miércoles, 7 de febrero de 2018

7 febrero: Lo que contamina

Liturgia:
                      Hoy la alabanza le toca al propio Salomón. 1Reg.10,1-10 nos cuenta la visita de la reina de Saba a Salomón, con una intención muy concreta de comprobar la sabiduría de Salomón. Y la realidad superaba a las noticias que a ella le habían llegado, no ya solo en lo que es la solución de enigmas y problemas sino en detalles de la vida diaria, como pudo ver en aquel banquete que le ofreció el rey, en el que cada detalle de las viandas y de los servidores de la mesa dejaban ver todo tan perfecto y llamativo que la reina concluye que de lo mucho bueno que le habían contado, la realidad lo superaba con creces.
          Se ha cumplido aquella concesión que Dios hizo a Salomón, que sólo le había pedido discreción y sabiduría para gobernar a su pueblo, pero Dios le concedió mucho más que aquello.
La reina de Saba obsequió ampliamente al rey, admirada por la sabiduría de éste.

Llegamos a la segunda parte del evangelio que tuvimos ayer. Mc.7,14-23 va más allá de la enseñanza de Jesús sobre el mandato que viene de Dios, y que está muy por encima de las costumbres y tradiciones de los pastores.
Hoy entra en un tema que también estaba incluido en los banquetes judíos: el de los alimentos puros y los impuros, los alimentos que “contaminaban” y los que se podían comer. Jesús empieza por ahí porque es lo que tiene más delante en este momento. Y explica que los alimentos ni son puros ni impuros, y que eso que entra de fuera no es lo que influye en la pureza o impureza de la persona. Y con toda sencillez dice que los alimentos que se comen (o entran “de fuera”), se acaban echando en la letrina.
Con ello Jesús ha hecho ver que no hay alimentos puros y alimentos impuros. Por parte de los alimentos, todos pueden ser comidos.
Pero Jesús se eleva ahora a una perspectiva mucho más importante y de mayor trascendencia que los alimentos. Se trata de lo que sale del corazón. Por lo pronto, lo que viene de fuera no hay por qué temerle, porque de suyo cada persona debe tener un filtro en su alma para no dejar que se cuelen pensamientos y afectos malos, ejemplos malos. Hay que cuidarse de ello y saber rechazarlo. Para eso está la conciencia, que es el filtro de la verdad. Así, lo que viene de fuera, no mancha: no es impuro. Lo que sí puede estar podrido es lo que se alberga en el corazón. Y para hacerse entender, baja a los ejemplos concretos a los que él quiere referirse.
Del corazón del hombre brotan los malos propósitos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo, la frivolidad… ¡Vaya examen de conciencia que ha puesto por delante Jesús! Y lo que llama la atención es que no ha puesto una gradación por la que se pueda distinguir lo más fuerte de lo más débil. Para Jesús cualquiera de esas cosas ya indica un corazón manchado.
Los moralistas vienen luego a distinguir “grave” de “leve”, “venial” de “mortal”. Jesús no lo ha hecho. Y sería digno de tomarse en cuenta, porque al final de todo se produce –según la mente de Jesús- la mancha que define el corazón de la persona.

Por eso, cuando alguien pregunta así a bote pronto “si tal cosa es pecado”, suelo decirle que “no lo sé”. Porque depende que sea algo que ha venido de fuera y que no ha tocado la conciencia de la persona, o puede haber salido de la intención del corazón. Más bien prefiero orientar la pregunta hacia otro aspecto que la persona puede calibrar por sí misma: “tal cosa, ¿desagrada a Dios?”. ¿Se hubiera hecho “aquello” en la presencia de Dios? ¿Hay conciencia de que “lo hecho o pensado” ha sido tan sin querer que Dios no puede estar desagradado por ello? ¿O, aunque parecería inocente, en realidad llevaba su veneno en el fondo de la intención? Eso lo puede captar la persona que sabe lo que ha hecho, por qué lo ha hecho. Y eso no se resuelve preguntando al sacerdote si es o no pecado, porque el pecado no es algo que cae como si cayera una teja y le cogiera a uno debajo sin haberlo querido. El pecado se comete a conciencia y partiendo de la voluntad de la persona. El pecado que mancha, dice Jesús, ha nacido en el corazón.

1 comentario:

  1. Siempre debemos mantenernos atentos a nuestros sentimientos y a las consecuencias de nuestros actos. Los alimentos pueden contaminarnos; pero tienen tratamiento médico; lo verdaderamente peligroso es la ceguera irreversible provocada por los medios de comunicación y el consumismo y acabamos aceptando como bueno o normal todo lo que hace o dice todo el mundo. Cuesta ir en contra de la moda. Cuesta ir en contra de la mayoría...

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