viernes, 19 de octubre de 2018

19 octubre: No tener miedo a Dios


ESCUELA DE ORACIÓN. Málaga. 5’30 tarde
Liturgia:
                      Hoy se recuerda en el santoral a San Pedro de Alcántara, un santo que Santa Teresa describía como hecho de raíces de árboles por su porte enjuto y su espiritualidad vivida desde una abnegación y privaciones admirables.
          En una ocasión, Teresa de Jesús estaba discerniendo sobre la pobreza de sus conventos, y consultaba a letrados y teólogos. Cuando le presentó el caso al Padre Pedro de Alcántara, éste le respondió: A mí me maravilla que ponga estos casos en manos de letrados, porque a mí me basta que lo ha dicho Jesucristo.


          Vamos a la LITURGIA DEL DÍA:
           Los días anteriores se ha venido tocando en la lectura continua  la postura de Jesús ante las prácticas y formas farisaicas. Empezó el tema en San Lucas (cap.11) con la invitación del fariseo a Jesús para que comiera con él, y Jesús le hizo saber que lo importante es lo que viene de dentro de la persona, de su corazón, y no tanto el tema de los rituales externos. Continuó esa lectura durante dos días con los “ayes” de Jesús ante las hipocresías fariseas. Y hoy desemboca en una advertencia general que hace a las gentes y a sus apóstoles: 12,1-7.
          Se agolpaban miles y miles de personas, que se pisaban unos a otros, con el deseo de escuchar a Jesús. Y Jesús se pone a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos, a quienes previene de la levadura de los fariseos, o sea de su hipocresía, todo ese mundo de apariencias en el que se desenvuelven, apariencias que son falsas porque en el fondo son de mal corazón.
          Jesús entonces advierte: Nada hay encubierto que no llegue a descubrirse, nada hay oculto que no llegue a saberse. Las apariencias se esfuman, se diluyen, y queda la verdad. Lo que se pretendió ocultar de los propios defectos, acaba saliendo a la luz. Por eso, lo que digáis de noche, se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano, se pregonará desde la azotea.
          La verdad se abre paso antes o después. Todo lo que es hojarasca acaba deshaciéndose. Por eso la que Jesús llama “levadura de los fariseos” (la hipocresía), es algo que no se sostiene. Pero ¡atención!: no se sostiene en los fariseos, pero ni en la vida diaria de las personas. Lo que vale es lo sincero, lo genuino, lo que responde a la verdad.
          Añade ahora Jesús, otro principio de vida: Amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden  hacer más. Al cuerpo se le puede atacar desde fuera, pero no por eso se puede conseguir que la persona cambie, si está bien enraizada en los verdaderos valores y verdades. Los mártires han padecido en su cuerpo el tormento y la misma muerte, pero no se les ha podido hacer apostatar de sus convicciones profundas.
          Por eso, Jesús advierte a quien se debe temer: a quien tiene poder para matar, y puede echar en el fuego. A ese tenéis que temer. Llegado aquí, no puedo menos que recordar a aquella persona que vivía angustiada pensando que Dios podía condenarla. No es Dios el que mata y echa al fuego. No tendría el menor sentido, ni lo que Jesús quiere, bajo ningún concepto, es crear el miedo a Dios. Se trata de un enemigo maligno que ataca para condenar, al que hay que temer: al demonio, a Satanás. A ese es al que tenemos que temer.
          Hoy día se ha intentado borrar la figura del demonio, casi para dejarlo como no existente. Es la gran jugada del propio Satanás, porque quiere que se le ignore y así puede él hacer de las suyas por bajo cuerda. El demonio existe. El demonio actúa. El demonio se está posesionando de un mundo de personas inconscientes, que caen en sus redes sutiles a base de no querer aceptar que ese enemigo está ahí, el padre de la mentira y de la falsía. ¡A ese tenemos que temer!
          En cambio Dios es el que es providencia y amor a la persona, con el cuidado amoroso de las criaturas. Como expresa Jesús con sus figuras tan delicadas, ¿no se venden dos gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Por eso es muy claro que no es a Dios a quien tenemos que temer, sino –por el contrario- en él debemos confiar. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por tanto: no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

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