sábado, 3 de diciembre de 2016

3 diciembre: La mies es mucha

El evangelio del día
          Hoy es el día de SAN FRANCISCO JAVIER, el Patrono del APOSTOLADO DE LA ORACIÓN. Y el evangelio del día viene como anillo al dedo, por cuanto que él fue uno de esos “trabajadores” –incansables- que acudieron a la llamada de Jesús. Su ir de un sitio a otro, siempre con la idea de mejor y mayor extensión del reino de Dios…, de buscarle a las “ovejas” los mejores pastos y el mejor Pastor, le constituyen Patrono de misioneros y Patrono de esa “retaguardia de oración” que se fundó un día de su Santo bajo el nombre de APOSTOLADO DE LA ORACIÓN.
Mt 9, 15-10, 1. 6-8.- Un día muy rico en mensajes de esperanza, que es lo propio del adviento:
        - Recorría todas las ciudades y aldeas,
        - enseñando..., anunciando el Evangelio del reino;
        - curando todas las enfermedades y todas las dolencias.
        - Al ver a las gentes, se compadecía al verlas abandonadas como ovejas que no tienen pastor.
        - Dijo a sus discípulos: rogad al Señor de la mies que mande obreros a su mies.
        - Da a sus discípulos autoridad para curar toda enfermedad...
        - Los envía...: Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca; curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios.
       Es un mosaico de piezas mesiánicas que acaban dando la figura completa de qué es y cómo es la VENIDA DE JESÚS. Si aquella esperanza de Israel quedó realizada -por parte de Dios- en la venida de Jesús, nuestra vida ha de ser una activa espera -y activa actitud que prepare cada día nuestro la mejor entrada suya en nosotros. A eso hay que ponerle “nombres”, realidades concretas. Porque no vamos a jugar con el adviento. Porque no vamos a jugar con ese encuentro cierto que nos espera.
     LA HISTORIA SUBLIME DE LA ENCARNACIÓN
La respuesta es tan inmensa, tan sencilla, tan divina…, que una muchacha bien formada en las Escrituras divinas, no necesita mucho para entender: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te cubrirá con su sombra. Ya sabía Ella de esas Presencias activas de Dios desde los mismos comienzos de la Historia de Israel. Y comprendió rápidamente: Allí llevaba Dios toda la iniciativa. Lo que a Ella se le pedía…, lo que a Ella le tocaba, era asentir, pero con tal respeto por parte de Dios, que Dios no le imponía. Dependía exclusivamente de Ella y de su libre SÍ…
Y aunque Gabriel siguió hablando, explicando (y hasta dándole una prueba que Ella no necesitaba para creer y entregarse), lo que sintió fue la prisa por responder a Dios. Y sin fijarse en nada más, sin querer saber nada más, lo que estalló en su alma fue aquel inmenso: YO SOY LA ESCLAVA DEL SEÑOR…, no me pidas permiso. HÁGASE EN MÍ TAL COMO TÚ QUIERES.
Con velocidad vertiginosa, atravesando espacios infinitos, el cortejo divino se plantó ante la casa de María. El Espíritu CUBRIÓ el misterio… El Verbo de Dios Altísimo ENTRÓ allí donde le habían aceptado incondicionalmente. Murmullo celestial de ángeles que susurraban… Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE en el seno de María. Gabriel y las miríadas de ángeles se retiraron de puntillas, y dejaron a María con su silencio infinito. Ella, ahora, ni halaba, ni pensaba, ni podía hablar.
Nosotros podemos adorar en enorme silencio.
María se quedó absorta. No tenía nada más que añadir. Lo había dicho todo. El cortejo divino se retiró. En su seno quedó el Hijo de Dios. María no se movía. Como en éxtasis. Y así hubiera seguido. No salía de su asombro, su emoción, su perplejidad.
La voz de Ana, su madre, la sacó de su silencio: ¡Myriam: está la comida en la mesa! Myriam ni sabía que era aquella hora. Acudió casi como autómata… Su sentir estaba en otro lugar. Ana, que era madre, advirtió que pasaba algo. Joaquín no dejó de advertir que Myriam traía un paso leve. No diré vacilante pero no cabe duda que no era el de la niña viva de todos los días. Se miraron Joaquín y Ana.
La madre preguntó qué le pasaba… Joaquín, prudente, no dijo nada. María no sabía qué decir. ¿Y qué iba a decir? Comieron como pudieron, pero María “estaba en otra órbita”. Las miradas cómplices y silenciosas de sus padres entre sí, querían barruntar… Pero no podían. Ana abordó el tema: Myriam, hija, ¿qué te pasa? Y con dos perlas que afloraban a sus ojos Myriam musitó: ahora no sé decirte, mamá.
Acabó la comida. María ayudó como siempre. Joaquín no paraba de mirar de reojo.

Y luego, María volvió a retirarse a  desierto interior.

1 comentario:

¡GRACIAS POR COMENTAR!