sábado, 3 de febrero de 2018

3 febrero: Vamos a lugar tranquilo

Liturgia:
                      Nos encontramos hoy en el 1Reg.3,4-13 con Salomón al frente de Israel. Lo primero que hace es ofrecer mil ofrendas al Señor. El Señor se le aparece en sueños y le dice que le pida lo que él desee. Salomón se sabe muy privilegiado en la presencia de Dios, que le ha dado el trono de David, quien caminó en la presencia de Dios con lealtad, justicia y rectitud.
          Ahora Salomón no considera importante más que la ciencia y la prudencia para gobernar rectamente al pueblo de Dios, teniendo la capacidad de discernir el bien del mal, con un corazón dócil.
          Agradó a Dios esa petición, pues Salomón no había pedido para sí ninguna ventaja, ni riqueza ni salud. Y Dios, con el corazón abierto, le concede lo que ha pedido. Pero además, Dios le añade los otros bienes materiales que no había pedido. Y la fama, más que rey alguno.

          El evangelio (Mc.6,30-34) es continuación de aquel envío que Jesús había hecho de sus apóstoles para predicar y echar demonios. Ellos fueron por las ciudades y aldeas realizando aquella misión para la que habían sido enviados, extrañándose ellos mismos de su poder para lanzar los espíritus inmundos, cuando en realidad eran unos pobres hombres. Claro que iban en nombre de Jesús, y eso les daba unos poderes que no eran suyos pero que Jesús les trasmitía.
          Podemos imaginar cómo vuelven y con qué deseos tan enormes de contar las maravillas que habían hecho. Y que unos a otros se quitaban la vez porque cada uno consideraba que lo que él podía contar era “más”… Jesús disfrutaba de verlos tan emocionados y con tantas peripecias que narrar.
          Y Jesús pensó entonces que la manera de que se explayaran y pudieran satisfacer sus deseos de comunicar sus experiencias, era cogiendo la barca e irse a un descampado donde nadie les interrumpiera. Y lo invitó a pasar al otro lado del Lago para allí descansar un poco.
          El hecho real era que no tenían ni tiempo para comer. Muchos venían adonde Jesús estaba y cada uno llevaba su problema o su pena encima, con lo que los Doce no podían expresarse con tranquilidad. De ahí esa decisión de Jesús de subirse a la barca y marchar a ese sitio solitario en el que poder estar tranquilos. Y subieron los trece a la barca y enfilaron una playa serena donde pensaron encontrar el sosiego que necesitaban.

          Lo que nos dice el texto es muy significativo. Mientras ellos cruzaban el lago, lo más probable es que dejaban de remar para contar allí mismo algunas anécdotas. Y con ello la travesía duró más tiempo. Y lo que no advirtieron fue que las gentes intuyeron el lugar adonde iban, y rodeando el Lago y comunicando el caso por donde pasaban, lo que hubo fue una avalancha mayor de gentes de la comarca, que se desplazaron con sus enfermos para esperar que desembarcaran Jesús y sus hombres.
          Ese fue el panorama con el que se encontró Jesús al desembarcar. La imagen que se le puso delante a Jesús fue la del rebaño que no tiene pastor. Una representación tan sensible en un pueblo en el que los rebaños estaban por todas partes, y quedaba ese dolor  que pudiera suponer un rebaño sin pastor. Y es que aquellas muchedumbres no hallaban acogida ni respuesta en sus mentores religiosos, y por eso en cuanto encontraban a alguien que se interesaba por ellos y les atendía en sus necesidades, se volcaban en él. El hecho es que Jesús se encontró con que aquel asueto que pensaba ofrecer a sus apóstoles, se venía abajo por una causa mayor.

Para Jesús no era novedad ni problema. Él se daría a las gentes. Para los Doce sí era una situación decepcionante porque ellos habían venido invitados a descansar en lugar solitario, y se encuentran con una muchedumbre que va a atraer la atención total de Jesús (¡ya lo conocen!), y se les acaba el plan que traían. Pero entre las novedades que podían haberle contado a Jesús de su misión apostólica, ésta era una nueva novedad: que el apóstol no se debe a sí mismo ni a sus deseos y gustos, sino que ha de volcarse en las necesidades de los que buscan esa ayuda y ese consuelo. También ésta era una “predicación” que les tocaba asumir, y unos “demonios” del yo y de los propios deseos, que le tocaba lanzar. Y hubieron de plegarse a la realidad que tenían delante, y era que Jesús se iba hacia las gentes y se olvidaba del descanso y de la tranquilidad. Esa tranquilidad no se había hecho para quienes siguen a Jesús.

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