lunes, 5 de febrero de 2018

5 febrero: Rozar el manto de Jesús

Liturgia:
                      El libro primero de los Reyes ha dado un salto y se ha plantado en el cap.8 (1-7.9), sin que aparezca en las lecturas litúrgicas la construcción del Templo, aquel que pretendió edificar David y Dios le comunicó, a través del profeta Natán, que no sería él quien lo construyera sino un descendiente suyo. En efecto, Salomón lo ha construido y hoy tenemos el momento solemne en el que el Arca de la Alianza -que contenía las dos Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés- es trasladada desde la tienda del Encuentro al Santuario del templo.
          Se hace con enorme reverencia y fiesta, sacrificando Salomón infinidad de ovejas y bueyes, y acompañada por toda la comunidad de los israelitas. Era llevada por los sacerdotes y fue depositada en el lugar que se había reservado para ella. Y una vez colocada allí, Dios hace visible su presencia con una nube densa que llena el santuario e impide de momento que los sacerdotes sigan oficiando. La nube expresaba la gloria del Señor.
          La historia llega hasta ahí. A mí me ha suscitado el pensamiento de nuestras actitudes ante el Sagrario, que ya no es sólo un símbolo de presencia sino la presencia misma de Jesús que se queda ahí por nosotros y para nosotros. He pensado en ese respeto y reverencia que mostraron los antiguos hacia el Arca y he reflexionado sobre la adoración con que hemos de estar ante el Sagrario. Y no porque la nube densa lo oculte expresando la presencia de Dios, sino por la fe de los que sabemos que Jesús está ahí, y que no podemos estar ante el Sagrario de cualquier manera, ni pasar ante él sin hacernos conscientes de su presencia y mostrándole el debido respeto y reverencia.
          Temo que la sencillez con que Dios se nos hace presente, sin humos ni sacrificios, pueda repercutir en una menor actitud respetuosa externa ante ese regalo que Dios nos ha hecho de estar ahí silencioso, pero Soberano y sublime, inmenso y cercano, para escuchar nuestras adoraciones y súplicas y para llenar nuestro mundo interior desde el silencio nuestro y el aparente silencio del que es PALABRA VIVA DE DIOS, y tiene mucho más que decirnos si nosotros acudimos a él desde el silencio interno nuestro.

          El evangelio de Marcos (6,53-56) podríamos llamarlo “evangelio de calco”) porque situaciones como ésta se repiten muchas veces en las narraciones evangélicas: Jesús llega a un lugar, es descubierto por las gentes, que se vienen y se agolpan a su alrededor y buscan en Jesús la solución a sus necesidades. Con esa particularidad de que unos le llevaban sus enfermos en camillas, así de frente, mostrando sus miserias mayores, mientras que otros se conformaban con rozar su manto y también quedaban sanos. Podríamos pensar en ese tipo de necesidad que muchas veces aparece en los boletines de las causas de beatificación o canonización en las que no se muestran especiales milagros, sino las penurias de almas necesitadas del “roce” del santo.
          También se me ocurre pensar en ese “roce” que recomiendo constantemente de IR AL EVANGELIO. Me acuerdo de un caso que tuve de una persona que me dijo: “¿Y qué voy a sacar de ir al evangelio?”. Y yo le respondí: no lo sé. Si yo lo supiera, le hubiera dado yo la solución. Y es que ir al evangelio es un modo de “roce” con el filo del manto de Jesús. Hay quienes saben orar de una manera más clara, y bucean en el evangelio y hallan la fuerza de la Palabra de Dios, y sacan sus frutos y sus decisiones, porque la palabra de Dios no vuelve nunca vacía a Dios.
          Pero los hay que no saben orar tan expeditamente. Y sin embargo deben ir al evangelio y “rozar” a Jesús, rozar siquiera el filo del manto… Curarán de muchas deficiencias. No es posible “rozar” el evangelio y quedarse igual.

          Yo me encuentro con muchas personas que, cuando le hablo de ir al evangelio, me dicen que lo tienen en la mesita de noche o que lo “leen” todos los días. Puede ser que no se dejen rozar si sólo se quedan en la historieta. Pero si hay un paso adelante y se preguntan: ¿Qué me dice a mí hoy este trozo del evangelio?, puedan sentir el aleteo del Espíritu que les roza y les va dando luces para realizar un pequeño cambio, un pequeño propósito, una posible ilusión de algo más… Ya sería repetir en la vida diaria aquellos “roces” de las gentes que, confiadamente, querían tocar siquiera el filo del manto de Jesús.

1 comentario:

  1. La enfermedad condiciona mucho a las personas, necesitan más de todos,nada hace a uno tan humilde como el sentirse enfermo. La enfermedad nos deja en manos de la familia, a merced de lo que pronostique el médico y en los Brazos de Dios; . La enfermedad une a Dios porque el enfermo se siente criatura y lo busca para pedirle consuelo y para hacerle preguntas y se establece un diálogo muy tierno porque Dios es Padre y tiene predileción por los enfermos.Tocar o no tocar el manto de Jesús era lo menos importante; lo que realmente cura y hace milagros es la Fe,habian encontrado a Jesús; estaban en las manos de Dios y todo lo que sucediera sería para bien.Lo que es muy preocupante es lo que está pasando en una sociedad en la que los que se creen fuertes atacan a los más débiles.

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