martes, 7 de mayo de 2013

El que tenga oídos, que ESCUCHE


Mc 4, 9-12
             Más de una persona me ha hecho el comentario, sobre la marcha, de que ha sido dura la explanación que he ido haciendo de la parábola del sembrador. ¡Ni que decir tiene!  No pretendió Jesús hacer una predicación de dulzuras, aunque prefirió contar su enseñanza con parábolas, porque sabía muy bien que tenía delante un auditorio que buscaba consuelos y ayudas. Y Jesús les da la enseñanza con ese dosificador de las parábolas, porque viendo no ven; oyendo no entienden¸ y no acaban nunca de cambiar sus actitudes.  Pero a la par de este envoltorio de la parábola que tanto gustaba, advertía que quien tenga oídos para oír, escuche. Y por tanto: no os quedéis en el cuentecillo; buscad lo que lleva dentro, adentraos y no os quedéis en “oír”. Para llegar al meollo de lo que os digo, tenéis que ESCUCHAR.  Y la escucha sólo se consigue desde la reflexión sincera que lleva sobre sí mismo aquello que “se envolvió” en la parábola.
             Por eso la tierra buena es la que oye, escucha, entiende y aplica. Y como somos tan suaves en mirar hacia adentro de nosotros mismos, la Palabra necesita esa ayuda del Espíritu para que se adentre y llegue a ser eficaz. Y el Espíritu se reviste de muchas formas, lo mismo que el mal se viste con piel de oveja.  El “demonio” está personificado muchas veces en personas muy concretas, en publicaciones, en intentos de hacer suave la Palabra de Dios…, y mantenernos bobalicones para que no reaccionemos. El Espíritu se vale de un buen ejemplo, de un buen libro, de una palabra que se da, o de una luz que se aporta… ¿Y es duro?  Cuanto es dura la vida de Jesús y el Reino de Dios…, cuanto es dura la verdad frente a las medias verdades, cuanto es dura la bondad auténtica frente a la mediocridad. Cuanto es dura la senda estrecha que sólo alcanzan los esforzados. Y “los esforzados” no son los que hacen esfuerzos humanos como si la bondad fuera fruto de esos esfuerzos.  “Esforzados” son los que perseveran en la búsqueda de la verdad y en la consecución de sus efectos.
             Tierra buena es la que se sale del ámbito de “buenos” porque se ha tomado en serio la palabra: Sed santos como yo soy santo.  O aquella otra: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.  Y sabe Jesús que eso sobrepasa las leyes matemáticas y físicas y hasta las posibilidades humanas.  Pero no contradice ni sobrepasa la vida de la fe y de la lucha diaria.  Porque perfecto –que significaría en su sentido exacto: que no le falta nada y ya lo tiene todo- no puede ser así en ese caso en el que Jesús expresa el imposible de ser perfectos como Dios.  Pero ya da Jesús por perfecto el que no ceja en ese intento, el que busca sin rendirse, el que tiene hambre y sed de fidelidad, el que –aunque cae muchas veces- vuelve a levantarse y vuelve a empezar sin desanimarse.  Perfecto es el que da el 30 por uno, aunque dejaría de ser perfecto si no aspirara a dar el sesenta.
                Perfecto es el que oye pero no se queda en “la belleza de tal Palabra meditada”, sino que horada, busca, profundiza, se compromete, llega a buscar ese fondo que le va a ir asemejando más a Jesús.  San Pablo llegó a afirmar que ya no vivo yo sino Cristo vive en mí…, y sin embargo lleva clavado en sí ese misterioso aguijón que le abofetea. Y sigo adelante a ver si consigo alcanzar la meta.  Eso es ser perfecto en la gramática de Jesús…, en la realidad de la semilla en tierra buena.
                Era duro saberse influido e incluso engañado por las solicitudes del mundo, con sus engaños sutiles… Era duro saberse en la trampa de la seducción de las riquezas…  Era duro saber que tenemos unas marañas impresionantes de matorrales que esterilizan la Palabra que nos llega. Todo eso era duro y hasta preferiríamos no saberlo… Pero Jesús nos lo pone delante y nos hace verlo, porque sólo desde esa honrada visión de MIS REALIDADES es como esa “dureza” se hace vida.
                Quiere decir que nos queda mucho para que nuestra oración cale en la base de nuestras entrañas.  Pues sí.  Y al mismo tiempo que la tierra buena es la que no renuncia nunca. Y aunque queda mucho, seguimos adelante y seguimos fortalecidos por la esperanza. Y porque la Gracia de Dios está con nosotros. Y porque nuestros oídos –que oyen y pueden oír mejor- han de llegar a escuchar.  Y ese día caminamos hacia el ciento por uno, aunque desde la humildad del que se sabe en camino, y aún no ha llegado…, pero no ha renunciado a llegar.
                Insisto en el gran ejercicio del SABER DUDAR, de no dar nunca por cierto y evidente que yo ya poseo la verdad o la bondad.  Cuando sé dudar de mí mismo, con todo el fundamento real de mi pobreza humana. Cuando “el otro” empieza a ser para mí un complemento y no un rival; cuando la palabra de ese otro me es buena para mi propia reflexión. Cuando, en vez de darse uno por aludido (“ofendido”) ante una palabra, por pensar que “la dijo por mí”, ensancha uno la mirada y se da cuenta que no es uno el centro del mundo, ni todos están pensando en uno (porque “no tengo yo tanta importancia”), y entonces –en vez de ofenderme- siento la alegría que da la nueva oportunidad que siempre está por delante.  Porque o aquello me “ha tocado”, y entonces he de estar agradecido porque me da pie a ser tierra buena y mejor; o no me “ha tocado” y entonces no me siento aludido. O sencillamente me ayuda a DUDAR, a plantear sinceramente mi verdad interior. Y también es esa acción del Espíritu, que así ha llegado hasta mí.

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