lunes, 27 de mayo de 2013

Un capítulo muy serio

Mc 7, 1.23
             Confieso que este tema es uno de los que más me apasionan de todo el Evangelio. Me lleva a ello el estilo directo que usa Jesús, que no deja lugar a “interpretaciones” (quiero decir, interpretaciones “a mi conveniencia”), de las que somos tan proclives cuando tomamos un texto evangélico. Para mí es un relato con una proyección tan larga, que quedarse  “fuera de él” como dicho al vecino, es una aberración de la conciencia.
             Se reúnen fariseos y escribas y se presentan ante Jesús, para criticarle que los discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos”.  El hecho es atacar, buscar la paja en el ojo ajeno.  El evangelista se apresura a explicar eso de “no lavarse las manos”.  No es que se las laven o no, sino que los puritanos religiosos aquellos llevan el ritualismo a sus exageraciones.  No se trata del mero lavarse las manos sino del lavatorio ritual.  Una cosa son las abluciones propias antes de comer; otras las formas con que las han fanatizado los fariseos: “lavar restregando fuerte” (“a fuerza de puños” traducen algunos; “lavar hasta el codo”, es otra versión). O sea: no se trata de que no se lavaran las manos como higiene propia antes de ir a la mesa, sino de ese “ritual” tan farisaico que lleva ya las cosas a los extremos. Y encima de todo, a criticar a quien no lo hace como ellos.
             Jesús no es de los que dejan pasar estas cosas, porque en el fondo lo que se está ridiculizando es la enseñanza verdadera.  Y les lleva el tema “a mayores” para intentar que se percaten del absurdo que han establecido: que sus costumbres, las de sus antepasados…, valen ya más que el mismo mandamiento de Dios.  Y por eso les cita a Isaías, uno de sus grandes profetas que ya anunció, en boca de Dios: Este pueblo me honra por fuera pero su corazón está lejos de mi; es vano el culto que me dan, enseñando doctrinas humanas, preceptos de hombres.   Y ahora le concreta: Vosotros habéis inventado que el que dice que “sus bienes los dedica al Templo”, ya no tiene obligación de atender a sus padres. Y anuláis el 4º mandamiento (que Moisés os dejó escrito de parte de Dios) por razón de vuestras costumbres o las de vuestros antepasados. Rescindís la Palabra de Dios con vuestra “tradición”, que os trasmitís de unos a otros… Y cosas así, hacéis muchas.
             La verdad es que aquí se detiene uno y algo nota que se eriza el cabello, porque el que esté sin pecado, que tire la primera piedra.  Jesucristo no ha dejado pasar una aberración como la de esa religiosidad falsa…, ¡que hasta está conculcando lo que enseña Dios!..., que la da más importancia a esas expresiones externas que a tomarse en serio alguna vez lo que dice Dios…, que se deja llevar de la llamativo, lo excepcional, lo que no tiene aval…, y deja a un lado lo verdaderamente serio y profundo de la ley de Dios y de la enseñanza de Jesús.
             Cuando concluye Jesús: Y de éstas, hacéis muchas, os confieso que me siento aludido de todas todas. Lo que comprendo es que siempre es más fácil verlo en los demás que ponerse uno ante el espejo y mirarse su propio rostro.  Es mucho más fácil ver la paja del ojo ajeno que admitir que lleva en el suyo una viga.  Y todo eso es lo que me coge el pellizco en el alma, no sea que esté viendo con malos ojos “aquello” que hace el otro, “cómo lo hace”…, y yo lo esté haciendo igual.
             Y donde ya está la “puntilla” de todo eso es cuando Jesús concreta a las gentes que la maldad no está en no lavarse las manos o en comer tal alimento…, sino en tener “las manos sucias” por malas obras, o “tragarse” los bolos envenenados que uno mismo ha regurgitado.  No está el mal “fuera”. Lo que viene de fuera, se expulsa.  Lo que envenena es lo que sale de dentro…, del corazón.
             Los apóstoles aún no entienden y Jesús se lo explica ya detalladamente, poniendo nombres a las cosas.  Lo que sale del corazón sucio son los malos pensamientos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaños, libertinaje, juicios, maledicencia, soberbia, carencia de sentido moral. Eso es lo que sale de dentro y lo que mancha a la persona.

             Hago una observación que a mí me llama mucho la atención. Jesús no ha ido haciendo una gradación de menos a más o de más a menos. Jesús no ha dado esas divisiones moralistas de “pecado mortal, venial, grave o leve…”. Ha puesto los malos pensamientos (de cualquier tipo, y no sólo de “impureza”, junto a la fornicación, y el hurto junto a homicidio y adulterio, La codicia junto al engaño y la crítica junto a la soberbia y la carencia de sentido moral. Es decir: los humanos nos entenderemos de una u otra forma, pero Jesús deja muy claro que el mal no está en “tal” o “cuál” suceso, sino en el corazón sucio y envenenado.  Por eso pudo decir que “como ésta, hacéis muchas”, porque ahí nos ha dejado un campo bien amplio en el que cada uno ha de arar.  Y donde es enormemente serio lo que debe sacarse en claro…, si es que somos capaces alguna vez, de poner los preceptos de Dios y la Palabra de Cristo por encima de nuestras “costumbres”, fanatismos, estilos propios, “yo soy así”…, que tan bien nos va para sacudirnos las pulgas personales.

2 comentarios:

  1. José Andrés.11:21 a. m.

    ¿Por qué estaremos tan atentos en mirar al microscopio lo que hacen o dicen los demás cuando necesitamos un retroproyector interior para conocernos mejor? Y si descubro cómo soy y resulta que debo cambiar, pues cambio y ya está. ¿En qué consiste entonces la conversión? Benedicto XVI nos hablaba de "un viraje existencial", a veces de 180ª. Siempre tendremos el apoyo y la ayuda del Espíritu de Dios.

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  2. Ana Ciudad3:53 p. m.

    Cada día de nuestra vida es una hoja en blanco en la que podemos escribir cosas maravillosas o llenarla de errores y manchas.y no sabemos cuántas páginas faltan para el final del libro,que un día verá nuestro Señor.
    La amistad con Jesucristo,el amor a nuestra Madre María el sentido cristiano con que nos hemos empeñado en vivir nuestra existencia nos permitirá ver con serenidad nuestro encuentro definitivo con Dios.

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