sábado, 18 de mayo de 2013

CREE; NO MÁS


Mc. 5, 35-43
                La mujer de las hemorragias se fue feliz. A la otra parte, Jairo está sufriendo porque esta demora puede ser fatal para llegar a tiempo a una situación que ya se había dejado tan “en las últimas”.  Y el corazón le dio un vuelco fatal cuando vio venir hacia el grupo a unos criados o amigos suyos, y se puso en lo peor.  No se equivocaba: la noticia que le traían era que su hija había muerto… ¿Para qué molestar más al Maestro?
                Yo sé muy bien lo que ocurre en esos casos. Bien podía razonarse que no habiendo ido directos y rápidos hubieran llegado a tiempo. Pero ¿quién le quita de la cabeza a Jairo que si no hubiera sido por aquellas paradas, podrían haber llegado?  La razón dice que no, pero el “sistema más de dentro” parece querer defenderse con una “culpa” hacia “otros”. Jairo se derrumbó. Y Jesús, que estaba aún despidiendo a la mujer curada, entreoyó el recado y vio a Jairo... Y lo miró. Y le dijo en pocas palabras que no se había acabado todo. Tú cree. Nada más.  Y pido cogerle del brazo como quien hace fluir un canal de confianza… ¡Tú cree!; nada más…, salido de la boca de Jesús es toda una declaración.  Y así, en esa perplejidad, casi como zombi, caminó Jairo.
                La gente que escuchó algo y que se lo fueron trasmitiendo de unos a otros, aumentan su curiosidad…, caminan más aprisa… A Jairo se le vienen y se le van los pensamientos…: “si esto se hubiera hecho antes”… Pero al mismo tiempo, la centellita de esa palabra breve de Jesús: Tú cree; nada más.
                Y así llegaron a la casa. En la puerta, las plañideras de turno, que se ganaban la vida con sus grandes lloros y alaridos…  Y Jesús que llega y que con una de sus curiosas ironías sanas, les dice: La niña no ha muerto. Duerme. Las lloronas hasta se molestan por esa broma de tan mal gusto y se mofan de Jesús. Jesús deja en el zaguán a los 9 restantes y entra con los tres apóstoles que suelen acompañar en los momentos grandes: Pedro, Juan y Santiago. Y los padres de la niña. Conducen ellos a Jesús hasta el lecho mortuorio. Jesús se acerca a la niña yacente…
                Y la toma de la mano. (Jairo y la esposa está aferrándose el uno al otro en su tremendo dolor; los tres apóstoles miran con los ojos muy abiertos). Jesús deja pasar un caudal de vida desde su mano a la de la niña y le dice: Niña: te lo digo, levántate. Las manos de aquellos padres se aprietan y tienen la respiración cortada. No pueden ni reír ni llorar…  La niña se incorpora.  Jesús –sin soltarla- le ayuda a levantarse. Ella se va hacia sus padres y los abraza. Es un momento inenarrable. Ahora mismo niña y padres  están centrados en ellos: la niña habla; los padres gritan de alegría.  Jesús se limita a esa delicada advertencia de que le den de comer (¡llevaba mucho tiempo sin comer, por causa de su grave enfermedad!, y Jesús presenta siempre el detalle humano tan tierno y de estar pisando tierra), y aprovecha el momento y se retira silenciosamente y sale.
                Las plañideras están calladas. No saben lo que ha pasado pero sí han escuchado aquel revuelo dentro de casa, y que han oído hablar a la niña. No le dicen nada a Jesús.  Le preguntan a Juan o a Pedro o Santiago qué ha ocurrido…, y ellos –testigos de las mofas de antes- optan por encogerse de hombros… En el fondo era una manera de decirles que Jesús había llevado razón…
                Y Jesús emprendió el camino con sus Doce.
                Y ahora me pregunto: ¿salió Jairo corriendo tras de Jesús para agradecerle e incluso para invitarle a celebrar la alegría en una comida de familia?  A cualquiera de nosotros nos gustaría que el evangelista nos hubiera referido ese “después”.  Nos gustaría poder callar ahora a las mujeres aquellas, o quedarnos mirándolas con cierto aire de victoria.  Pero el evangelista no ha escrito para llenar curiosidades, y ahí nos deja a nosotros para acabar la escena.

                Pero, por si acaso, nos sirve, digo yo: ¡tantos penitentes llegan al confesionario con sus almas muertas!  Jesús tiene la grandeza de expresarles que sólo estaban dormidas…, y les hace pasar un caudal de vida eterna. Y muchos penitentes se retiran diciendo: ¡Qué tranquilo/a me voy!   Y cabe peguntarse si ya han resuelto su problema y ahí “se quedan tranquilos”, o si hay algo más serio para adelante…  Si saben agradecer a Jesús…, y no sólo por el “pasado” (que ha quedado a los pies del confesor), sino porque ahora hay que afrontar muy seriamente un nuevo momento.  ¿Corremos a buscar a Jesús…, y el remedio más eficaz…, evitar “esas” ocasiones en las que evidentemente habrá “muerte del alma”?  Porque ahí podríamos nosotros concluir este evangelio   Llegar hasta la alegría de la niña que se pone en pie es lo más normal. Pero darle de comer es un detalle en el que sólo ha caído en la cuenta Jesús. Y bien podríamos pensar qué alimentos damos al alma para que se fortalezca y no se debilite de nuevo.  ¡A ver si escribimos nosotros ese final del capítulo…!

1 comentario:

  1. Ana Ciudad2:28 p. m.

    Nuestra oración de hoy,víspera de la solemnidad de Pentecostés,es esperar la venida del ESPÍRITU SANTO muy unidos a Nuestra Madre,que implora con sus oraciones el don del Espíritu Santo,que en la Anunciación ya la había cubierto a ELLA con su sombra;ahora por medio de sus súplicas consiguió que el Espíritu del divino Redentor se comunicara con sus dones prodigiosos a la Iglesia recién nacida el día de Pentecostés.
    Para estar bien dispuestos a una mayor intimidad con el PARÁCLITO,para ser más dóciles a sus inspiraciones,el camino es NUESTRA SEÑORA;los Apóstoles lo entendieron así,por eso los vemos junto a María en el Cenáculo.

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