miércoles, 7 de diciembre de 2016

7 diciembre: VENID A MÍ

El evangelio el día
          Mt. 11, 28-30.- Como indiqué ayer, los evangelios de adviento vienen “atraídos” por la 1ª Lectura, que expresa directamente la vivencia del adviento vivido durante años por el pueblo de Dios.
        Como el profeta Isaías en esa 1ª lectura levanta la esperanza del pueblo, diciéndole que el Señor no se cansa ni se fatiga, sino que da fuerza al cansado..., que a los que esperan le nacen alas como de águilas, y corren sin cansarse y marchan sin fatigarse, el EVANGELIO nos lleva a la realidad del propio Jesús que realiza lo anunciado: por eso llama ya a venir a Él todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré.  El Adviento, aunque sigue siéndolo siempre, porque siempre estamos en camino hacia ese Jesús Salvador, resuena hoy con llamada especial a ese IR HACIA EL SEÑOR, para que alivie nuestros cansancios.
        Nosotros diremos que seguimos cansados y agobiados en medio de este mundo y estos trabajos y sufrimientos del momento presente. Es cierto.  Pero ahora hay otra luz: porque ahora cargamos con el yugo de Jesús, y aprendemos de Él que sobrepasó el dolor y aun la muerte.  Su yugo hace suave la carga y es llevadero porque ya no vamos solos: siempre va Él delante, y nuestra tarea es saber poner nuestros pies sobre las huellas de Jesús...  Caminar hacia Él, pero con la fuerza de la esperanza de encontrarlo a Él.  No sólo encontrarlo “después”, sino ya desde ahora, desde la realidad de cada día.  Adviento ya nos asegura SU PRESENCIA.

JOSÉ

Cuando vino José –no sé si ese día u otro (un trabajador no dispone del tiempo que le pide su corazón)-, Joaquín se adelantó y se fue a él. [Aunque también pienso si en la nobleza ejemplar de Joaquín, no fue él quien marchó a casa de José, en un acto de inmensa cercanía y familiaridad].
Con suma finura le fue entrando en el tema, que bien sabía Joaquín lo difícil que era digerir. José fue primero atendiendo con mucho interés aquella conversación cariñosa…, luego fue quedándose sin palabras…, y acabó agachando la cabeza, mientras Joaquín observaba que gotas de agua estaban cayendo al suelo. José se devanaba en un mar de preguntas, confusiones, relámpagos fugaces, soluciones que no eran…, que podrían ser… Joaquín le echó el brazo por encima: - “José; Dios es más grande que todo esto”. Se despidió y se marchó. No sé si era José o era Joaquín quien estaba en ese momento más destrozado.

La noche era como un fantasma. El sueño juega de las suyas. Unas veces no llega; el dolor no deja conciliar; otras es el gran aliado. El mismo golpe recibido acaba venciendo a la persona. José se retiró. No pensó que pudiera dormir. El mazazo recibido era tremendo, se tomara por donde se tomara… Pero se acostó…
¿Durmió José aquella noche? ¿Durmió María? José dio mil vueltas al comienzo de la noche. Ya no era que se sentía varón burlado (aunque tal cosa la desechaba y aunque lo que había, había). Pero otra posibilidad mucho más profunda  había para él, varón justo y amante de Dios; otro aspecto que le erizaba el cabello: su amor por María era indiscutible, pero él no “disputaría” a Dios la posesión de aquella muchacha si Dios la hubiera tomado bajo su mano.
¿Quedarse parado como si nada? ¡No podía! Un varón israelita, desposado con una muchacha sobre la que ya constaban sus derechos de matrimonio, no podía quedarse, sin más, de brazos cruzados. María parecería ante la sociedad judía como una adúltera que había traicionado su compromiso… Eso no lo podía admitir José ni en pensamientos, porque él adoraba a aquella muchacha.
-  ¿Denunciarla? - Jamás. Aunque él hubiera de pasar por donde tuviera que pasar.  ¡HUIR!  Era la única salida que tenía. - ¡Desaparecer como un fugitivo o un cobarde! Dejaba a salvo a María. Él llevaría su pena y su baldón toda su vida…, pero lejos de allí.
No se dio cuenta José que el sueño de su tragedia lo vencía. Y se quedó dormido. Sueños que podríamos pensar SI SOÑÓ O SI LE INVADIÓ LA FE del que vive en manos de Dios.
José se sintió transportado “al país de las maravillas”. Soñaba y gozaba. Gozaba y reía. Era un sueño reparador. Un sueño que llenaba de luz. Un sueño del que costaba despertar… Pero tenía tal fuerza, que José botó en su cama, se sentó aturdido y gozoso. Se restregó los ojos… ¿Había soñado solamente? ¿Había allí algo más, y Dios había venido a él?

                                                                     [Del libro: Quién es este]

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