa enseñanza privada.
                Aquel pueblo hizo eso. Jesús tuvo que volver grupas y dirigirse hacia la barca, con el amargor en el corazón. ¡La oportunidad que aquel pueblo desperdiciaba!  Habían llegado allí “casualmente” por causa de una tempestad que desvió el rumbo… Ha llegado Jesús haciendo el bien… Ha tenido que hacer frente al mal espíritu y la brutalidad de aquel hombre endemoniado.  Todo eso mostraba una providencia de Dios que se vale de lo más impensable para llevar su salvación…, hacer presente a SU SALVADOR. Y aquel pueblo ha desperdiciado la oportunidad. Esa tristeza la lleva Jesús. Y los apóstoles se contagian de ella y también guardan silencio respetuoso.
                Al embarcarse, el hombre aquel quiere que Jesús lo tome en su barca. Pero Jesús no lo deja. Porque Jesús piensa que ese hombre ha de ser ahora el testigo vivo y fehaciente de una realidad buena ante un pueblo pervertido por sus intereses espurios. Surge –por decirlo as-i- la figura del laico apóstol, al que Jesús le encarga una misión “de chaqueta”: que dé testimonio ante el pueblo de lo que el Señor hizo con él… Que sea como un reloj de repetición que hace patente algo mientras el pueblo vive al margen. Pero eso no le quita la obligación de quedar allí como lámpara en lugar oscuro…  Tiene una misión que ha de estar como alarma permanente. Porque Jesús no volverá por allí nunca más. Pero este laico será recordatorio del reino de Dios, que vence al diablo y derrota a “los cerdos” inmundos.
                Va Jesús silencioso. Ese silencio que ayuda al alma, porque dentro de la pena es algo que mitiga…, que ayuda a que tenga Dios espacio donde entrar y hablar. Y por tanto donde se sosiegan las tristezas y en donde renace la alegría del fondo, esa que nadie ni nada puede arrebatar.  Yo alabo a esos Doce que saben respetar el silencio del Maestro, comprenden su sentir, y prefieren navegar…  Lo que no quita que podrían albergar en sus mentes aquello de pedir fuego del cielo que abrase a los gadarenos.  Pero mirar a Jesús y verlo sereno, propio de hombre de oración, y comprender que Jesús va en otra onda, les hace bien a ellos y van aprendiendo sin que Jesús tenga que decir ninguna palabra.
                Y cuando al cabo de un rato el propio Jesús, con su espíritu sereno y “leyendo” la providencia de Dios en los acontecimientos, rompa ya el silencio, será mirando hacia adelante, porque Él sabe que nada ocurre por casualidad, y que detrás de los hechos de la vida, siempre hay una mano de Dios que está dirigiendo hacia el bien cualquier realidad.
                Ahora no hay tormentas, ni silban amenazantes los vientos, ni se levantan las olas.  Ahora la travesía es serena, y el mar limpio refleja también los sentimientos del Corazón de Jesucristo, y contagia a los mismos apóstoles, que también han recuperado su tranquilidad.
                Acaba esta narración evangélica diciéndonos que el hombre que quedó para ser luz en su pueblo, no se limitó a dar testimonio en su pueblo y se fue hacia otros pueblos de la Decápolis (aquella zona donde se asentaba Gadara, y publicó cuanto Jesús había hecho con él.  Y el nuevo apóstol sin nombre ni título, llegó a levantar entre las gentes una emoción interna por la que se maravillaban.  Ahí está la gran oportunidad del testimonio cristiano.

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