domingo, 13 de mayo de 2018

13 mayo: El triunfo total


13 mayo: La Virgen de Fátima
          No se celebrará hoy este recuerdo litúrgico porque hoy es el DÍA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. No obstante la devoción mariana nos pide hoy una rememoración especial hacia esta advocación de María, de tan arraigada memoria en el pueblo.
          El “argumento” básico de esta fecha es EL REZO DEL SANTO ROSARIO, con una intención muy especial por la conversión de los pueblos alejados de la fe y con planteamientos ateos en sus concepciones políticas. En aquel momento de las apariciones estaba centrado el tema en la conversión de Rusia. Pero bien podemos comprender que no es la única amenaza contra la fe católica. Por eso podemos extender nuestra intención hacia las otras muchas situaciones que hoy tienen organizada la persecución contra la fe cristiana.

Liturgia: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
                      La 1ª lectura, de los Hechos (1,1-11) revela un cuadro muy completo del contexto de la ascensión. Empieza recordando las apariciones que tuvieron lugar el día de resurrección, para manifestarle a los apóstoles y discípulos que estaba vivo, y cómo en ese período les habló del Reino de Dios.
          Hace parada más concreta en la aparición que el propio autor –Lucas- narró en la que comió con ellos y les advirtió que no dejaran Jerusalén hasta que recibiesen el Espíritu Santo, la promesa del Padre de la que él les había hablado.
          Y llegado el día y la hora determinada por Dios, Jesús los saca al monte. Los discípulos lo rodean con toda su curiosidad para preguntar si es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel, a lo que Jesús les da una respuesta evasiva: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos hasta los confines del mundo.
          Y lo vieron levantarse hasta que una nube se los ocultó de la vista. Ellos miraban, y se aparecen dos jóvenes con vestiduras blancas que les dicen: ¿Qué hacéis ahí parados mirando al Cielo? El mismo Jesús que habéis visto subir al Cielo, bajará como le habéis visto marcharse. Lo que puede muy bien traducirse por una advertencia de que no nos quedemos embobados mirando hacia arriba, cuando tenemos que descubrir a Jesucristo en la realidad concreta en la que vivimos: en las personas con las que estamos, en los necesitados, en la familia, en las personas con las que nos cruzamos por la calle. Ahí es donde hay que descubrir ahora la presencia de Jesús.

          Lo que en el evangelio de Marcos (16,15-20) se expresa por esa acción propia del cristiano que es ir al mundo a enseñar el Evangelio, y a que las actitudes de cada cual equivalgan a “echar demonios (=pecado) en el nombre de Cristo, porque hay que tener un modo nuevo de vivir, un lenguaje nuevo, un apartarse seriamente de las malas ocasiones, de tal manera que las serpientes (=tentaciones) no hagan daño, sino que por el contrario curen enfermedades del alma por la imposición de la manos (=de la fuerza de la gracia de Dios), que debe ser la actitud que exprese las señales distintivas del verdadero creyente.
          Y dicho esto, Jesús ascendió al Cielo, y se sentó a la derecha de Dios.
          Ellos fueron proclamando el Evangelio por todas partes, y Dios cooperaba con su gracia y confirmaba la palabra con signos que los acompañaban.

          También en la 2ª lectura (Ef1,12-23) habla Pablo del misterio que hoy contemplamos: que Dios os revele la grandeza de su poder, que desplegó en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo nombre conocido.
          Este triunfo de Cristo se trasmite a la Iglesia; él es la Cabeza; la Iglesia es su Cuerpo.
         
          Todo esto lo vivimos fuertemente en la EUCARISTÍA donde se condensa toda la obra de Jesucristo, a quien celebramos gozosamente en este misterio que lo encierra todo y que nos proyecta a nosotros a seguir junto a Cristo y tras de Cristo, ese movimiento ascendente por el que vivamos más en el cielo que en la bajeza de la tierra.




          En el día en que celebramos el triunfo definitivo del Señor, oramos a Dios con el deseo de acompañar un día a Jesús en nuestro camino hacia el Cielo.

-         Que sepamos mirar hacia donde ya ha llegado Jesús, y despeguemos nuestra mirada de las cosas de la tierra. Roguemos al Señor

-         Que sepamos también volver los ojos a las necesidades de los semejantes, en los que Cristo se hace ahora presente. Roguemos al Señor.

-         Que nuestras obras sean signo de la acción de Jesús en nosotros. Roguemos al Señor.

-         Que en la EUCARISTÍA sepamos unir lo que es mirar al Cielo y atender a los que tenemos a nuestro lado. Roguemos al Señor.


Te pedimos, Señor, que tu venida al mundo sea eficaz para tantas criaturas que aun no te han conocido. Y que seamos testimonio de que has vivido entre nosotros.
          Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.

1 comentario:

  1. Galileos,¿ qué hacéis mirando al cielo? De la misma manera que lo habéis visto marcharse al cielo, volverá. ¡Aleluya!
    Con la Ascensión de Jesús acaba su estancia en la tierra. "Todo se ha cumplido", dijo en la Cruz. Ahora lo vemos resucitado y es la prueba de que ha vencido a la Muerte y al pecado. Redimido el Hombre, su Misión ha terminado y regresa a la eternidad. Él ha terminado; sus Discípulos no acaban de entender que ahora les espera a ellos llevar la BUENA NUEVA del Evangelio. La esencia de la Iglesia es misionera. También nosotros somos apóstoles y tenemos que llevar el conocimiento de Jesús y de su amor salvador por toda la tierra. El Espíritu Santo nos asistirá en esta misión ardua y gratificante.

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