jueves, 12 de diciembre de 2019

12 diciembre: Juan Bautista, mensajero


LITURGIA
                      Con expresiones de delicadeza maternal, Dios se dirige a su pueblo (Is.41,13-20) para mostrarle su protección y ayuda. No temas, yo mismo te auxilio. Ante Dios no cabe el temor. Dios está ahí para acoger a ese pueblo necesitado. Cierto que el pueblo desconfía y piensa que mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa. Sin embargo Dios se hace presente: Yo, el Dios de Israel, no les abandonaré. Y se anuncia con esas contradicciones aparentes tan típicas del adviento: Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque, y el yermo en fuentes de aguas. Pondré en el desierto cedros y acacias, y mirtos y olivos…, para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan que la mano del Señor lo ha hecho.
          Isaías se goza en poner esas contradicciones como anuncio de los tiempos mesiánicos, para expresar que la llegada del Mesías va a transformar el mundo, y va a hacer de la historia un vergel.
          Es cierto que la llegada al mundo de Jesús el Hijo de Dios, y de su obra de evangelización, supuso un vuelco en la vida de la humanidad. La fe en Cristo fue avanzando de forma misteriosa y se extendió por muchas regiones del mundo, por la predicación de los apóstoles y la influencia de los cristianos que, aun perseguidos, fueron extendiendo la fe por muchas partes.
          Como es cierto que el avance del endiosamiento del hombre y su pretensión de ser como Dios, en la cultura actual, va dejando a los pueblos en una decadencia moral y humana. La falta de respeto por la vida, propia y ajena, con tantos suicidios y homicidios, la carencia de valores morales y el desenfreno de las costumbres, suponen un retroceso notorio en el buen hacer de esta humanidad.
          Dos certezas que nos reafirman en el anuncio de adviento, por el que la expectativa de un mundo mejor viene a ser el grito angustioso de una sociedad que, con el rumbo perdido, sin embargo anhela la realización de las promesas de felicidad. El adviento viene a poner la nota de esperanza y a la vez la exigencia de una preparación para hacer realidad la ansiedad de ese mundo que busca sin saber dónde, y necesita sin saber aprovechar el tiempo nuevo que anuncia la llegada del Salvador.
          La Navidad que han robado convirtiéndola en francachelas y diversiones, en vacaciones y evasión, es un signo de esa ansia de felicidad que no se puede obtener por cambiar el sentido auténtico de la fiesta por comilonas y borracheras, por cava y dulces, regalos y materialidad.
          La NAVIDAD es la fiesta de Jesús; Jesús es el protagonista; celebramos su venida al mundo nuestro, en el acto supremo del amor de Dios, que se hace hombre. Y sólo cuando se mete uno en ese espíritu, la Navidad tiene plenitud y sentido, reflexión y recogimiento, advertencia de un mundo diferente y de un encuentro futuro real que habremos de tener con el Señor, en un abrazo definitivo el día que vuelva Jesucristo a la tierra, viniendo triunfal entre las nubes del cielo, a recogernos para llevarnos con él, en el gozo infinito del Cielo.

          En el evangelio de hoy (Mt.11,11-15) Jesús se dirige a la gente para hablarles de Juan Bautista, el mensajero del adviento, que señaló ya con el dedo la llegada de la salvación. El hombre más grande hasta la llegada de Jesús, aunque en realidad cualquiera que vive ya la vida cristiana es más importante que él.
          El Reino llega, y el reino hace fuerza. Por eso son los esforzados los que entran en él. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan. Cuando llega Juan, ya anuncia directamente a Cristo. Es el nuevo Elías, profeta de Israel, pero con la cercanía de quien ya dice: “Viene detrás de mí”. El que tenga oídos, que escuche, esa palabra que usa Jesús en varias ocasiones cuando quiere que se preste una especial atención.
          Y es palabra que debe sernos revulsivo a nosotros en este punto del adviento, ya casi dimidiado: ¿Estoy siendo consciente de que este adviento viene a hablarme a mí? ¿Se nota en algún rasgo de mi vida que el adviento dispone al alma a una preparación en profundidad al encuentro que ha de realizarse con el Señor? Y mirando en la distancia corta de la Navidad, ¿preparo la Navidad para vivirla como fiesta del Señor, en el que el protagonismo lo tiene él?

1 comentario:

  1. Se acerca nuevamente esa parte del año. Jesús no nacerá de nuevo en Belén, todo eso es una escenificación bonita de aquel portentoso hecho que ocurrió ya. El Advenimiento de Jesús para mi tiene dos visiones prácticas. Por un lado la espera de su venida definitiva, y por otro la esperanza de que "nazca" de nuevo en nuestro corazón con esa llama de Belén que iluminó todo.
    Todo lo demás, las pantomimas, los ruidos, las estridencias, las comidas forzadas, las comidas de ocasión, los excesos de todo tipo, no tienen nada que ver con la fe, ni con el tiempo litúrgico que vivimos, a pesar de que en cierto modo todos más o menos lo tengamos "asumido" como parte si no de nuestra vida, si del entorno en el que vivimos.
    A nosotros nos toca ahora la posiblemente difícil tarea de no caer en la mediocridad. Divertirse si, disfrutar si, regalarse obsequios, si, comer si, pero todo con un orden y sobre todo sin caer en la hipocresía de olvidar que Jesús es el protagonista, porque si no lo hacemos así, seremos unos hipócritas y aprovechados que usan a Dios para sus propios deleites pasando por encima, y paradójicamente no nos aprovechará nada.

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