martes, 22 de mayo de 2018

22 mayo: Ser como niños


CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA
          La alegría es un don de Dios. Dios es alegre. La unión a Dios hace personas alegres. María es alegre y es fuente de alegría. El saludo del ángel que la llama “Agraciada” expresa una mujer que rezuma gracia y sencillez. Y no podía ser menos porque la elección que Dios hace de ella era ya suficiente para rebosar de gozo, para que su sonrisa se expandiera y dentro de su corazón brillaran sus sentimientos de alegría. Me llamarán feliz todas las generaciones. Y es que verdaderamente María era una muchacha feliz. Fue una mujer feliz. Su labor de Nazaret, sabiéndose madre de aquella familia, con su misión de llevar adelante al Niño –el Hijo del Altísimo-, ya eran motivos suficientes para que su alegría fuera completa. La Virgen de la mañana de resurrección fue la explosión más profunda de su alegría. Y nos quiere hijos alegres por encima de toda realidad.

Liturgia:
                      Después de leer la 1ª lectura (de Santiago 4,1-10) tengo la tentación de dejar el texto tal cual, porque es tan evidente que bien vale la pena presentarlo y dejar que se piense despacio.
          Dice así: ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada; lucháis y os hacéis la guerra y no obtenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer a vuestras pasiones.
¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios.
¿O es que pensáis que la Escritura dice en vano: «El espíritu que habita en nosotros inclina a la envidia»? Pero la gracia que concede es todavía mayor; por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes».
Por tanto, sed humildes ante Dios, pero resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Lavaos las manos, pecadores; purificad el corazón, los inconstantes. Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad; que vuestra risa se convierta en duelo y vuestra alegría en aflicción. Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.

El evangelio es de Marcos (9,29-36). Jesús va instruyendo a sus discípulos y no hace otra actividad ni pretende ser reconocido por las gentes.  Lo que les intenta hacer comprender es, nuevamente, el mensaje de su pasión y muerte futuras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán. Y después de su muerte, a los tres días resucitará. Y esto que estaba tan diáfano, los discípulos no lo entienden y les daba miedo preguntarle. A lo mejor es que no querían entender porque aquello no encajaba en sus pensamientos. Pensamientos que eluden la realidad y se enfrascan en discusiones absurdas de quién de ellos era el más importante. Parece como que escondiendo la verdad no va a ocurrir.
Y Jesús, llegados a casa, les pregunta de qué discutían por el camino, a lo que ellos no saben contestar, no quieren contestar. Y Jesús, que es más lince que ellos, les sale al paso con la respuesta que necesitan: Se sienta, los llama, y les dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Jesús les ha ido a la mano. Ellos no quieren decir de qué han discutido pero Jesús les habla de lo que es  el verdadero orden de importancia: el del servicio al otro. Y pasando de las palabras a la “parábola en acción”…: tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
          El niño le es el símbolo de la inocencia, de ir en verdad, de no andar en secretos, en no ir con recovecos… Y lo pone en medio y se lo presenta a ellos para que tomen pie de esa actitud para acoger la verdad de Jesús y para que salgan de sus pensamientos.
          Es que acoger al niño –las características del niño-, es acoger a Jesús mismo, y acoger a Jesús es acoger al mismo Padre del Cielo. que envió a Jesús.

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