miércoles, 4 de diciembre de 2019

4 diciembre: Manjares enjundiosos


El 6 es PRIMER VIERNES. Lo celebramos.
LITURGIA
                      Se van a distinguir los tiempos mesiánicos por el festín de manjares suculentos y vinos de solera (Is.25,6-10). Y arrancará en este monte el velo que cubre a las naciones. Es llamativo con qué repetición anuncia Isaías la venida de las naciones, que no son los del Pueblo de Dios. Es una de las señales de los tiempos nuevos a los que  nos llama el Señor, porque nosotros no éramos el originario pueblo de Dios, que estaba reservado a los judíos. Sin embargo la llegada del Mesías Salvador abarca también a las naciones. Y en ellas estamos nosotros.
          La obra de Dios entonces será enjugar las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará. Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación.

          Y llegamos al evangelio. La promesa se hace realidad (Mt.15,29-37) y Jesús, el Mesías ya en acción, ofrece manjares enjundiosos. Jesús había subido al monte y se sentó en él. Como en otro momento en el monte de las Bienaventuranzas, acude a él un gentío, y con esa gente, acuden los tullidos, ciegos, cojos, lisiados, sordomudos y muchos otros, que se le echaban a los pies y los curaba.
          La gente se admiraba de oír hablar a los mudos y de que escucharan los sordos, que los ciegos vieran y los tullidos anduviesen. Era el cambio que traía Jesús, en ese actuar a favor de los más necesitados. Era la realización de las promesas mesiánicas.
          Pero Jesús iba más lejos todavía: sentía lástima de aquella gente, porque llevaban ya tres días con él y no tienen que comer. Lo que hubieran preparado para estar un tiempo fuera de casa, se les había acabado. Y Jesús es sensible a ello, y no quiere despedirlos en ayunas, porque pueden desfallecer en el camino.
          Los discípulos se hallan perplejos: ¿qué pueden hacer ellos en despoblado, y con tanta gente?
          Y Jesús les pregunta cuántos panes tienen. ¡Tenían 7 panes y unos pocos peces! Total, no tenían nada porque con aquello no podían resolver nada en medio de aquella multitud. ¡Esa experiencia de imposibilidad humana era la que quería resaltar Jesucristo!
          Y ahora es su hora de actuación: mandó que se sentaran en el suelo. Y tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos y los discípulos a la gente. Se está cumpliendo el festín de manjares suculentos que había prometido Isaías. Jesucristo es realmente el Mesías anunciado y prometido, hecho ya realidad para aquellas gentes.
          Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestos llenos. Y había 4,000 varones, aparte de las mujeres y los niños. Comida generosa, de la que incluso sobra en abundancia. Es el signo mesiánico que quería presentar hoy la liturgia.

          Adviento, pues, es un cambio de panorama, una puerta a la esperanza. La mirada más corta es la que se detiene en la venida de Jesús a Belén, aunque viene a ser la más significativa e inmediata. Al fin y al cabo, Jesús no nace cada año, y a lo sumo celebramos su cumpleaños, que ciertamente para nosotros es de un significado muy especial, porque es la realización del plan de Dios al llegar la plenitud de los tiempos.
          Pero la proyección auténtica del Adviento va mucho más allá y mucho más real: el Señor tiene que venir. Tiene anunciada su venida al final de los tiempos, con gran poder y Majestad, entre las nubes del cielo. Y esa llegada está por venir. Y se hace realidad en cada persona en el momento final de su vida: a esa llegada y a ese encuentro real con Jesús triunfante es a la que el Adviento quiere prepararnos.
          Y como período de preparación, el sacerdote se reviste de ornamentos morados, que es el color litúrgico de la espera. Ahora, en el adviento, luego en la Cuaresma. Y cada vez que se celebra Misa de difuntos, precisamente porque se va en busca ya de ese adviento definitivo para el finado, que se encuentra de cara con el Señor.

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