viernes, 23 de febrero de 2018

23 febrero: La responsabilidad personal

Liturgia:
                      Es un viernes de mucha enjundia. Y por tanto de mucha reflexión. En Ez.18,21-28 Dios advierte que cada cual carga con la culpa que comete, y que el pecado de uno no se le carga a otro. Cada cual es responsable de sus actos. No es una sola vez en la que en el Antiguo Testamento se habla de que el pecado que uno comete pasa de una a otra generación. Lo que va muy de acuerdo con la idea de la responsabilidad que adquiere el padre de familia o jefe del clan, porque su fallo no es solamente suyo sino que sus consecuencias van influyendo en los descendientes. Esta idea crea incluso una teología tan importante como la del pecado original que, siendo un pecado de un primer hombre, viene a inficionar a toda la humanidad.
          Pero aquí estamos ahora en otro contexto, y Ezequiel trasmite una palabra de Dios que advierte que cada uno es responsable de sus propios actos. Y tan es así que se es responsable del momento actual. No vale haber sido bueno si se acaba siendo malo, porque lo que queda es la maldad del momento presente. Y viceversa: uno que ha sido malo y que se hace buena persona, será tomado como esa buena persona que es en el momento actual.
          Y Dios se explica: esto no es ser injusto sino precisamente ésta es la verdadera justicia; que cada cual es el que es y no “lo que fue”. El pasado queda en el pasado, y lo que cada uno vive ahora es lo que indica su verdad.
          Esta realidad es la que no entiende el escrupuloso, que siempre está dando vueltas a “lo que hizo o no hizo”, a lo que “confesó o no confesó”, a lo que “le entendieron o no le entendieron”…, y así sucesivamente, con lo cual nunca está en paz porque vive en el pasado ya desfigurado, que actúa de fantasma en su mente enfermiza. Luego resulta que lo que es su presente –quizás con realidades mucho más claras- se las pasa por alto. Y no vive el presente ni le consuela el posible mejor presente en el que se desenvuelve.

          Jesús tiene que advertir a los discípulos que tienen que ser mejores que los doctores de la Ley y los fariseos para poder entrar en el reino de los cielos (la nueva realidad del reino de Dios que enseña y encarna el propio Jesús). [Mt.5,20-26: estamos en el Sermón del Monte]. Y empieza a desmenuzar la realidad del Nuevo Testamento, en el que los principios eternos de las tablas de la Ley, van afinándose en aspectos mucho más interiores, que abarcan los entresijos de la persona.
          Se dijo: no matarás, y el que mate será procesado. Materialidad de quitar la vida a otro. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado. Ya no es quitar la vida físicamente. Basta estar peleado, y haberle retirado el habla o el favor a otro semejante. U ofenderlo de palabra… Cada vez más hilar más fino. Y eso no es arrastrar unos el pecado de otros sino que cada uno tiene que tomarse muy en serio su relación con el otro. Y Jesús llama a ese otro, “hermano”, para hacer más hincapié en la forma de relación que tiene que darse entre los semejantes.
          Y sigue ahondando Jesús… [Y todo esto debe ser repensado por cada uno de nosotros porque hemos de vivir la finura que nos pone delante Jesús, en su nuevo planteamiento de la vida de la comunidad cristiana]. Ahora habla del hermano que tenga queja contra ti. Se supone que una queja fundada y verdadera. Si eso se da, no sigas adelante para presentar tu ofrenda al altar, sino deja tu ofrenda al pie del altar, vuélvete a tu hermano y reconcíliate con él.
          Recuerdo una Misa de grupo en un Instituto, en un despachito pequeño, donde un curso asistía a la Eucaristía. Todo se desenvolvió normal hasta el momento de dar la paz. Un muchacho salió del corro y me dijo: “Padre, un momento. No puedo seguir sin pedirle perdón a Fulanito, porque aunque él no lo sabe, he pensado mal de él”. Se fue al compañero, le pidió perdón, le dio la paz. ¡Ahora podía ir al altar y comulgar! Ese muchacho había entendido el evangelio en cuestión.

          Jesús completa el cuadro yéndose a una parábola, como a él le gustaba hacerse entender: Procura arreglarte con el que te pone pleito en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. Lo que enseña a resolver los problemas antes de que se enquisten. Y que el “no matar” no es tan simple como los que se confiesan diciendo: “no robo ni mato”.

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