jueves, 11 de octubre de 2018

11 octubre: Oración insistente


Liturgia:
                      Pablo se enciende al llegar aquí (Gal.3,1-5) y prorrumpe en un: ¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado? Y con admiración profunda expresa su dolor: ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentaron la figura de Jesucristo en cruz! No puede caber en un corazón ardiente como el de Pablo que después de haber tenido delante los gálatas la imagen del crucificado, ahora hayan podido abandonarlo. Pablo, que no quiere saber otra cosa que a Cristo crucificado, no puede comprender que los gálatas hayan dejado esa mirada y se hayan vuelto a “otro evangelio”. Porque en el evangelio de Jesucristo es en el que han recibido al Espíritu Santo, por aceptar con fe; no por cumplimientos de leyes. Y nueva admiración: ¿Tan estúpidos sois? ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar en la materia? ¡Tan magníficas experiencias que hayan sido en vano…!
          No deja de tener actualidad este texto. Hay muchos que vivieron una vida cristiana, unos principios cristianos, unas bases cristianas, y que –arrastrados por la corriente de “nuevos falsos evangelios” que da el mundo-, han abandonado la fuerza aquella del Espíritu que habían recibido y en el que estuvieron. También a esos  les diría Pablo: “¡Insensatos! que conocisteis a Jesucristo en la cruz, y os habéis ido tras otras figuras sin consistencia. ¿Fueron en vano aquellas experiencias que gozasteis?” Creo que se les puede aplicar muy de frente esta diatriba del apóstol.

          Hoy volvemos al tema que se trató en las Témporas, aunque ampliado, y tomado de otro evangelista, que le da su matiz especial. Lc.11,5-13 nos habla de la fuerza y eficacia de la oración, que en este caso es una oración de petición. Lo expresa, a su estilo, con una parábola que, no por ser breve, pierde fuerza de convicción. Cuenta el “caso” de uno, al que le llegan unos huéspedes inesperadamente, y no tiene pan para darles de comer. Entonces piensa en un amigo al que pedirle que le preste unos panes que él le repondría a día siguiente cuando tuviera oportunidad de hacerlo.
          El amigo no quiere complicaciones y, de hecho, ya tiene a los niños dormidos, la puerta ya está cerrada… No puedo levantarme para dártelos. Y Jesús pone el caso en una insistencia de parte del que se hallaba en el compromiso de atender a sus huéspedes, a los que no puede desairar. E insiste e insiste, de tal modo que el amigo se ve en la necesidad de darle aquellos panes y cuanto necesite.
          Concluye Jesús diciendo que con Dios tenemos que proceder igual: insistiendo en la petición, porque eso abrirá las manos del Señor.
          Y continúa con esa enseñanza de la oración, que es tan importante: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá, porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que llama, se le abre. Y lo corrobora con el mismo ejemplo que puede sacarse de la vida de las personas, quienes -no siendo buenas-, aún tienen corazón para no dar una piedra al hijo que pide pan, ni dar una serpiente cuando le piden pescado; ni dar un escorpión al hijo que pide un huevo.
          Es cierto. También los humanos saben dar cosas buenas a sus hijos. ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden? Estamos ante un caso de oración muy particular: pedir el Espíritu Santo, pedir la gracia de Dios. Esa oración no fallará. Dios puede no dar otras “cosas” que le pedimos, porque no van en el orden de nuestro bien, porque no siempre pedimos lo mejor que podemos necesitar. Pero cuando pedimos la Gracia de Dios, Dios se compromete a dárnosla siempre.
          En las otras peticiones tenemos que proceder con la enorme humildad de pedir “si es la voluntad de Dios”  aquello que pedimos. Y tenemos un caso muy concreto en la misma oración de Jesus en el Huerto, cuando a gritos y con lágrimas suplicó al que podía salvarlo del tormento, pero siempre añadió: pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Y no fue voluntad de Dios liberarlo de aquella angustia que le venía por su pasión inminente. Sin embargo nos dirá en el mismo texto de la carta a los hebreos que fue escuchado, y en el evangelio se nos dice ese misterioso ángel que le confortaba, no para dejar el camino de la pasión sino para enfrentarlo. Fue escuchado. Pero no en la línea de la petición, sino en la línea de recibir Espíritu Santo.
          Pues esa es la conclusión de este evangelio. Como al niño pequeño que se empeña en coger el cuchillo, y su padre no se lo da, pero le da ya el pan cortado.

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