jueves, 31 de mayo de 2018

31 mayo: Fin del mes de María


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Visita de María a Isabel
          Concluimos el Mes de Mayo con una fiesta mariana: la visita de María a Isabel, apenas supo que ésta estaba embarazada, según el aviso y prueba que le aportó el ángel de la anunciación. María, ya madre del Hijo del Altísimo, se pone en camino desde Nazaret a las montañas de Judea, para atender a su parienta mayor, un largo y pesado viaje por caminos incómodos que requerían de varios días.
          Lo importante de este recuerdo litúrgico es ver a María en actitud de servicio, precisamente cuando ya se sabe privilegiada de Dios, a cuyo Hijo lleva en sus entrañas maternales.
          Es un espejo para mirarnos. La tentación de “hacernos grandes” y el deseo de “ser servidos”, queda con un claro mentís en la actitud de María, que aprovecha la oportunidad para declararse por segunda vez “esclava del Señor”, admirada de que Dios haya puesto sus ojos en su pequeñez.

Liturgia:
                      Entre las 2 primeras lecturas, a escoger, yo prefiero la de Rom.12,9-16 porque es mucho más expresiva de lo que es una actitud de persona que ha elegido el camino de Dios.
          La caridad de María no es nunca una farsa; para ella vale de pleno esa exhortación: aborreced lo malo, apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo.
          La actividad de María, ardiente, sirviendo contantemente al Señor, firme en la tribulación y asidua en la oración.
          Alegre con los que están legres y sabiendo ponerse junto al que está triste, teniendo un trato igual para con todos, por saberse poner del lado de la gente humilde.
          Son unas pinceladas en la personalidad de María, aprovechando la llamada que Pablo hacía a sus fieles de Roma.

          La lectura de Sofonías (3,14-18) encaja menos al describir a María y más bien es una referencia al Hijo que María lleva en sus entrañas, que está en medio de Israel, llevado por la presencia de María.

          El evangelio es el de la visitación: Lc.1,39-56. En él se nos van describiendo los pasos de aquella visita, cuando al llegar María a la casa de Zacarías e Isabel, ésta -con una inspiración del cielo, llena de Espíritu Santo- prorrumpe en una alabanza hacia la madre de su Señor, porque ¿quién es ella para que vaya a visitarla? Bendita tú entre las mujeres y vendido el fruto de tu vientre.
          Isabel ha sentido que su hijo, en su seno, daba saltos de gozo al escuchar la voz de María, y la alaba porque ella ha creído en el anuncio que Dios le había hecho, anuncio que Isabel afirma que se cumplirá.
          No se dice nada de Zacarías quien era mudo pero no sordo, y que debió salir precipitadamente al oír las exclamaciones de su esposa. Y aunque él no podía manifestar de palabra la misma admiración, sí podía hacerlo con sus gestos. Estaba haciéndose muy consciente de la importancia de aquella visita, y vivió la alegría del encuentro mientras acogía en su casa a la parienta de su esposa.
          Por su parte, María se ha sumido en éxtasis de alabanza a Dios, porque aunque ella es la que está celebrada por Isabel, María quiere que toda esa celebración y alabanza sea elevada a Dios: Proclama mi alma que Dios es grande porque Él ha sido quien se ha fijado en mí, pequeña y esclava. A más grandeza, la de Dios, mayor alabanza desde lo pequeño que Mará reconoce en sí. Si bien no niega que en esa pequeñez Dios ha hecho cosas grandes porque su misericordia llega a sus fieles, de generación en generación. Cuanto hay en María, es pura misericordia de Dios. No tenía ella méritos para ganarse aquel favor y elección de Dios.
          Pero Él hace proezas con su brazo: escoge a los de clase humilde y rechaza a los que se creen algo y caen en la soberbia. Deja a un lado a los que lo tienen todo y se fija en los que pasan necesidad. Derriba del trono a los que se encumbran y abraza a los sencillos.
          Es un himno lleno de teología evangélica, como Jesús enseñará después que los primeros serán últimos y los últimos primeros.
          Y María se quedó en casa de Zacarías e Isabel hasta que Isabel dio a luz a Juan, que nace ya santificado por ese encuentro que hubo entre los dos hijos, en el seno de sus madres.

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