viernes, 9 de diciembre de 2016

9 diciembre: Transición

Liturgia
          Se me antoja que hoy es un día de reflexión en la liturgia del adviento. Hasta aquí se ha insistido en esa idea optimista de la venida del Mesías, con esos efectos admirables de “lo imposible” que se va a realizar el día de su venida. Hoy, sin embargo (Is 48, 17-19), se plantea en condicional: Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río…, tu nombre no sería aniquilado ante mí. Ahora bien: ¿es esa la historia de Israel: haber atendido a los mandatos de Dios?
          Eso se presenta como ocasión de parada en nuestro adviento particular: un examen sobre cómo estamos viviendo el adviento, y cómo está influyendo en nuestra realidad personal. Porque se nos plantea en condicional para saber si Jesús va a acabar desembarcando  de lleno en nosotros.
          Y desemboca en un evangelio (Mt 11, 16-19) que insiste en la idea de reflexión sobre las propias actitudes. Porque Jesús plantea cuál es la actitud de aquel pueblo, que ni aceptó a Juan Bautista “por exagerado” (“tiene demonio”, porque ni comía ni bebía), y no acepta a Jesús porque come y bebe, y es tomado como comilón y borracho. ¿Qué es, entonces, lo que ese pueblo quiere).
          Nosotros tenemos delante un camino que nos presenta Jesús, y que representa la sabiduría de Dios. ¿Cómo estamos siguiendo ese camino? ¿Cómo está repercutiendo en nuestro adviento particular?
          Éste sería, pues, el momento en que nos sitúa la liturgia de este día. Un planteamiento de reflexión, de toma del pulso, de comprobar en qué situación concreta está cada uno. Medida muy práctica para romper la inercia con la que podemos ir caminando sin plantearnos que el adviento es un período de preparación para recibir de lleno la venida del Señor, que está viniendo cada día y que nos anuncia su venida final.
Otro aspecto que también merece la pena considerarse: Estamos en el tiempo de la insatisfacción. Hay quien no está de acuerdo con la Iglesia porque no la quiere, porque le atribuye todos los males, porque está “traumatizado” por ella, por cualquier causa.
        Y los hay que su “disgusto” con la Iglesia es porque quieren que actúe más drásticamente, más impositivamente.  Querrían que la Iglesia solucionara las cosas por la fuerza.
        JESÚS define hoy a “aquella generación” religiosa de sus tiempos, como los niños que juegan en la plaza que ni bailan cuando les tocan música alegre, ni lloran cuando le tocan música triste.  Unas gentes que ni aceptan al Bautista porque exige, ni aceptan a Jesús misericordioso y de espíritu abierto.
        Y Jesús concluye: los hechos dan razón a la Sabiduría de Dios.  Dios tiene sus caminos. Va haciendo pedagógicamente. Ha preparado los caminos, ha enseñado para bien de la humanidad.  Y dice: si hubieras atendido mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar.

Sigue la “historia” de JOSÉ
Una palabra primera le fue poniendo en trance. - ¡NO TEMAS! Muy bien conocía José las veces que esa palabra anunció a los antepasados la visita del Señor, ¡No temas!..., y además: - No temas en recibir como esposa a María, tu prometida, porque lo que en Ella hay, es DEL ESPÍRITU SANTO. José sintió que un calambre profundo le recorría el cuerpo. La explicación consolaba, explicaba. ¿Pero y él? ¿En qué lugar quedaba él?  Él la recibía en su casa como esposa…, pero…

El “sueño” le había dado una clave substancial: “Tú le pondrás nombre al Niño, y lo llamarás JESÚS”. No salía de una y estaba metido en otra… Si era “JESÚS”, era el Mesías, Enmanuel, Dios salvador… Se estremeció. Pero más aún cuando él le pondría el Nombre, que era misión propia de un padre de familia. - ¡DIOS!, exclamó José, sin saber lo que decía… ¿Me metes en tu familia? ¿Yo voy a ser “padre” de JESÚS? ¿Me das el mando sobre las obras de tus manos? ¿Voy a salir custodio y responsable de estos dos seres privilegiados?


José volvió a quedar rendido en su lecho. No sé si durmió ya. Lo que sí era cierto es que se había hecho día su propia noche, y que brillaba el sol antes que llegara la aurora. ¡¡¡Y que era evidente que lo que ahora “soñaba” era con que empezara a despuntar el día, para irse a casa de María, y con la solemnidad y el gozo emocionado de aquella familia, ir derechamente al punto que le había mandado Dios: “Se llevaría a María a su casa”… Contraería el matrimonio. Una nueva era –misteriosa, desconocida- estaba por comenzar.

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