jueves, 9 de mayo de 2013

La fuerza de la SEMILLA


Mc4, 26-29
                No ha dejado Jesús el tema de la semilla. Pero ahora lo toma desde la fuerza de la misma semilla, aun con independencia del labrador que la echa en tierra, aunque no totalmente al margen de él. Dice Jesús, en esta nueva parábola, que llamamos de la semilla, que el reino de Dios es como cuando un hombre ha echado la semilla en la tierra, y él duerme y se levanta, de noche y de día; y la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo.
                La semilla, que es la Palabra de Dios, lleva en sí misma una fuerza dinámica que le es propia, y que crece y se desarrolla al margen del propio labrador.  Bien podría recordarse aquí aquel texto bíblico en la boca de Dios: la Palabra no vuelve nunca vacía a mí; porque como la nube llueve y empapa la tierra y luego se evapora para formar nueva nube que volverá a regar. O la ya repetida –y valiosísima afirmación- de la carta a los Hebreos: La Palabra es viva y eficaz, penetrante como cuchillo de doble filo, que entra la médula y tuétano de los huesos… La Palabra de Dios es palabra que no queda en sonido que se lleva el viento.  Cae y, de su propia naturaleza, fructifica. Por eso Jesús al contar esta pequeña parábola, explicita que el labrador echa la semilla y luego duerme y se levanta, de noche y de día…  Está sentado en el porche de su casa y espera.
                Una mañana se encuentra que en la tierra que sembró matea el verde de muchas plantas diminutas, sin que él sepa cómo.  ¿Qué ocurrió, cómo aquella semilla llevaba esta vida, como ha roto la tierra para aparecer, qué misterio oculto encerraba aquel grano…?  Todo eso son misterios que suceden al margen de él mismo.  A él le tocó sembrar, por supuesto, y si no hubiera sembrado, ahora no habría ese despuntar de la mata.
                Pero es que esa aparente hierbecilla empieza a crecer, y crea un tallo, y el tallo una espiga y la espiga se llena de grano…  ¡Sigue el hombre sin saber cómo!  Pero aquello está sucediendo ante sus ojos, y es una realidad. Para cuando llega el tiempo, a él le toca meter la hoz y recoger la cosecha.
                ¿Se piensa uno que ese labrador no ha hecho más que esperar a la sombra o tomando el sol?  Evidentemente no. Todo el proceso interior y misterioso de la semilla no puede él influirlo; no puede tirar de la mata para que crezca más rápido.  Pero sí le toca regar, remover la tierra escardando, limpiar las malas hierbas que también nacen…  Él tiene una labor de quitar obstáculos…, de favorecer la buena tierra, y de esa responsabilidad no puede abdicar. La cosecha final que recoja es esencialmente el dinamismo de la semilla, pero lleva una participación del propio labrador. HA CULTIVADO. Esa es la labor que a él le toca, aunque la semilla hubiera crecido igual. Otra cosa hubiera sido la cosecha final.  Y cuando el labrador siega y trilla y avienta y pesa y recoge en su granero…, todo eso es labor suya. Sería absurdo haber echado la semilla y luego no cultivarla y recogerla…
                Hay, pues, una insistencia de Jesús en el valor intrínseco de la Palabra…, en la gratuidad de la Gracia de Dios. Es Dios quien lleva la iniciativa, y sin Él no se podría hacer nada. Es Dios quien da el crecimiento. Es Dios. Es Dios quien dio el viento que hizo posible la germinación. Dios es el protagonista.  Pero Dios no ha querido hacerlo todo y dejarlo todo “acabado”. Ha tenido la gran delicadeza de que la persona tome parte activa en el proceso.., participe, actúe… O, como a mí me gusta expresarlo, ponga la bandeja para que Dios deposite su don.
                Sería, pues, absurdo el labrador que se atribuyera a sí la cosecha. Absurdo el sabio que cree poder prescindir de Dios porque él “ha descubierto” o “construido” alguna cosa. Absurdo “el bueno” que se cree bueno “por naturaleza” y casi ni se plantea su necesidad de duda, de cambio, de labor por delante.  Absurdo es todo eso porque –ya lo dice el libro de la sabiduría, está vacío el que ve lo creado y no se eleva al que creó. Tiene la mente vacía y el corazón seco quien viendo las obras no descubre al Artífice.
                Pero también sería absurdo el que –contando con que Dios hace- se cruzara de brazos y esperara a que Dios hiciera.  Y conste que esta figura no queda muy lejos de realidades, porque hay muchos que no ponen un remedio a sus fallos y acaban diciendo: “que Dios haga…”  No. San Agustín lo expresa con esa sabiduría suya: Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Porque el gran primer milagro de Dios es que estoy en la existencia. Pero esa existencia mía tengo que labrarla yo.  También San Ignacio de Loyola dice: Hay que hacer las cosas como si sólo dependieran de mí. Y luego estar convencido de que todo ello depende de Dios.
                Por tanto nos está poniendo ante esa doble realidad que, como tantas cosas del Evangelio, encierra una paradoja:  Dios es quien da el crecimiento, pero Apolo o Pablo tienen que sembrar…  Tenemos la confianza de que Dios siempre actúa y su Gracia no es en balde. Pero a cada uno nos  toca acogerla. Porque los regalos no se imponen, no se fuerzan.  El regalo se recibe y agradece.
                Es de mucha aplicación para los más principiantes en el ejercicio de la oración mental. Al que quiere llegar a orar de verdad le tocan muchos pequeños detalles: ponerse, perseverar cada día, destinar un tiempo, saberse disponer, tomarse el trabajo de leer la Palabra, pensar cuando hay que pensar y callar cuando debe callar…  Y en el momento que Dios quiere, la semilla produce la mata, y luego el tallo, la espiga, el grano… Y entonces es cuando ya se puede meter la hoz.

2 comentarios:

  1. Lo que Jesús quiere dejar patente es que no hay fuerza humana que pueda impedir la fuerza LA PALABRA. Es una parábola para la confianza. Para la seguridad. La “semilla crece sola”. La Palabra perdura. Dios permanece. La historia ha pretendido “matarlo” (en Jesús, en los mártires), encarcelarlo, mofarse de Él. Y hoy ha buscado un procedimiento mucho más sofisticado y diabólico: “ningunearlo”…, dejarlo desaparecer por consunción.
    Sin embargo la semilla vuelve a resurgir en el rincón más recóndito, en el ambiente más extraño. No tenemos las criaturas el poder de acabar con Dios. Del sepulcro, a donde pretendieron dejarlo para siempre aquellos sacerdotes, RESUCITÓ glorioso. Del intento de que su nombre no se pronunciara (que para eso se le buscó la muerte de cruz), los apóstoles “no pudieron callarse”…, ¡y ya han pasado 20 siglos de aquel intento! De la mafia que hoy pretende dejar a Dios en la cuneta del olvido, surgen nuevas comunidades florecientes de cristianos con una potencia profunda de su fe. ¡Y Dios sale siempre! “La semilla crece sola…, sin que el labrador sepa cómo”.
    Esta parábola me habla mucho de la gratuidad y la liberalidad de Dios. Que da cómo y cuando quiere. Un regalo permanente que no lo puedo exigir, pero que siempre está ahí para poderlo tomar. Que yo ocupo mi lugar, y que Dios lo invade todo, aunque siempre respetará mi libertad. Y dentro de ello, Dios sabe salir por las mínimas rendijas que se nos escapan, porque Él no se deja ganar. Y cada semilla, aun la aparentemente perdida, sigue teniendo la fuerza de volver a germinar en el lugar más inverosímil. Al final Dios tiene preparada su mies para que meta la hoz quien quiera, y acabe produciendo el fruto. Y así repetir el ciclo mientras el mundo sea mundo.

    ResponderEliminar
  2. Ana Ciudad12:18 p. m.

    ¡Cuántas veces habla Jesús en el Evangelio de semilla y de siembra!La misión apostólica unas veces es siembra y otras recolección de los que otros han sembrado;unos sembraron con su palabra otros con su dolor oculto o desde un trabajo escondido y sin brillo.En ambos casos ,el Señor quiere que se alegren juntamente el sembrador y el segador.
    Si los frutos tardan en llegar,no debemos olvidar que no veremos las espigas granadas de inmediato,otros las recolectarán.No pretendamos tampoco arrancar el fruto antes de que madure.No estropeemos la flor abriéndola con los dedos.La flor se abrirá y el fruto madurará en la estación y en la hora que sólo Dios sabe.
    Él sabe esperar días,semanas,meses y años antes de la conversión del pecador.Las almas necesitan un tiempo que nosotros no sabemos calcular.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!