sábado, 26 de mayo de 2018

26 mayo: Ser como niños


AVE MARÍA PURÍSIMA
          Un saludo frecuente entre la gente piadosa. Una confesión de fe en la inmaculada concepción de la Virgen María y su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto. La mujer purísima en todo instante de su vida.
          Las gentes piadosas se saludan con esa palabra y con ella honran a María Santísima en uno de sus privilegios notables, que vienen a ser el marco de su Maternidad divina. Porque “Madre de Dios”, en ningún segundo de su existencia estuvo en roce con el pecado. Porque “purísima” no sólo es referencia a la virginidad sino a su realidad de enemistad total con el mal, con el pecado, con el demonio, que no pudo jamás inficionarla. Es muy bella la descripción de Apocalipsis 12, en la que queda patente la defensa que Dios hace de María frente a la tentativa diabólica de mancharla con su baba.

Liturgia:
                      Nuevas recomendaciones de Santiago (5,13-20). La primera se considera la alusión a lo que sería el Sacramento de la Unción de los enfermos. ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo. Y la oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo perdonará.
          Luego pasa a una recomendación que no es sacramental: “confesaos unos a otros”. Es una manifestación humilde de las propias culpas que se hace ante miembros de la comunidad, no como equivalente al sacramento sino como expansión del espíritu y liberación del peso psicológico del pecado. Comunicar la propia situación es ya un modo de liberarse. Eso lo tenemos visto en la vida diaria: la gente necesita expresarse, ser escuchada. De ahí el éxito que tienen los psicólogos cuando la gente ha perdido la gran solución de acudir al confesor.
          Mucho puede hacer la oracion del justo, es otra de las afirmaciones del apóstol. Para concluir con la necesidad de la corrección fraterna, porque si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo encamina, sabed que uno que convierte al pecador de su extravío, se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados.

          El evangelio de Marcos nos presenta a Jesús acogiendo a unos niños que le han presentado (10,13-16). De una parte los discípulos intentan impedirlo para que no molesten al Maestro. A la otra parte es Jesús quien quiere que dejen a los niños acercarse a él.
          No perdamos de vista el contexto: ayer los apóstoles se admiraban de la exigencia de Jesús con los casados, a los que tiene Jesús que expresar como “adúlteros” si dejan a su cónyuge y se casan con tercera persona. Y en ese contexto, Jesús ahora quiere que dejen a los niños acercarse a él porque de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro: el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. ¿Entendemos ahora mejor esta preferencia por los que son como niños, supuesto el contexto en que está situado este hecho?
          Diremos que el mundo de hoy no entiende el lenguaje de Cristo. Es de temer que ya no lo entienden ni aquellos católicos que se han encontrado con el problema del divorcio en sus propias carnes o en alguien de la familia. Es de temer que el criterio que reina en la sociedad sin principios ni valores y que da todo por bueno, esté acabando de inficionar a los mismos creyentes, que ya se tambalean en sus criterios de siempre, afectados por el modo del mundo y los pensamientos del mundo. Han perdido la “inocencia del niño”, ya no son “como niños en la aceptación del Reino de Dios”. He ahí por qué está situado este tema a renglón seguido del que tuvimos ayer. La fe que se nos pide es la fe ciega que acoge, acepta y aplica los criterios de Cristo por encima de toda la avalancha de pensamientos mundanos que reptan en una sociedad que desprecia todo valor objetivo y sólo se rige por su apetencia placentera del gozo inmediato y la vida hecha de mantequilla para aceptar todo lo que sea más fácil. Se nos pide la “fe del niño”, la fe que acepta a ciegas, aunque en el niño sólo vaya aún en plano de su fe “en los mayores”.
          Jesús los abrazaba y los bendecía porque encontraba en ellos esa alma virgen que deja esculpir en su vida –en el caso que Jesús está tratando- todo lo bueno de la confianza total en la palabra que se les siembra.

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