martes, 29 de mayo de 2018

29 mayo: Dejarlo todo


MARÍA Y JESÚS
          No se entiende a María sin Jesús. María está donde está porque aceptó la encarnación del Hijo de Dios. Y vivió ya su vida pendiente de Jesús. En Belén, en Nazaret –infancia, adolescencia, juventud de Jesús-, en el humilde silencio de los 3 años de la vida pública de Jesús, en la Pasión, en Pentecostés… Nazaret fue la gran escuela de Jesús. Porque aunque el Niño asistiera a las escuelas rabínicas, la gran influencia que recibió la tuvo en María y en José. Ellos fueron los grandes educadores del niño. Y en último término, más lo fue María, que dirigió los detalles de la vida de Jesús mientras José había de salir a su trabajo.
          Nosotros vivimos bajo la mirada de María, y bajo su magisterio maternal hemos de dirigir nuestros pasos. Que otra cosa sería el mundo si mirara más a María para aprender de su estilo.

Liturgia:
                      Las cartas de san Pedro son menos conocidas y menos utilizadas que las de San Pablo. Eso hace que nos resulten más arduas las del Príncipe de los Apóstoles y con más dificultad de uso.
          En 1Pe.1,10-16 –texto que tenemos hoy- Pedro nos habla de la acción del Espíritu ya en tiempo de los profetas, a los que se les revelaba para tiempos futuros que son los nuestros y, por tanto, para nuestro aprendizaje. Lo cual hoy nos llega por medio de predicadores, que nos ponen al corriente de aquello que el Espíritu quiso comunicar, para lo que debemos estar debidamente preparados.
          Por lo pronto, nuestra actitud de hijos obedientes debe hacer que no nos amoldemos a las costumbres paganas, que teníamos en tiempos de nuestra ignorancia. Lo que dicho de otra forma equivale a exhortarnos a formarnos constantemente y no dar por sabido lo que tenemos que vivir en nuestra vida cristiana. Porque “ignorancia” no es sólo no saber sino no aprender lo que debemos de ir aprendiendo continuamente. Y todo ello para vivir una vida más comprometida: la que se formula en esa palabra final: Seréis santos porque Yo, el Señor, soy santo.

          No se ha acabado el episodio del joven rico. Colea la reacción de los apóstoles, que se han quedado impactados por la palabra de Jesús. Eso sí: ellos están muy seguros de estar viviendo esa pobreza que Jesús exige para vivir el Reino. En Mc.10,28-31, Simón Pedro reivindica para los Doce una promesa especial. Porque nosotros lo hemos dejado todo. Y en consecuencia, “¿qué nos toca”?
          Yo me atrevo a adelantarme a la respuesta de Jesús y plantearle a Pedro y a Juan y a Tomás…, etc., si realmente lo han dejado todo. Y me podrán decir que han dejado las redes, la barca, la familia… De acuerdo. Pero ¿se han dejado a sí mismos? Porque entre ellos hay una constante tendencia a “ser el primero”, “el de la derecha”, “el más importante”… Y eso no lo han dejado.
          ¿Por qué plantearlo así? –Porque quiero que sea útil para nosotros. Es cierto que ellos habían dejado lo de más importancia. Como podemos sentirnos nosotros cuando ya tenemos una vida más fiel a la voluntad de Dios. Pero ¿Y los detalles? ¿Y dejar a un lado nuestros pensamientos fijos, nuestros juicios, nuestras seguridades de carácter, nuestros genios, nuestro ponernos por delante de los otros…?
          Estaremos posiblemente en estratos de fidelidad en las cosas grandes (que no es tampoco evidente en todos). Pero suponiendo que lo estemos, ¿cómo miramos las cosas pequeñas de la vida diaria, en lo familiar, relacional, caritativo…, en los criterios acordes al evangelio, en no quedarnos parados donde estamos sino sabiendo que algo nuevo se nos pide en nuestro caminar diario?
          Jesús dio por bueno lo mucho que habían dejado en las cosas grandes y respondió a Simón que vosotros, los que habéis dejado casa, padres, hermanos, tierras o hijos, recibiréis cien veces más en este mundo y luego la vida eterna. Eso sí: “con persecuciones”…, con contrariedades, con dificultades… Pero vais a tener lo equivalente superior a los padres y hermanos, hijos y tierras… Aun en esta vida vais a experimentar el gozo y la paz de haber liberado el espíritu. No sin lucha diaria y teniendo que presentar batalla para mantener la fidelidad a la voluntad de Dios. La vida del hombre espiritual es gozosa. Pero lleva consigo muchas negaciones de gustos y formas personales.

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