viernes, 27 de diciembre de 2019

27 diciembre: San Juan evangelista


LITURGIA
                              Segunda fiesta del santoral, tras la Navidad. Hoy le toca a San Juan Evangelista, el autor del 4º evangelio, que es de una altura excepcional porque no va tanto a narrar hechos de la vida de Jesús cuando a mostrar su divinidad, empezando por el sublime prólogo, que leíamos en la MISA DEL DÍA de la Navidad.
Con esta ocasión se comienza la 1ª carta del apóstol, un himno al amor: el de Dios a nosotros y el que nosotros hemos de tener unos con otros.
Comienza la carta (1,1-4) en las alturas de la eternidad, tomando la idea del prólogo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida, nosotros la hemos visto.
Lo que existía desde el principio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios”… Ese Verbo eterno de Dios, lo hemos visto con nuestros propios ojos: en la Perona de Jesús, contemplado y palpado como hombre con el que han convivido años, con el que se han rozado tantas veces. Es la Palabra de la Vida, pues la Vida eterna se hizo visible en la realidad temporal del Hombre Dios.
De todo ello os damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna que estaba con el Padre, y que se nos manifestó. Nueva afirmación de la misma realidad, explicitada ahora ya como la Vida que estaba eternamente con el Padre, y que se nos ha manifestado. La hemos visto y os la anunciamos para que estéis unidos con nosotros, con esa unión que tenemos con el padre y con su Hijo Jesucristo.
Concluye diciendo que nos escribe esto –y nos lo escribe con el estilo repetitivo de Juan- para que tengamos alegría completa.

En el evangelio se ha decantado el liturgo por el texto de la vida gloriosa (Jn,20,2-8) en el que, advertidos por María Magdalena de que Jesús no está en el sepulcro, suben a ver qué ha pasado los dos inseparables Pedro y Juan. Juan, más joven, sube más a prisa y llega antes al sepulcro y ve la losa corrida, pero por deferencia con Pedro, no entra,
Pedro llega y entra, y tras él el propio Juan, que comprueban que los sudarios con que fue sepultado Jesús (y Juan era testigo de ello), están allí plegados, y el pañolón de la cabeza, en sitio aparte.
De lo que experimentó Pedro no se dice nada. Pero en su testimonio particular, Juan dice de sí que VIO Y CREYÓ. Quedaba patente a su sentir que el cadáver de Jesús, el Maestro, no había sido robado como decía Magdalena sino que había resucitado, como anunció repetidamente Jesús. Era un fogonazo intenso que le deslumbraba y por el que ahora está seguro de que el Maestro muerto en la cruz, es el mismo Señor resucitado, aunque al resucitado no lo ha visto. Habrán de pasar horas para que Juan “toque y palpe al Verbo de la Vida”, con sus llagas luminosas, testigos fehacientes de que es el mismo Jesús que fue crucificado.

EN LA CUEVA DE BELÉN
San Ignacio, que no se deja nada atrás, escribe al final de la contemplación del Nacimiento: “Mirar y considerar cómo María y José han caminado y trabajado para que el Señor nazca en suma pobreza, y al final de tantos trabajos, de hambre y de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz y todo esto POR MÍ”.
“Enseñándonos a renunciar a la falta de religión”. Pero el corazón del ser humano no está para quedarse en vacío. Renuncia para dejar más espacio que rellenar. Y rellenará –paradójicamente- de sobriedad honrada, ahí donde los valores están trastocados con los del mundo y sus deseos mundanos, para vivir “una vida, sobria, honrada, y religiosa”.
No se trata de rezos, de novenas, de devociones, de “piedades”. RELIGIOSO ya decíamos que era una cosa muy a fondo: un RE-LEER y RE-ELEGIR a Dios. Un amarlo con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón. Un ser Dios el primero, el referente substancial. Un cerrar los ojos para SENTIR A DIOS en el fondo del alma. Una OBEDIENCIA profunda a SU PALABRA, que la tengo arropada en mis brazos y está elocuentemente gritando en su total silencio.
Pero no estaría entendiendo para nada esa SU PALABRA si me quedara ahí. Pienso como que Jesús mismo “se me caería” de los brazos para ir al frío del pesebre, si no empiezo a ponerle nombres a Dios: a mi amigo, a mi enemigo, al de mi cuerda, al de “la otra cuerda”, al seco y al gracioso, al agradable y al desagradable, al primero y al último, al hombre y a la mujer, al joven, a los mayores y a los ancianos, al solo y al solitario, al de un color y al del otro, al pobre y al rico, al que vive solo y al que está acompañado, al que vive en su país y al inmigrante… Sencillamente, a todos, sin excluir a nadie. Ese es Jesús en Belén.

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