viernes, 9 de febrero de 2018

9 febrero: Las maravillas del mundo

Liturgia:
                      Tiene poco que explicar la 1ª lectura de hoy (1Reg.11, 29-32 y 12.19). Es una profecía en acción, con el profeta que rasga su manto nuevo en 12 partes ante Jeroboán, hijo de Salomón. A él le da 10 trozos, indicando que le tocan 10 tribus, pero dos se las reserva a Salomón, porque es el descendiente de David que dará perpetuidad a la dinastía. Todo como se le había anunciado a Salomón cuando perdió el favor de Dios, pero no se pierde la promesa hecha a David, su padre.

          El evangelio es corto pero está muy dramatizado en su desarrollo (Mc.7,31-37). Jesús ha dejado el territorio de la mujer cananea (a la que veíamos ayer) y se ha venido hacia el lago de Galilea. Allí le presentan a un sordo, que tampoco podía apenas hablar, y le piden que le imponga las manos para que se cure.
          Jesús esta vez no hace su obra a la vista de todos. Se lleva al enfermo a un lugar aparte y allí realiza unos suaves rituales: le toca con los dedos los oídos, y con la saliva le toca la lengua. La saliva es considerada un vehículo de sanación, cosa que no puede extrañarnos porque es también instintivo en nosotros ante alguna herida. Jesús con su saliva le tocó la lengua al sordomudo (o casi sordomudo), y pronunció una palabra que parece un conjuro y que en realidad era una oración: Effetá (que significa: “ábrete”, y el hombre se puso a hablar expeditamente, porque se abrieron sus oídos y se le soltó la traba de la lengua, y ahora hablaba sin dificultad.
          Allí, en aquel apartado, pero no tan lejos de la gente que no estuviera observando lo que ocurría, Jesús pretende que el hombre curado no muestre su alegría a la vista de todos…, o que las gentes –que han seguido el proceso aquel-, guarden silencio… Un imposible porque tanto el que estuvo sordomudo como la gente, proclaman lo ocurrido. Y cuanto más quería Jesús que no se dijera, más alto lo proclamaban ellos.
          Y en el paroxismo de aquel momento, afirman ya que todo lo hizo bien: hace hablar a los mudos y oír a los sordos. La verdad es que ¿quién podía callarse ante lo que acababan de ver? Máxime aquel hombre que se veía ahora normal para poder comunicar el favor que ha recibido.

          Debiera ser la reacción que expresáramos tantas veces, cuando hemos salido de un túnel de la vida, unas veces en situaciones difíciles familiares, sociales, laborales…, otras veces ante una salud recuperada o en vías de recuperación: deberíamos salir a los cuatro vientos gritando de gozo en acción de gracias porque aquello se quedó resuelto. Y que nada ni nadie pudiera hacernos callar.
          Luego hay “favores menores”, es decir, menos llamativos que hablar un mudo u oír un sordo, y que sin embargo son verdaderos regalos que recibimos de Dios. Recordarán aquel ejercicio de clase en el que preguntaron cuáles eran las maravillas del mundo. Y una niña escribió: poder ver, poder oír, poder hablar, poder tocar, poder oler y poder amar. Es, en efecto, eso diario lo que debe ser reconocido como inmenso don que estamos recibiendo de Dios, sin apenas darnos cuenta de ello. Poder respirar, poder digerir, poder vivir la funciones de nuestro cuerpo…, todo eso que está funcionando día y noche sin que seamos conscientes de ello, todo es un regalo que tenemos que saber agradecer y saber proclamar.
          Hoy se tiende a atribuirlo todo a “la naturaleza” como si la naturaleza se hubiera inventado y diseñado todo ese microcosmos de la persona. Porque si es “la naturaleza” el artífice de tales maravillas que encierran millones y millones de elementos en concordancia para realizar esas funciones, habremos de concluir que a esa naturaleza tuvo que dotarla alguien de unas perfecciones tan sublimes que pudieran “crear” la maravilla del ser humano…, y hasta las maravillas inenarrables que hay en cada ser creado, desde la fecundidad de la tierra a la vitalidad de las plantas, y el miniorganismo de un mosquito diminuto en el que se desarrollan todas las funciones de la vida animal. “Sabia naturaleza”, divina naturaleza, sublime naturaleza…, a la que finalmente no hay más remedio que reconocer que es la mano de un Dios que está por encima de todo y ha dibujado con caracteres inenarrables la sublime maravilla del mundo y del hombre (como el ser más avanzado de la creación).

          ¿No es para gritarlo a los cuatro vientos, y que no haya nada ni nadie que pueda hacernos callar?

1 comentario:

  1. Nuestra sociedad no siempre hace buen uso de la lengüa: tan pronto se le paraliza para hablar de lo que debe como se le suelta para decir lo que no debe sin estar seguro y mentir despiadadamente. Hablamos con las personas que hemos elegido o que nos interesan, pero a las demás podemos ignorarlas, ni las vemos, ni las oímos. Lo mismo sucede con las que no piensan como nosotros. Sus palabras y sus razonamientos nos resbalan y las necesidades que pudieran tener no las oimos. No nos acordamos nunca de pedir al Señor que abra nuestros oidos y que nos enteremos de las cosas y que podamos ser justos y podamos decir buenas palabras.No podemos olvidar nunca que somos hijos de Dios, creados por Dios , que desde nuestra libertad, nos estamos construyendo cada día...somos de arcilla, pero¿qué nos importa? Tenemos un alma inmortal que pronto regresará a Dios.Esto tenemos que gritarlo a los cuatro vientos para que todos los hombres recuperen la alegría que han ido perdiendo por la falta de valores.El Creador, nuestro Dios hecho Hombre ha venido a la tierra para ayudarnos a ser santos porque Él es SANTO.

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