martes, 9 de octubre de 2018

9 octubre: Marta y María


Liturgia:
                      Gal.1,13-24 no nos da muchas pistas de comentario. Pablo, que tiene que presentar sus credenciales ante una comunidad que de alguna manera le ha vuelto las espaldas, cuenta su vida de manera que quede claro que no es un intruso que inventa sino un llamado del Señor para dar a conocer el evangelio de Jesucristo. Y está avalado por los cristianos de Judea, admirados de la transformación del Saulo perseguidor en Pablo misionero de la verdad de la revelación. Él había sido un judío fanático y seguidor de las tradiciones judías de sus antepasados y perseguidor de la Iglesia de Dios. Pero Dios lo escogió. Y lo escogió desde el seno de su madre, de modo que andando el tiempo se dignó revelarle a su Hijo para que el lo anunciara a los gentiles. Y eso es lo que ha hecho con los gálatas. Y para eso les ha venido a anunciar el evangelio de Jesucristo, afirmando –como veíamos ayer- que no hay otro evangelio posible, ni aunque viniera a proclamarlo un ángel del cielo.

          Lc.10,38-42 nos trae un relato único, que no tiene paralelo en los otros evangelistas. Nos viene a presentar a dos hermanas, Marta y María (las que luego San Juan nos presentará como hermanas de Lázaro). Nos las describe a las dos con rasgos perfectamente identificativos del carácter de cada una. Marta aparece como una mujer muy dispuesta, muy afanosa, muy activa, y en parte con una personalidad de mando.
          María es mucho más pasiva, menos preocupada por el orden, más afectiva, y –no sé si puede decirse- más espiritual.
          El día que Jesús se presenta en casa de las dos hermanas, quedan patentes los dos modos de ser de una y otra. Parece ser que María quiere agasajar a Jesús con una comida muy variada y no para de trabajar en esa línea, pendiente de que todo esté en su punto. María por su parte se ha situado a los pies de Jesús y lo escucha y le pregunta y se aísla del trabajo de la hermana. Por eso Marta llega a incomodarse y pretende que Jesús le diga a María que le ayude en la faena.
          Aquí ya interviene Jesús que cariñosamente le hace ver a Marta que está muy liada con muchos detalles (algún autor lo identifica con “muchos platos”), y que con una sola cosa basta. Y que no va a levantar a María del lugar que ha escogido, porque eso que hace María también es cosa buena.
          Dos detalles comento: lo corriente que es en la vida que alguien pretenda implicar a “la visita” para que dirima en caso de conflicto, bien sea entre los esposos, bien en relación con los hijos: “Dígale a…” (al marido o a la esposa, al hijo…). Y por supuesto lo que se pretende es que “la visita” sea la que tome el partido del solicitante y en contra de la otra persona. Pone en un compromiso y violenta una situación, porque “la visita” no es la que está facultada para resolver temas que son de mucha mayor amplitud que la que se vive en ese momento. Esos temas que no se han resuelto por las buenas, en buena convivencia de esposos o familia, no se van a resolver ahora “de matute”.
          El otro detalle es entender la respuesta de Jesús: María ha escogido la mejor parte, no es una contraposición entre la vida activa y la contemplativa. Cada cual tiene una vocación diferente, y el activo cumple su misión con su trabajo ordenado, y sus rasgos posibles de persona espiritual; y el contemplativo está dando gloria a Dios desde su posición “a los pies de Jesús”. Ha elegido una parte buena, o ha sido elegido para una cosa buena, que –para el tal sujeto- es la mejor.
          Lo que Jesús está queriendo poner en valor es que Marta se afana sin necesidad y que podía estar mucho más descansada, dentro de su labor como ama de casa: con una sola cosa, basta y Jesús se siente igualmente agasajado.
          Por su parte, deje a María que le está haciendo la visita, y que va muy de acuerdo con el modo de ser de ella. Ha elegido una parte buena y no se la va a quitar.
         
          Cada uno de nosotros habrá de servir según su temperamento. Nadie puede pensar en un Pablo modoso y suave. Pablo era un ciclón y así dio gloria a Dios, y esa fue su mejor parte.
          Teresa del Niño Jesús fue una monja en un convento, que sintió la vocación de ser “el corazón de la Iglesia” (mi vocación es el amor). Y ahí se santificó. Y no porque se encerrara en su devoción: con su alma fue tan lejos que fue una misionera. También ella, desde su bondad y corazón de niño, había elegido su mejor parte.

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