domingo, 19 de mayo de 2013

La invasión del ESPÍRITU


PENTECOSTÉS
             Hoy celebramos los católicos el acontecimiento constituyente de la Iglesia. El Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, Espíritu de Dios, se ha derramado sobre los apóstoles reunidos en oración y ha sacado a flote a aquellos hombres que acompañaron a Jesús durante su vida y los transforma de miedosos en apóstoles valientes que se lanzan al mundo para comunicar el gran don que ellos han recibido.
             Hay en el Nuevo Testamento dos versiones diferentes de esa venida del Espíritu. San Juan, en su Evangelio, la sitúa en el propio día de la Resurrección. Jesús se aparece en la tarde noche de ese gran domingo de la Resurrección. Y en tal aparición –narrada por Juan- Jesús sopla sobre sus apóstoles y les dice: recibid el Espíritu Santo  Y ese Espíritu va a realizar en aquellos hombres toscos, miedosos, encerrados con puertas cerradas, una transformación substancial. Porque Jesús los envía ahora a ellos con los mismos poderes que Jesús tuvo recibidos de su Padre. Por tanto, Jesús, que subirá al Cielo, no deja a la tierra huérfana de su Presencia. Los enviados que Él lanza al mundo, llevan la fuerza y la intrepidez del propio Jesucristo. Y para hacerlo todo mucho más concreto y visible, Jesús es otorga a ellos un poder divino: el de perdonar pecados, y realizar esa misión de tal manera que a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les perdonan.
             La otra versión es la que nos da San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Sucede a los 50 días de la Resurrección, 10 días después de haber subido Jesús al Cielo. Cumple su promesa de que –al irse Él- les enviará al Espíritu Santo.  Y San Lucas lo expresa en forma pública y mucho más visible. Los apóstoles estaban –como de costumbre- en oración, junto a María. Un ruido muy fuerte, como de vendaval, hace temblar el lugar en que se encuentran. Ya ese “fenómeno” atrae espontáneamente hasta allí a muchos habitantes de Jerusalén, incluso extranjeros de diversos países y lenguas.
             Sobre los apóstoles aparecen unas lenguas, como llamaradas, que se posan sobre cada uno. La forma de “lenguas” ya expresa un lenguaje nuevo, una catolicidad, por cuanto que cuando Pedro se dirige a hablar a la muchedumbre que ha acudido a ver qué pasa, todos oyen en su propio idioma.  El lenguaje del espíritu es universal en diversidad y en expansión por todo el mundo.  Y son como llamaradas, porque ya había anunciado Jesús sus ansias de traer fuego a la tierra y su deseo de que arda. El Espíritu Santo iluminará los entendimientos, inflamará los corazones, doblegará las durezas y pondrá dulzura en las almas.  Ha nacido la Iglesia que, por su universalidad, hablará todos los idiomas de la tierra. Ha susurrado el Espíritu la Verdad completa que nos vaya llevando a conocer a Jesús.
             Y aún quedan otras formas de actuación del Espíritu Santo: lo que San Pablo llama carismas (o manifestaciones de la Gracia de Dios…, del Espíritu Santo).  Los habrá tan trascendentales como los de San Agustín, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Benito, Santa Teresa de Jesús o de la madre Teresa de Calcuta…, que traen a la Iglesia FAMILIAS religiosas que ejercen una gran influencia en la vida de la Iglesia, con formas muy diversas…, con carismas muy diversos.
             Y hay carismas diarios, que se dan en la gente de a pie (por decirlo así), con los que el Espíritu de Dios va abriendo caminos, marcando hitos en las vidas de cada persona. Cada pensamiento bueno, cada acción caritativa, cada silencio a tiempo y cada palabra que hay que saber decir, cada heroísmo y cada sacrificio de la vida diaria y en la convivencia diaria…, cada oración y cada buena obra…, cada una de esas maravillas que hace la mano derecha sin que se entere la izquierda…, serán carismas o gracias particulares del Espíritu Santo.  Hay una piedra de contraste para discernir si lo son o no: el verdadero carisma nunca es para beneficio personal, para “guardarlo en mi pañuelo”.  El CARISMA verdadero repercute siempre y se proyecta en bien de un colectivo determinado y, en definitiva, de la Iglesia.
             Si alguna vez han caído en la cuenta, en cada Plegaria Eucarística (que empieza en el Prefacio), siempre hay una invocación al Espíritu Santo. Y es ese espíritu Santo quien realiza la transformación maravillosa del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre.  Es el que convierte lo que podría ser un ritual en un compromiso de amor común, de obra común, por la que los que comulgan, van marcados para desenvolver el día en clima de amor, de PAZ de Cristo, y de común unión entre nosotros, que se vaya desarrollando en cada momento del día.
             Por eso Pentecostés hace siempre como de fuente de esperanza renovada y de línea divisoria entre quienes reciben al Espíritu (porque tuvieron su “bandeja preparada”, y quienes no lo reciben porque su envase era como cesto de mimbre que deja derramarse y perderse al AGUA VIVA que ha recibido y que debería conducirle a la vida eterna.  Es la llamada de hoy.  Y tendrá una my fácil y comprobable manifestación: qué hablamos, cómo lo hablamos…, que lenguas nuevas salen de nuestra boca y corazones.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad2:08 p. m.

    Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías.El origen de esta fiesta se remontaba a una antiquísima celebración en la que se daba gracias a Dios por las cosechas del año,a punto de ser recogidas.Despues se sumó a este día el recuerdo de la promulgación de la Ley dada por en el monte Sinaí.La cosecha material que los judíos celebraban con tanto gozo,se convirtió por designio divino en la NUEVA ALIANZA,en una fiesta de inmensa alegría:la venida del ESPÍRITU SANTO con todos sus dones y sus frutos.

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  2. Ana Ciudad2:20 p. m.

    Perdón,he omitido la palabra DIOS al referirme a la Ley dada a Moisés en el monte Sinaí.

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