jueves, 30 de mayo de 2013

OÍR Y HABLAR correctamente

Mc 8, 31-37
             Jesús regresa desde la frontera pagana por la Decápolis, que es la parte palestina oriental del río Jordán.  En su caminar viene a toparse con otra necesidad: un sordomudo que le vienen a traer, pidiéndole que ponga sus manos sobre él.  Es ese convencimiento de las gentes sencillas de que la mano de Jesús es vehículo de sanación… Porque su mano, puesta sobre la persona enferma, posee una fuerza sobrenatural que trasmite salud…  No se me pasa por alto que este pensamiento ya nos debería llevar a buscar esa mano de Jesús sobre nosotros, sobre tantas situaciones y estados nuestros, que necesitan perentoriamente una sanación…, una purificación. Y no sólo –por supuesto- de salud material…, e incluso ni siquiera de salud espiritual como tal.   Muchas veces de lo que estamos necesitados es de un equilibrio humano, afectivo…, de un dominio de la sensibilidad, del instinto primario.  Suplicar a Jesús que ponga su mano sobre nosotros es una urgencia que nos haga despertar de “somnolencias” y adormecimientos del sentido, que está necesitado de una fuerza sobrenatural que nos saque de ese mundo casi ridículo en que nos hemos metido.
             Y no lo digo eso en balde. Porque –de hecho- Jesús tomó al sordomudo y lo separó de la gente a un sitio aparte.  Por tanto, lo que Jesús va a hacer no es simplemente una curación, sino una sanación más integral. Y eso no se hace en medio del tumulto de muchas otras cosas. Una de las recomendaciones que más hago es la de interiorizar, analizar dentro de uno mismo, ser capaz de dudar…, porque es un verdadero “aparte” donde es posible que se produzca la intervención de Jesús.  Ya he hecho alusión alguna vez a la cómoda postura –e insincera- de quien no se mueve hacia ese interior suyo, ni analiza, ni se plantea, sino que acaba en un cómodo: ¡que Dios me quite ese defecto!  Se ha olvidado de que Dios no va a “hacer sin mí”…, sin mi parte, sin mi colaboración…, sin mi particular intervención. Y Jesús se lleva aparte al sordomudo porque una característica muy propia de las acciones de Dios es “el desierto”…, el lugar apartado en el que la persona ha de experimentar su impotencia…, la situación necesaria para que la persona viva la gran experiencia de que es Dios quien hace, pero es en ese desierto en que el ser humano ha tomado conciencia de que no puede…, de que no sabe…, de que no domina…, de que no es nada.
             ¡Difícil experiencia! Contra la que nos revolvemos siempre, porque por muchas palabras y expresiones de humildad que pronunciemos, en el fondo estamos todos aferrados al propio YO, a la propia “razón”, a la propia “verdad”, a toda clase de justificación para intentar salir indemnes, y seguir haciendo lo que hacíamos sin que se nos haya chamuscado ni un filo de nuestro “manto” personal.
             Allí, aparte, Jesús mete un dedo en las orejas del sordo… Moja su dedo en la propia saliva (la saliva fue siempre considerada elemento curativo, y más entonces en aquellas culturas), y toca con ella la lengua del mudo, a la par que pronuncia un mandato: ´¡Ábrete!  Y en ese momento el enfermo se pone a hablar correctamente.
             Obsérvese la realidad casi imposible de que un sordomudo, que no ha oído sonidos ni los ha articulado, hable correctamente.  Tenemos la experiencia ajena de tantos pacientes de esta carencia que, sus sonidos distan mucho del lenguaje normal.  Sin embargo aquí ocurre, y eso es lo que asombraba sobremanera a las gentes, que proclamaban una afirmación general que define perfectamente a Jesús: Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
             Si llevamos todo esto el terreno actual, estaríamos hablando de esa conversión del “mudo y sordo” que –por sí mismo- sería imposible que saliera de su carencia…, y menos aún con una novedad correcta. Estaríamos hablando de esa acción de Jesús que necesitamos para que actuemos correctamente los que procedemos de nuestras sorderas, a veces empedernidas, por las que no es que no oímos sino que no queremos oír. O por esa mudez que –como no ha captado el bien del oír de buena fe- acaba constituyéndose en “cuchillo de los demás”…, y no llega a “hablar correctamente”.  Quizás es por eso por lo que no creamos ese asombro admirado que demuestra al mundo que Jesús todo lo hizo bien…  Es mucha nuestra responsabilidad cuando tenemos una cierta expresión de vida ante el público, porque ya no son sólo nuestros defectos…, sino la negativa influencia que ejercemos sobre otros.
             La obra de de Jesús, que TODO LO HIZO BIEN, se concreta aquí , en este texto, en que había hecho oír a los sordos y hablar a los mudos

             Y el detalle final, es el propio paciente, ya curado, que se aficiona a Jesús y se va tras Él.  Que ésta es otra…: un seguimiento puede ser de mera admiración, emocional…, o puede ser un profundo entusiasmo, que no se reduciría al seguimiento material, sino a ese cambio profundo del corazón que es ahora  el que verdaderamente sigue a Jesús. Pero a Jesús. No a los caramelos de Jesús.  No a las “dulzuras” del que todo lo hizo bien, sino en una muy profunda respuesta en que también yo empiezo a ir por ese camino: oír la Buena Nueva…, hablar palabras laudatorias. Eso es lo que bendice el Señor.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad2:20 p. m.

    Mucho da para meditar el pasaje del Evangelio de la misa de hoy.El ciego Bartimeo,hombre que vive a oscuras,un hombre que vive en la noche.Bartimeo al oir que Jesús pasa grita con más fuerza a pesar que le reprendían para que se callase.Bartimeo no les hace caso,Jesús es su esperanza,y no sabe si volverá a pasar otra vez cerca de su vida.Grita, clama más fuerte:HIJO DE DAVID TEN COMPASION DE Mí".
    El Señor que le oyó desde el principio le deja perseverar en la oración.
    "SEÑOR QUE VEA".La historia de Bartimeo es nuestra propia historia,pues también nosotros estamos ciegos para muchas cosas.Lo primero que ve es el rostro de Jesús y seguro que no lo olvidaría nunca.
    Imitemos al que acabamos de oir;imitémosle en su
    fe grande,en su oración perseverante,en su fortaleza para no rendirse.Quizá ha llegado ya la hora de dejar la cuneta y seguir a Jesús.

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  2. José Antonio6:49 p. m.

    Me produce una alegría tremenda ese "¿Qué quieres que haga por ti?", de Jesús a Bartimeo. Me gusta llevar esa inquietud (y disposición) de Jesús a mi persona y aún sabiendo mi respuesta (El también la conoce), me hace sentir alegre ese Jesús dispuesto a darse a sí mismo a nosotros. Al menos en mi caso, he de ser consciente que Jesús se para en mi vida,me mira y se ofrece amorosamente, y aún conocedor de mis necesidades y debilidades desea escucharlas, pero lástima que esas oportunidades constantes en las que se produce el encuentro con Jesús no sea momento de transformación personal sino más bien una transformación del momento, haciéndolo insustancial. Si fuésemos conscientes de ese "ofrecimiento total" e incondicional de Jesús para con nosotros, comprenderíamos el Amor que El nos tiene.

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