miércoles, 8 de mayo de 2013

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Mc 4, 21-25
                Curioso es si sabemos fijarnos en la continuidad que da Marcos a la parábola con lo que viene a continuación. Ha utilizado la conjunción copulativa: “y”, lo que expresa que no da por acabada la enseñanza que encierra esa parábola, sino que remarca su contenido con unas advertencias o acentuaciones posteriores: “Y le decía…”  Tal como lo expresa el texto en sí, estamos ante el mismo auditorio, en el mismo contexto. Y aunque esa idea la exponga San Mateo en otro lugar y situación (el sermón del Monte), lo más seguro es que en Jesús era una idea muy sentida y que, por tanto, repitió en muchas ocasiones.  Y es aquello de que la luz se enciende para iluminar: ¿Acaso se enciende una lámpara para ser colocada debajo del celemín o bajo la cama? ¿O para ponerla encima del candelero?
                Las preguntas así llevan ya la respuesta en sí mismas. Porque es evidente que a nadie se le ocurre encender una lámpara para esconderla. Lo que cae de su peso es que la lámpara se enciende para ponerla en el lugar más idóneo para que ilumine. Y todavía remarca Jesús una razón de lógica humana: Porque no hay nada escondido que no haya de salir a la luz… Quien tenga oídos para oír, que ESCUCHE.  (Nuevamente ese aldabonazo para despertar conciencias…, para que nunca sea que se oye…, y luego si te vi no me acuerdo).
                Se me ha ocurrido pensar, o bien en ese dicho de que se descubre a un embustero antes que a un cojo, o bien cómo se descubre pronto al “hipócrita”.  Pero, ¡ojo!, que esa palabra tiene dos formas muy distintas de entenderse.  Por supuesto, la habitual, la gramatical (por decirlo así), expresa al que aparenta y pretende aparecer mejor de lo que en realidad es…; el que pretende camuflar su defecto o su intención torcida, bajo capa de bien: lobos con piel de corderos.  O –como figuras que mejor nos representan al hipócrita (y fue Jesús quien lo dijo repetidamente)-, los fariseos. Muchas apariencias externas de personas religiosas, fieles, cumplidoras, y sin embargo –por dentro- llenos de gusanos.  Ahora bien: yo no me quedo en los fariseos y me quito el mochuelo de encima. Pienso que me es una ocasión de examen personal, porque ese instinto de conservación que llevo dentro, me inclina constantemente a la simulación, a la apariencia, a querer ser considerado “buena persona”.  Y eso me lleva a “mentir”, a engañarme…  Y si no lo hago intencionadamente, al final lo estoy haciendo “por instinto”.  Jesús advierte que acabará descubriéndose.
                Hay otro tipo de “hipócrita al revés”, que es la persona que no hace ruido, que no aparenta, que pasa por la vida como pajarita de las nieves, que ni mancha ni se deja manchar.  Es la persona callada que parece no sentir ni padecer ni sufrir…, pero en realidad es la persona de corazón limpio que no habla por no ofender. O la persona que sabe muy bien a quién trata y cómo ha de tratarlo. Porque no todos tienen estómago para comer pimientos fritos y hay que alimentarlos con potitos, natillas y purés.  El buen psicólogo es el que sabe aplicar a cada persona el medio que ayuda a esa persona…, o con el que puede “disimularle” la medicina amarga, la advertencia que pudiera molestarle.  Hay personas que parecerían impasibles ante las correcciones, y a ellas hay que ir muy de frente y con firmeza.  Otras a las que hay que tratar con gasas porque tienen la piel muy fina.  Y este “hipócrita” de segunda acepción, es el que sabe manejar las situaciones según encajen mejor. Se les podrá tildar de hipócritas, de poco sinceros…  La realidad es muy otra.
                Por Jesús advierte que nada queda oculto a la larga, porque al final todo ha de saberse.  Y para que esto no pase de largo, pone su toque de atención: El que tenga oídos para oír, que escuche.
                Y vuelve a dar en el mismo clavo. Mirad bien lo que oís: la medida que empleéis para con los demás, esa misma se empleará para con vosotros. Ya tiene su aguijón ese: “Mirad bien lo que oís”, porque está diciendo: no os hagáis los sordos…, no os pretendáis escapar por la tangente…  ¿Cuál es tu medida al hablar, al enjuiciar, al pensar, al actuar?  Ten la seguridad de que vas a encontrar lo mismo que siembras.  La misma medida. Porque el otro va a buscar el modo de salir indemne de esa situación.
                Es cierto –y me lo habéis oído muchas veces- lo sensato sería que ante dichos, juicios, “acusaciones”, “advertencias”, que nos hacen, tuviéramos la capacidad inteligente de empezar acogiendo y analizando. Si me advierten que llevo una mancha en el rostro, lo inteligente es echar mano al pañuelo y hacer por quitármela.  Si hubo tal mancha, ¡agradecido al que me avisó!  Si no la llevo y es que el otro tiene el ojo manchado o ha querido molestarme, ¡peor para él!  A mí ni me quita ni me pone. Pero no he sacudido la pulga antes de ver si la tengo.  Al final será ese “bromista” o acusador por vicio, quien quede mal ante muchos.
                Y Jesús completa sus “avisos” con una nueva sentencia de mucha envergadura: al que tiene se le dará; al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.  El que va por derecho, recoge el fruto de su rectitud. El que va por la vida como “conciencia” de todos los demás y “norma” de todo lo que “debe ser”, acaba perdiendo hasta lo que tiene de bueno.  Y es que la medida que usó es implacable, y se vuelve hacia él o contra él como un boomerang.
                ¿No serán todas estas cosas, nuevas explicaciones de Jesús para que sepamos a qué tierra buena se había referido?  ¿No habrá pretendido San Marcos que no se quede en “cuentecillo” la parábola.

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