Puede ser sencillamente que así se llamaba. Un nombre, por
lo demás, muy hebreo y que ya habían llevado varias mujeres señaladas en la
historia del pueblo de Israel. Un nombre común.
Me gusta pensar que MARÍA era un nombre por el que Dios
conocía a aquella muchacha. Su nombre “era” de antemano MARÍA, como nombre
elegido de Dios para expresar a la “agraciada”, “llena de gracia”, de tal
manera que en el saludo primero del ángel no la nombra con su nombre sino con
el “llena de gracia”, como si viniera
a ser equivalente lo uno por lo otro.
Dicen algunos que “María” significa “la amarga” y quieren
referirla a la Virgen dolorosa al pie de la cruz. Pero pienso que no le encaja
a María porque ella no fue nunca una mujer amargada sino dolorosa en su
momento. Por lo demás es “causa de nuestra alegría” porque ella es
esencialmente alegre.
Liturgia:
Ayer tocaba San Pedro la idea de la
salvación y la santidad, concluyendo con las palabras del Señor: Sed santos porque yo soy santo”. Hoy (1Pe.1,18-25)
se eleva a la redención que nos salva a precio de la sangre de Cristo. Por él
creemos en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio la gloria.
Ahora, pues, estáis purificados por vuestra respuesta a la
verdad. Y eso se manifiesta en que llegáis a quereros como hermanos con un amor
intenso de corazón. Mirad que habéis
vuelto a nacer de un padre inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y
duradera que permanece para siempre. Esa
es la palabra del Evangelio que os anunciamos.
El evangelio de Mc (10,32-45) es un contraste muy fuerte
entre el pensamiento de Jesús y el de dos de sus apóstoles. Se repite lo que
tuvimos hace pocos días: mientras Jesús va anunciando su pasión y su muerte,
los discípulos están en la onda de sus bajos intereses.
Ya en el camino Jesús “se
les adelantaba”. Caminaba como quien lleva prisa, hasta el punto que sus
discípulos se extrañaban e iban
asustados.
¿Adónde camina Jesús con esa prisa? Tomó aparte a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder:
“Mirad que estamos llegando a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado
a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los gentiles, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo
matarán; y a los tres días resucitará”. El panorama no podía ser más
sombrío y el anuncio más triste. Cierto que con un final luminoso pero que yo
digo siempre que de eso no se enteraban, ofuscados ya por todo lo anterior.
Pues bien: en medio de todo eso, los dos hijos de Zebedeo
se le acercan con cierto sigilo porque: Maestro,
queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Ya la forma de plantearlo es
fea. Ponen delante lo que “ellos quieren”, “lo que van a pedir”, pretenden que
Jesús lo haga.
¿Y qué quieren?, les pregunta Jesús: -Concédenos sentarnos a uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu
gloria. En tu triunfo. En tu dominio. Evidentemente no estaba en la órbita
de una gloria sobrenatural. Y Jesús tiene que decirles: -No sabéis lo que pedís.
Y les cambia ese planteamiento egoísta por otro completamente diferente pero
con una connotación atractiva: que es “estar con Jesús”: ¿podéis beber el cáliz que yo voy a beber y ser bautizados con el
bautismo con que yo voy a ser bautizado? Yo digo que no entendieron ni una
palabra, salvo que era CON ÉL, con Jesús. Y respondieron: -Lo somos A lo que asintió Jesús: Así será. Pero lo de “la derecha
y la izquierda” no es cosa que os toque pensar a vosotros. Eso será decisión de
Dios.
Decimos de Juan y Santiago, los dos protagonistas de la
escena. Pero los otros no se quedaban detrás en su ambición, y la prueba es lo
a mal que llevaron aquel intento de los dos compañeros. Tuvo Jesús que hacer lo
que tantas veces: sentarse y comenzar de nuevo la catequesis… Los jefes de los pueblos mandan y tiranizan.
No así entre vosotros, antes el que quiera ser servido y ser grande entre
vosotros, que se ponga a servir, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de
todos. Porque el Hijo del hombre no vino
a ser servido sino a servir y dar su vida en rescata por todos.
La lección vale para todos y para cualquier circunstancia.
El evangelio es vivo y nos cuestiona a nosotros.
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