lunes, 2 de diciembre de 2019

2 diciembre: No soy digno


LITURGIA
                      En aquel día el vástago del  Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel. (Is.4,2-6). Ese día, el de la presencia del Mesías, será la gran alegría de Israel. Hay que tener en cuenta lo que esa profecía significaba para un pueblo que estaba desterrado de su patria, y que anhelaba su libertad, su vuelta a la ciudad santa. Todo eso era para ellos no sólo un paso en su historia sino un encuentro con el Mesías salvador.
          Y lo va expresando el profeta con diversas imágenes de limpieza, por las que el Señor lavará la suciedad de las hijas de Israel. Y todo ello será gloria del Señor, y para los habitantes, sombra en la canícula, refugio en el aguacero, cobijo en el chubasco.

          Advierto que en la liturgia de hoy hay dos posibilidades de 1ª lectura; una, que repite la que tuvimos ayer. Otra, alternativa, que he comentado.

          El evangelio (Mt.8,5-11) va en la línea de liberación, apoyando así el sentido de la 1ª lectura. Si en esa 1ª lectura se habla de un Mesías que salvará, en el evangelio en cuestión lo vemos actuando en esa línea de curación de un enfermo. Se trata de un siervo de un centurión. Ese siervo se halla enfermo y se ve que los médicos no habían podido encontrarle remedio. El centurión romano recurre a Jesús, el hombre de las curaciones y de la cercanía, y se acerca a Jesús –así lo narra este evangelista- intercediendo por su criado. Jesús le dice que va a ir a curarlo.
          Aquí es donde se señala la especial confianza del centurión que no necesita que Jesús vaya a su casa. Sabe él que con una palabra a distancia, aquel hombre Jesús puede curarlo. Y pronuncia una de las oraciones más hermosas, que se han perpetuado en la liturgia: Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Y lo arguye a su manera para expresar la seguridad que tiene en la palabra de Jesús.
          Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe. Cierto: aquel centurión admiró a Jesús. Era un romano, y por tanto no entendía de la fe de Israel. Sin embargo había hecho un acto de fe mejor que la fe de los hijos de Israel. Y Jesús apostrofa: Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos.
          Yo quisiera que los fieles se acostumbrasen a REZAR…, a verdaderamente REZAR esa oración antes de la Comunión, sin la rutina de decir de memoria y con poca unción esas palabras que emocionaron a Jesús en boca del soldado romano, y que igualmente gustaría escucharlas así de la boca de nuestros fieles.



          Tuve la suerte de estudiar detenidamente el GLORIA A DIOS EN EL CIELO, que rezamos en algunas Misas, y que, por mala suerte, se ha enviciado en el rezo de los sacerdotes y de las gentes.
          Comienza con la oración de los ángeles en el nacimiento de Jesús.
          Y sigue con una letanía: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Frases todas paralelas que comienzan por “te”, incluido el “te damos gracias”, al que le sigue en el original latino un punto y aparte. Y así lo publicó el primer Misas castellano. Luego, el vicio adquirido en la praxis, cambió ese punto y aparte por una errónea coma, que no corresponde al texto original.
          Continúan unas advocaciones trinitarias, dirigidas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Las dos primeras comienzan igual: “Señor Dios”…, “Señor Hijo”. Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Y “Señor Hijo Jesucristo” al que dedica mayor espacio, como es lo habitual porque de Jesucristo podemos decir más cosas por ser el Dios encarnado, “hijo del Padre”.
          A él, que quita el pecado del mundo, se le pide piedad y que escuche nuestra súplica. No dice: “súplicas”. No se trata de que pidamos que escuche cada petición que se nos ocurra, sino que nuestra vida es toda ella una súplica: que escuche nuestra súplica, él que es Señor Altísimo.
          Concluye con la referencia al Espíritu Santo, que es el que impulsa nuestra capacidad de orar, y en cuya fuerza nos dirigimos al Padre.

1 comentario:

  1. Ciertamente la Liturgia católica es tan rica que bien practicada haría mucho bien a los fieles. Todo tiene su porqué, los puntos y las comas son importantes, el encendido de velas del altar o de la Corona de Adviento, y como no, esa oración del Centurión. Puedo dar fe que es maravilloso cuando verdaderamente se dice esa oración con el corazón, y no sólo con los labios. Yo puedo dar mi testimonio de que cuando la digo en la Misa, normalmente me embarga un sentimiento de pequeñez delante de mi Dios que ha venido a Salvarnos en la persona de su Hijo. Mirar la Sagrada Hostia elevada por el sacerdote, sabiendo que a quien tienes en ese momento delante es al mismo Jesús es lo que realmente me ayuda en esos momentos. Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, es decir, en mi Templo, en mi ser, pero una Palabra tuya, bastará para sanarme. ¿De verdad nos lo creemos?

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