jueves, 23 de mayo de 2013

(continuación)

                Jesús, con la mayor naturalidad le dice a sus apóstoles que comuniquen a las gentes que se sienten sobre la hierba… Quiere decir que da por hecho que sus apóstoles van a dar de comer… [Yo me gozo con estas maneras de hacer Jesús las cosas; esas ironías finas y sorpresivas: primero con su “dadles vosotros de comer” que abre como platos los ojos de aquellos hombres perplejos… Y cuando ven que no tienen nada y que no pueden ni pensar qué solución es posible, Jesús les encarga tranquilamente que pongan a las gentes en grupos…  es de una belleza humana y hasta simpática, porque Jesús debía estarlo gozando por dentro…  Se ponía en la piel de aquellos hombres, y comprendía que no se explicaban absolutamente nada. Pero Él sigue adelante…, de sorpresa en sorpresa para ellos].
Y hacen escépticamente lo que Jesús les ha encargado… Y vienen a Jesús con “caras griegas” a decirles que está todo muy bien…, pero… (aquí podemos imaginarlos hasta compungidos).
                Jesús toma en sus manos los panes y los peces. De cinco panes no vale ni siquiera partirlos por la mitad… Va dando un trozo a cada apóstol, y les dice que repartan. Si estaban perplejos, ¿cómo quedaban ahora cuando lo que tienen es un trozo de pan y Jesús les dice que repartan entre toda la gente…?  Y con paso lento porque no saben qué van a hacer, se van encaminando hacia los diversos grupos… Cada apóstol toma su pedazo de pan y lo parte en dos…, y le queda otra mitad de la mitad que vuelven a partir…, y de dos salen cuatro, y de cuatro ocho…, y de pronto se les ilumina el rostro y aligeran la acción y siempre les queda un nuevo pedazo de pan para seguir repartiendo.  Aquello es algo que les deja más admirados que todo lo anterior… ¿Las gentes se apercibían del hecho? O tal como estaban ya a aquellas horas, bien avanzada la tarde, sólo se ocuparon de recibir su pan y su pescado y ponerse a comer?  Dice un refrán, un tanto sarcástico, que barriguitas llenas alaban a Dios. Y como aquellos miles de personas están comiendo y con hambre, ahora ni piensan, ni hablan, ni advierten.
                Pero los apóstoles son los que sí están más admirados, y no saben ni qué decir…  Se situaron junto a Jesús, y también comieron los trece.  Jesús no les quitaba ojo… Jesús gozaba. Ellos ni sabían qué decir… Y como Jesús tiene las cosas que tiene (que llenan el alma cuando se detiene uno a analizar sus detalles), aún les deja otra sorpresa encima:  que recojan lo que ha sobrado de los 5 panes y los dos peces, tras comer e ellos más de cinco mil personas…
                Y (no sé de dónde) sacan doce canastos y se van a recoger sobras…, y cada canasto (uno para cada apóstol) se llena…, lo que hace más patente –si cabe- la maravilla que ha ocurrido.

                Lo he contado alguna vez, lo que ocurrió en vida de San José Benito Cotolengo, fundador de la Pícola Casa de la Divina Providencia, en la ciudad de Turín, que atendía a 10,000 enfermos desahuciados de la vida, bajo la norma esencial de que todo quedara “administrado” por la Providencia de Dios, sin que pudiera quedar ni una moneda cuando llegara cada noche.  Del mundo entero llegaban a diario camiones de comidas, ropas, medicamentos…
                Hasta un día que no llegaba nada.  Y las monjitas encargadas de la cocina no tenían para dar el desayuno… Y acudieron al Padre José, que no se inmutó: “Ya llegarán; esto es cosa de Dios”. Pero no llegó… Y el Padre convoca a “retiro” a todas las personas, seglares y Religiosas, y les dice que alguien de ellos falla, porque quien no falla es Dios. Alguien ha guardado algo del día anterior, y entonces falla la confianza en la Providencia.
                Y en efecto apareció una ancianita que confesó haber guardado una onza de oro por si había por la noche alguna urgencia. El Padre se alegro mucho, porque con esa onza se solucionaría el problema. Se la entregaron…, ¡y la tiró por ventana con gesto alegre! Momentos después empezaron a llegar las ayudas de siempre.

             Exactamente lo de los panes y los peces.  Lo que sobraba para comer todos, eran los 5 panes y dos peces que alguien tenía para sí.  Había que entregarlos…, que darlos… El que podía ser “dueño” de tal tesoro en aquellas circunstancias, tenía que entregarlo en manos de Jesús. Lo que seguiría después está ya por descontado. Todos comieron y se saciaron y sobró.


             Nos quedan muchas interrogantes en el aire: ¿por qué no somos felices?  - Porque todos queremos tener “lo nuestro” y asegurarnos en “lo nuestro”.  Y lo nuestro es “mi modo de enjuiciar”, “mi verdad”, “mi yo”, “mi sentirme superior”, “mi menosprecio de lo ajeno”, “mis seguridades”, “mi falta de humildad para saber dudar de mis puntos de vista”, “mis interpretaciones”, mis complejos de que “lo mío es mejor que lo tuyo”, aunque sea en mis bondades espirituales…  Y así nos luce la vida, y así nunca llegamos a estar satisfechos y tranquilos del todo. Nos sobra la dichosa onza de oro, y mientras no la tiremos por la ventana, será el gran obstáculo para encontrar “el milagro liberador” de Jesús.

4 comentarios:

  1. José Andrés.10:54 a. m.

    Precioso ejemplo. ¡Cuánto nos cuesta fiarnos de la Providencia de Dios, dejarlo todo en sus manos! Todo lo queremos programado y atado. Siempre tenemos guardada una onza, aunque sea de cobre.

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  2. Ana Ciudad3:44 p. m.

    El milagro de aquella tarde manifestó el poder y la misericordia y el amor de Jesús a lo hombres.San Juán nos dice que el milagro causó gran entusiasmo en aquella multitud que se había saciado.Si aquellos hombres,por un trozo de pan,se entusiasman y te aclaman,¿qué debemos hacer nosotros por los muchos dones que nos has concedido,y especialmente porque te nos entregas sin reserva en la Eucaristía?

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  3. José Antonio6:29 p. m.

    Me ha encantado la anécdota que ha narrado tan pedagógica, para hacernos ver en qué consiste la Providencia de Dios. Me hace reflexionar -e incluso sonrojarme- sobre lo poco que a veces pongo mi vida, en todos los sentidos, en esa Providencia de Dios. Tendemos a ser demasiados previsores sin dejar espacio a que Dios actúe en nuestras vidas, a veces planificamos tanto que no dejamos posibilidad a que Dios sea protagonista principal de nuestras vidas, reduciéndolo a un mero espectador. Pensar que Providencia es sinónimo de dejadez puede llevarnos a error. Que el Señor nos ayude a crecer en el abandono confiado en El.

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