miércoles, 17 de octubre de 2018

17 octubre: ¡Ay de vosotros, fariseos!


Liturgia:
                 Seguimos en el argumento de Pablo en su carta a los gálatas, en la que se esfuerza por devolverlos a la enseñanza primera que de él habían recibido, y que los grupos judaizantes le han trastornado, pretendiendo llevarlos a la circuncisión, y con ello a la ley judía con todas sus prácticas rituales y sus costumbres y normativas de tipo externo. Hoy es el final de esa carta, que encierra muchas concreciones, tanto en la advertencia contra las malas costumbres, como en el panorama que corresponde al verdadero evangelio de Jesucristo, que es el que Pablo les había predicado. Y por eso comienza este trozo de la carta con una afirmación general: Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (5,18-25).
          Es el principio general y básico, que pretende Pablo que sea frontispicio de lo que va a venir después. Por el contrario, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios. Para quienes pueda parecerles un poco extremista esta enumeración, habrá que remitirles a Mc.7, en que es el propio Jesús el que viene a dar una lista de realidades anti-Reino, que abarcan muchos de esas aspectos, y todavía deja ampliada la visión con el colofón: “y como ésta, hacéis muchas”.
          Pero el que se deja llevar del Espíritu y no está bajo la ley judía, encuentra ese otro elenco de realidades positivas, que son los frutos del Espíritu Santo. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. No hay ley humana que pueda desprestigiar este retablo de situaciones virtuosas, y por supuesto  suponen la acción de Dios, por su Espíritu, en el corazón de la vida misma
          Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. Esa es la vocación cristiana a la que Pablo quiere restituir a los gálatas, sin que haya engaños de ninguna clase.

          El evangelio (Lc.11,42-46) recoge las invectivas de Jesús contra los fariseos, y es continuación del evangelio de ayer, en el que Jesús había sido invitado por un fariseo a comer con él, y acabó la cosa con una llamada de atención de Jesús.
          Ahora Jesús amplía el foco y concreta los verdaderos pecados de los fariseos: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. No pretende Jesús que se dejen de cumplir los preceptos menores que tenían en sus leyes. Lo que no quiere es que se queden en eso. “Sin descuidar aquello” del diezmo, lo verdaderamente importante donde tienen que centrarse es en el derecho (las obligaciones de justicia con el prójimo) y en el amor a Dios. Son los dos focos del primer mandamiento, que llevaban sabido de memoria.
          Luego va Jesús dirigiendo su llamada a datos de aparente menor importancia, pero que manifiestan un modo de sentir y pensar, muy común en los fariseos: ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas!
          Al final es que los fariseos son mera apariencia pero están hueros por dentro. Muchos detalles en sus modos de actuar, pero el interior carece de contenido. De ahí que les diga Jesús: ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!».
          Le replicó un maestro de la Ley: -«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros».
            Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos! ». Era una característica de los maestros de la Ley, de la que Jesús también advirtió a las gentes que hicieran lo que decían pero que no hicieran como ellos hacían.

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