miércoles, 30 de mayo de 2018

30 mayo: ¿Podeis beber el cáliz?


El nombre de la virgen era MARÍA.
          Puede ser sencillamente que así se llamaba. Un nombre, por lo demás, muy hebreo y que ya habían llevado varias mujeres señaladas en la historia del pueblo de Israel. Un nombre común.
          Me gusta pensar que MARÍA era un nombre por el que Dios conocía a aquella muchacha. Su nombre “era” de antemano MARÍA, como nombre elegido de Dios para expresar a la “agraciada”, “llena de gracia”, de tal manera que en el saludo primero del ángel no la nombra con su nombre sino con el “llena de gracia”, como si viniera a ser equivalente lo uno por lo otro.
          Dicen algunos que “María” significa “la amarga” y quieren referirla a la Virgen dolorosa al pie de la cruz. Pero pienso que no le encaja a María porque ella no fue nunca una mujer amargada sino dolorosa en su momento. Por lo demás es “causa de nuestra alegría” porque ella es esencialmente alegre.

Liturgia:
                      Ayer tocaba San Pedro la idea de la salvación y la santidad, concluyendo con las palabras del Señor: Sed santos porque yo soy santo”. Hoy (1Pe.1,18-25) se eleva a la redención que nos salva a precio de la sangre de Cristo. Por él creemos en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio la gloria.
          Ahora, pues, estáis purificados por vuestra respuesta a la verdad. Y eso se manifiesta en que llegáis a quereros como hermanos con un amor intenso de corazón. Mirad que habéis vuelto a nacer de un padre inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera que permanece para siempre. Esa es la palabra del Evangelio que os anunciamos.

          El evangelio de Mc (10,32-45) es un contraste muy fuerte entre el pensamiento de Jesús y el de dos de sus apóstoles. Se repite lo que tuvimos hace pocos días: mientras Jesús va anunciando su pasión y su muerte, los discípulos están en la onda de sus bajos intereses.
          Ya en el camino Jesús “se les adelantaba”. Caminaba como quien lleva prisa, hasta el punto que sus discípulos se extrañaban  e iban asustados.
          ¿Adónde camina Jesús con esa prisa? Tomó aparte a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: “Mirad que estamos llegando a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará”. El panorama no podía ser más sombrío y el anuncio más triste. Cierto que con un final luminoso pero que yo digo siempre que de eso no se enteraban, ofuscados ya por todo lo anterior.
          Pues bien: en medio de todo eso, los dos hijos de Zebedeo se le acercan con cierto sigilo porque: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Ya la forma de plantearlo es fea. Ponen delante lo que “ellos quieren”, “lo que van a pedir”, pretenden que Jesús lo haga.
          ¿Y qué quieren?, les pregunta Jesús: -Concédenos sentarnos a uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria. En tu triunfo. En tu dominio. Evidentemente no estaba en la órbita de una gloria sobrenatural. Y Jesús tiene que decirles: -No sabéis lo que pedís. Y les cambia ese planteamiento egoísta por otro completamente diferente pero con una connotación atractiva: que es “estar con Jesús”: ¿podéis beber el cáliz que yo voy a beber y ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? Yo digo que no entendieron ni una palabra, salvo que era CON ÉL, con Jesús. Y respondieron: -Lo somos A lo que asintió Jesús: Así será. Pero lo de “la derecha y la izquierda” no es cosa que os toque pensar a vosotros. Eso será decisión de Dios.
          Decimos de Juan y Santiago, los dos protagonistas de la escena. Pero los otros no se quedaban detrás en su ambición, y la prueba es lo a mal que llevaron aquel intento de los dos compañeros. Tuvo Jesús que hacer lo que tantas veces: sentarse y comenzar de nuevo la catequesis… Los jefes de los pueblos mandan y tiranizan. No así entre vosotros, antes el que quiera ser servido y ser grande entre vosotros, que se ponga a servir, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescata por todos.
          La lección vale para todos y para cualquier circunstancia. El evangelio es vivo y nos cuestiona a nosotros.

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