martes, 16 de octubre de 2018

16 octubre: Verdad frente a hipocresía


Liturgia:
                      Sigue Pablo queriendo mostrar a los gálatas el camino del verdadero evangelio que él les predicó. Y comienza (4,31-5,6) con una afirmación básica: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Es como el paradigma de todo lo que quiere enseñar y trasmitir a aquella comunidad. Eso lleva una consecuencia lógica: Por tanto manteneos firmes y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Pablo tiene muy claro, porque él lo ha vivido con fanatismo, que el seguir los pasos de los judaizantes que los quieren llevar a la circuncisión, es un modo de esclavización, porque todo el que se circuncida tiene que someterse a la ley judía: Mirad lo que os digo, yo Pablo: Si os circuncidáis, Cristo no es servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncide tiene el deber de observar la ley entera. Habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia.
          Y pone la contraprestación de los que no han seguido ese camino…, la realidad del propio Pablo: Para nosotros la esperanza del perdón que aguardamos es obra del Espíritu Santo, por medio de la fe, pues como cristianos da igual estar circuncidados o no estarlo; lo único que cuenta en la práctica es el amor.

          En el evangelio tenemos una de las invitaciones que algún fariseo hizo a Jesús para comer en su casa. (Lc.11,37-41). Jesús no rehusaba aquellas invitaciones, como no rehusaba la que le hicieron los publicanos con ocasión de la vocación de Mateo. Jesús acudía adonde le querían tener consigo, pero –eso sí- con la mayor libertad de espíritu para que nadie se apropiara de él para sus conveniencias. Y ocurrió que el fariseo de turno se sorprendió de que Jesús se pusiera directamente a la mesa, sin hacer las abluciones rituales, que era un lavatorio de manos especial antes de comer.
          Los judíos cuidaban algunos preceptos externos como señales de su identidad religiosa, comenta González Buelta. Lavarse las manos antes de comer es una medida de higiene. Y lo que Jesús pretende es no quedarse ahí, mientras en el corazón se acumula la corrupción, y se esconden la mentira y la traición en las relaciones humanas, que rompen la vida, mientras se cuidan las apariencias con rituales sociales y religiosos. En los fariseos se daba esa hipocresía, que contagia la masa con sus mentiras. (cf. González Buelta).
          Jesús se dirigió al fariseo y le dijo: Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro rebosáis de robos y maldades. Esta vez es Jesús el que entra a reprobar las falsas formas de religión. Por lo general son los fariseos los que entran siempre a atacar alguna cosa de Jesús. Esta vez es Jesús quien toma la iniciativa. Y le hace caer en la cuenta a él y a los seguramente otros comensales, que Dios hizo lo de dentro y lo de fuera. Y concluye con una afirmación que va mucho más allá que lo que se estaba ventilando: Dad limosna de lo de dentro y lo tendréis limpio todo. La verdad es que la tal conclusión se va un poco del contexto general, y posiblemente tiene mucho más recorrido que el tema de la limosna propiamente dicha. O dicho de otra manera: un corazón honrado es un puñado de levadura evangélica, un regalo de vida sana para todos (ib.).

          Nos podríamos imaginar invitando cada uno de nosotros a Jesús. Y cada uno con nuestras personales maneras de entender el modo de agasajarlo. Es evidente que en más de una ocasión íbamos a estar más pendientes de detalles externos que quedaran bien. No es por decirlo así en negativo: es que mirando nuestras formas habituales religiosas, tenemos que comprender que tenemos nuestros personales “rituales” de rezos y costumbres. Si supiéramos hacer un análisis de nuestro estilo de vida espiritual, es posible que descubriéramos que más de una vez nos quedamos en lo exterior, y que aquello que hacemos no penetra en el corazón. ¿Qué nos podría decir Jesús si se hallase presente en esas “invitaciones” nuestras?
          No nos iba a decir, seguramente, ni “necios”, ni “hipócritas” pero es posible que nos dijera que andamos despistadillos. Y como es un tema que me va mucho a la mano, ¿qué podría decirnos el Señor ante esas confesiones en las que presentamos nuestra tira de fallos…, pero para repetirlos igual a la confesión siguiente? ¿No tendría Jesús que hacernos una reconvención amorosa sobre la nulidad de nuestros leves propósitos? Porque algo hay en “lo de fuera” [=la confesión], que no llega a entrar dentro del alma para adelante [=el sacramento] que exige para tener valor un serio propósito de mejorar siquiera en alguna línea. [Mañana, ¿qué?].

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