martes, 27 de diciembre de 2016

27 diciembre: San Juan evangelista

Liturgia
          Celebra hoy la liturgia el día de San Juan, el apóstol y evangelista del 4º evangelio. El discípulo que vivió más y que no murió mártir. El que gozó una vejez de recuerdos íntimos sobre el Maestro, y trasmitió el núcleo mismo de su enseñanza: el amor de los unos para los otros.
          La liturgia recoge hoy el comienzo de su 1ª carta (1-4) en la que vive la emoción de haber tocado y palpado al Verbo de la Vida (“la Palabra de la Vida, porque la Vida se hizo visible”). Con un regusto inmenso declara que nosotros la hemos visto… ¡Tantos tiempo conviviendo con Jesús, y ahora ya evocado desde las alturas de la fe! Ya no es sólo Jesús. Ya, desde las alturas de sus muchos años, Juan goza con haber convivido con la misma Palabra de la Vida, el Verbo de Dios. Y quiere que esa experiencia suya sirva a todos para vivir unidos y para que tengamos alegría completa.
          El evangelio, también de Juan (20, 2-8) narra el momento en que María Magdalena ha venid alarmada porque “se han llevado el cadáver de Jesús”. Simón y “el otro discípulo” sienten la necesidad de cerciorarse de la realidad y salen hacia el sepulcro. El otro discípulo, más joven que Pedro, corre más, pero tiene la delicadeza de no entrar antes de que llegue Simón. Eso sí: constata dos cosas muy extrañas: la losa está descorrida, pese a los sellos del gobernador; y lo que puede observar es que las vendas están por el suelo.
          Pedro entró conforme llegaba y entonces entró el otro. Y quedaron en silencio y observaron sin mediar palabra: el cuerpo de Jesús no estaba, Las vendas habían quedado plegadas (caída la parte superior sobre la inferior) [es el otro sentido que se da a ese estar “por el suelo”, y expresaría muy bien el sentido de unas vendas o sudario que se ha plegado al esfumarse el cuerpo que había estado cubierto por ellas].
          El “otro discípulo” vio lo que vio y se le encendió la fe. Nadie se había levado desnudo el cuerpo del Señor (no tenía sentido), y Jesús había anunciado muchas veces que resucitaría al tercer día. Por tanto, ¡es que ha resucitado!
          ¿Por qué Juan no nombra al “otro discípulo” con su nombre propio. Conociendo el estilo de Juan es muy posible concluir que pretendió extender aquella experiencia a TODO OTRO DISCÍPULO que se acerca al evangelio y tiene allí que “ver y creer”, porque ahora toca ya entender la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

          No perdamos comba en el misterio que nos embarga estos días: el de los hechos que siguieron al nacimiento de Jesús en Belén.
En Belén, María descansa como descasan las madres: que no duermen durmiendo sino velando. José se salió a su puesto de vigía, cruzó el bastón en la puerta (como era costumbre de pastores para que nadie entre o salga sin ellos enterrase, y se quedó en el duermevela típico de una situación así. No lo dejé solo. Y aunque reconozco que yo no paraba en mi ir y volver de la puerta al pesebre, y así entraba y salía, también llegué a dormitar.
José levantó de pronto la cabeza y aplicó el oído. Venía alguien. Y más de uno. Escuchaba conversaciones e intuía un grupo. José se puso de pie. No podía estar sentado como si nada. Tenía que hacer acto de presencia, a la vez que cuidó no avivar la pequeña hoguera que le calentaba. Era mejor pasar desapercibido.
Pero quien fuera, venía derecho a ellos. Tuvo miedo y pidió ayuda a Dios. Cuando llegó el primero ante él, vio un humilde pastor que tímidamente se interesaba por un Niño envuelto en pañales y puesto en un pesebre. Y se juntaron varios hombres y contaron a trozos lo que les había sucedido. Del fondo del lugar emergió la figura de una muchacha a la que había despertado la conversación… Se acercó. Escuchó. Y vio rápidamente que Dios no los había dejado solos en aquella su aparente soledad. Que Dios se había buscado compañía y fiesta entre aquellos hombres sencillos… Los saludó; José se hizo a un lado. Los hombres le iban entregando a los dos aquellas cositas que habían recogido. Tímidos y respetuosos. Toscos, pero con la belleza de la “necedad de Dios”. Y los llevó hasta el pesebre. María y José observaban detrás, y ellos rodearon el pesebre con enorme emoción y ternura…, hechos “flanes” (que diríamos…) Uno de ellos se arrodilló. Le siguieron los otros como llevados de un sentimiento más profundo, y no le quitaban ojo al Niño…, como no fuera para mirar -admirados- a aquellos padres.
A mí me pareció que rezaban. Que no hablaban nada. Que no tenían nada que decir. María se adelantó, sacó al Niño del pesebre y se lo dio a besar… Ni se atrevían a tocarlo. Uno le cogió un piececito y lo tuvo un rato entre las manos. El hombre lloraba. Y daban gloria a Dios por todo lo que habían visto y oído.

No sabían despedirse, pero acabaron por hacerlo. Uno de ellos depositó con toda delicadeza un beso en la frente del recién nacido… Y salieron muy calladitos.


La noche, estaba visto, no era para dormir… Pero se fue tranquilizando, y fue el momento sublime en que María abrió el cofre sin fondo de su corazón… Allí donde iba dejando entrar cada hecho, cada instante… Y lo guardaba. No se podía ni asimilar de pronto, ni comentar. Necesitaba ese silencio del alma en donde Dios va luego “explicando”…, donde el alma “se deja tocar” por esos susurros e incluso inmensas voces misteriosas de Dios que habla en el secreto del alma.

2 comentarios:

  1. Palabra de vida y luz de Dios
    1Jn 1,1-2,3
    Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.
    Os anunciamos el mensaje que le hemos oído a él: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados.
    Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra.
    Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
    En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.

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  2. Hoy es San Juan Evangelista el que nos conmueve con el testimonio de lo que él y sus compañeros han visto y escuchado y vivido junto a Jesús. Según la tradición es el autor del cuarto evangelio, con una redacción muy personal San Juan Evangelista nos ha regalado la experiencia más extraordinaria del AMOR de Cristo; a través de su Evangelio y de sus Cartas.Es el único Apóstol que murió de muerte natural a una edad muy avanzada. Pudo así explicar sus experiencias de Dios a sus coetáneos: Curaciones, resurrecciones, la Transfiguración de Jesús en el Tabor,la Última Cena, la Oración en Getsemaní, el Prendimiento, la Crucifixión, la Resurrección y la Ascensión, la Pesca Milagrosa, la Multiplicación de los Panes...,como experiencias más importantes de las que fue testigo el Apóstol Juan el Evangelista, hijo del Zebedeo. De él debemos aprender a transmitir nuestra fe, a fin de vivir en comunión y alegría con el Padre, con Jesucristo y con toda la Comunidad ;y compartir el gozo inmenso de su Presencia entre nosotros en una situación sin sombra de pecado, sin separarnos del Salvador.

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