viernes, 2 de diciembre de 2016

2 diciembre: Dar vista a los ciegos

Hoy es PRIMER VIERNES.
MÁLAGA se reúne a las 5’30 en el
Acto de Oración del Papa

Liturgia
          El ambiente que se vive en este viernes de adviento es de esperanza, cuyos frutos se pretenden tocar ya con la mano. Isaías (29, 17-24) anuncia que “pronto, muy pronto el Líbano se convertirá en vergel”. Una figura expresiva de una nueva etapa, porque la venida del Mesías cambiará todo el luto en risas y cantos. Como figura significativa es esa otra que se anuncia ahí: verán los ojos de los ciegos.
        El Evangelio (Mt 9, 27-31) “atraído” por la promesa que viene de atrás sobre los tiempos mesiánicos, presenta dos ciegos que acuden a Jesús. [Basta que sea uno; la verdad es que la costumbre de Mateo es pluralizar]. Acuden a Él como Hijo de David; por tanto como ciegos ante el Mesías..., el que daría vista...
        Comprueba Jesús la fe de ellos que, aunque ciegos de los ojos, deben saber qué piden y a quién lo piden. Pregunta Jesús: ¿Creéis que yo puedo hacerlo? Porque el secreto de la oración es creer que ya se os ha concedido... Y los ciegos afirman que si lo creen. Que, aunque sus ojos estén cegados, su alma vive la esperanza.
        Esto es lo que nos trae el Adviento: puede ocurrir a nuestro alrededor lo que ocurra; puede parecer ennegrecido todo el horizonte, y sin atisbo de sol. Sin embargo está ahí EL SOL que nace de lo alto..., porque es un Sol que nunca se oculta, aunque haya eclipses por “interposiciones” de elementos humanos o extraños. Pero quien permanezca en la fe-confianza, verá abrirse la luz.

MYRIAM DE NAZARET

En el Cielo eterno, y en esta plenitud de los tiempos, “algo se mueve”. Ha llegado el momento eternamente previsto por Dios. En “Consejo Divino Eterno”, el Padre dice que ya hay que echarle al mundo el ancla de salvación. El Verbo, Hijo de Dios, da el paso al frente: “Yo voy, Padre”. El AMOR está ya extendiendo su manto… El revuelo de felicidad recorre las estancias angélicas. Gabriel se dispone a ser abanderado. Los ángeles, dispuestos a emprender su vuelo hacia el mundo humano que podría acoger al Verbo como la perla a la que defiende su concha. Y el Espíritu el Amor con su infinito manto, preparado para cubrir la “nueva Tienda del Encuentro”.
¿Pero cuál es esa Tienda?

Nazaret era una aldehuela sin fama ni renombre, allá en el norte de Palestina. Había allí una niña –una muchachita de 12 años-, honesta, fiel, obediente a Dios en todo. Prometida a un muchacho, y ambos vivían soñando aquel hogar que un día tendrían lleno de hijos: la aljaba llena de flechas… Ella era Myriam.
Y Dios miró en aquella dirección… Encajaba muy bien con sus grandes infinitos proyectos…, en pequeñas vasijas de barro.
Y el cortejo divino se puso lentamente en marcha… Gabriel se adelantó. Debía ver…, hablar a aquella joven… Hablarle sueños de Dios...
Myriam se encontró ante Dios… Y Dios la piropeó: Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo…  Pero ¿realmente era a Ella? – Sí. Nadie más había allí. Ya era para sentir rubor y turbación, emoción y lágrimas en los ojos. ¡Y no había acabado aquello!
Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús.
María estaba atónita. No sabía qué pensar ni qué decir. Le comunica Dios que ha hallado su Gracia, y que no tema. A partir de ese momento María sólo necesita saber una cosa: ¿Debe casarse ya con José? ¿El Hijo que se le anuncia, JESÚS, el Salvador, el HIJO DEL ALTÍSIMO, ha elegido entrar en el mundo así…? Necesita hacer esa pregunta para ser fiel con exactitud a los planes de Dios. No pide una prueba para “saber” (como hizo Zacarías). Pero necesita saber lo que Dios propone, lo que Dios quiere. Y la humilde palabra de María, que no tiene con José relación marital, es sencillamente: ¿Qué tengo que hacer?

                                                 [Del libro: QUIÉN ES ESTE]

1 comentario:

  1. El libro de Isaías nos habla de renovación, nos muestra un mundo nuevo y feliz, ya no habrá enfermedad; los ciegos ven, los cojos caminan... Las Lecturas invitan a fijarnos en el paso de las tinieblas a la Luz como signo de salvación. Jesús se mueve al milagro la buena disposición y la fe de los ciegos. Se acercan a Él pidiendo ayuda y Jesús valora y premia esta fe y la hace crecer devolviéndoles la vista y curando sus enfermedades; sobre todo llenándolos de una Luz interior que les ayuda a superar sus insuficiencias.

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