martes, 27 de febrero de 2018

27 febrero: Vivir en verdad


Liturgia:
                      Isaías 1,10.16-20 es una llamada al pueblo, y precisamente al peor considerado, el de Sodoma y Gomorra, para que escuche la palabra de Dios que le llama a la purificación: Lavaos, purificaos, apartad de mí vuestras malas acciones; cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. Se han entremezclado dos formas de esa limpieza del alma: la que ha de salir de lo defectuoso y pecaminoso, y lo que ha de hacerse de bueno con los necesitados de ayuda.
          Hay que salir de las malas acciones y de obrar mal. Se ha de incorporar a la vida el obrar bien, y eso se concreta al trato con el huérfano y la viuda.
          Y cuando ya se haya puesto en marcha esa doble realidad, ahora cabe entrar en diálogo con Dios. Y entonces, aunque vuestros  pecados sean rojos como grana, blanquearán como nieve. Es esa realidad que nos resulta tan difícil muchas veces, y que hay quien no la entiende. Para Dios, el pecado del que ha habido arrepentimiento y salida de la situación, es algo que desaparece ante los ojos de Dios. Y está expresado con esa imagen tan significativa: pecados que resultaban rojos como la grana, puestos en el corazón de Dios acaban blanqueados.
          Por eso el que no tiene esa certeza y sigue angustiado por un pecado pasado, tiene que entender que no está mirando desde los ojos de Dios. Tiene que comprender que el problema no es que Dios no hubiera perdonado. El gran problema es que la persona no se perdona  a sí misma. Hemos entrado así en una dimensión que ya no es la dimensión de Dios y del perdón de Dios, sino en una dimensión psicológica que sólo depende de la persona. Es lo que se llama “el pecado psicológico”, que ya no hacer referencia  Dios, ni el “perdón” depende de Dios, porque la culpabilidad está situada en otra parte muy distinta de lo que es la conciencia.
          La conciencia refleja a Dios. Y por tanto, perdonado el pecado por Dios (a través del sacramento), la conciencia queda en paz. Sabe que ahí ya no se revuelve el pecado cometido, que ya ha blanqueado como nieve. Lo demás que puede quedar como un malestar personal por el mal hecho, ya no es problema de conciencia ni se resuelve en un confesionario. Ahí acabaría la lectura de Isaías que tenemos hoy: Si sabéis obedecerle, comeréis lo sabroso de la tierra. Si rehusáis y os rebeláis, la espada (la angustia) os comerá.

          Por eso Jesús ha salido al paso en Mt.23,1-12 advirtiendo de que hay que ser justos, honrados  y buenos mucho más allá de lo que se comportan los escribas y los fariseos. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a las gentes en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Exigen mucho a los demás, les plantean unas obligaciones estrictas. Pero ellos se quedan al margen. Todo lo que  hacen es para ser vistos de la gente y que les llamen: ‘maestro’. Todo tan contrario a la doctrina de Jesús, que llega a enseñar que la mano izquierda no se entere del bien que hace la derecha…, o que lo que se vive en ese plano de experiencia de la fe, se haga “en el interior del aposento”, donde el que ve es Dios y no los hombres.
          Y como a Jesús le gusta llevar las cosas al extremo para hacer más visible su pensamiento, enseña a no llamar ni “maestro”, ni “jefe”, ni “padre” a nadie en la tierra, porque uno solo es el maestro, jefe y padre, que es Dios.
          Es evidente que el Señor no se está metiendo a dictaminar un uso del lenguaje. Lo que le importa es dejar claro que el magisterio auténtico viene de Dios, que el único jefe verdadero que lo abarca todo es Dios, y que “padre” sólo es el del Cielo. Todos los demás que lleven esos nombres son subordinados que han de reflejar la verdad de Dios.
          La conclusión es muy clara y muy conocida: El primero entre vosotros será vuestro servidor. Ni padre, ni maestro ni jefe para estar por encima. Y todo se resuelve finalmente en otra de esas repetidas expresiones de Jesús para dejar claro el fondo de su pensamiento: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Abarca toda un síntesis del pensamiento de Jesús, a partir del cual se puede extraer el meollo de su vida y de su enseñanza.

1 comentario:

  1. "Por eso el que no tiene esa certeza y sigue angustiado por un pecado pasado, tiene que entender que no está mirando desde los ojos de Dios.", nos dice hoy el Padre Cantero en una nueva lección magistral y muy necesaria, acerca del pecado y la confesión.

    ¿Y que es mirar desde los ojos de Dios? -preguntaría alguien.

    Pues entiendo que mirar desde los ojos de Dios es tener la certeza de que Dios SIEMPRE perdona cualquier pecado que hayamos cometido, si verdaderamente estamos arrepentidos, dolidos y con propósito firme de no cometerlo otra vez.

    Y prosigue el comentario:

    "Tiene que comprender que el problema no es que Dios no hubiera perdonado. El gran problema es que la persona no se perdona a sí misma. Hemos entrado así en una dimensión que ya no es la dimensión de Dios y del perdón de Dios, sino en una dimensión psicológica que sólo depende de la persona. Es lo que se llama “el pecado psicológico”, que ya no hacer referencia Dios, ni el “perdón” depende de Dios, porque la culpabilidad está situada en otra parte muy distinta de lo que es la conciencia.
    La conciencia refleja a Dios. Y por tanto, perdonado el pecado por Dios (a través del sacramento), la conciencia queda en paz. Sabe que ahí ya no se revuelve el pecado cometido, que ya ha blanqueado como nieve. Lo demás que puede quedar como un malestar personal por el mal hecho, ya no es problema de conciencia ni se resuelve en un confesionario."

    Y yo diría que el malestar por haber pecado, entiendo que tiene que ver en parte con el verdadero dolor de haber cometido lo malo. Algo que no tiene que ver con la conciencia. La conciencia queda limpia en la absolución después de haber hecho una confesión sincera, si es que la persona "se cree" que ha recibido de verdad el perdón de Dios. Aquí puede haber un problema.
    Y es que a veces se puede caer en el "error" protestante de no creerse del todo, que Jesús actúa por medio del Sacramento.
    ¿Solución? Actos de fe y oración.

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