sábado, 10 de diciembre de 2016

10 diciembre: Contrastes del adviento

Liturgia
          Dejamos a Isaías que ha sido el profeta del adviento, que ha expuesto de mil formas lo que será ese futuro tan distinto, porque la llegada del Mesías hará todo nuevo y prodigiosamente bueno. Sus audaces comparaciones y paradojas han querido mostrar la diferencia de un mundo ya salvado con lo que es la situación opresiva del destierro.
          Hoy se toma la 1ª lectura del libro Eclesiástico (48,1-4. 9-11) con su panegírico de Elías, profeta más cercano en el tiempo que Isaías, que Dios lo “reserva para el momento de aplacar, reconciliar padres con hijos, y restablecer las tribus de Israel”.
        En el Evangelio sigue Jesús tomando la idea de un Elías que volvería a hacerse presente..., ¡y se ha hecho presente y lo han despreciado! Comprenden los apóstoles que Jesús se ha referido a Juan Bautista. Para concluir que “el Hijo del hombre va a padecer a manos de ese mismo pueblo que maltrató a Elías”.
        Todo esto en el adviento, ¿qué? -Pues que tanto esperaron entonces y no aceptaron la llegada del gran profeta, que en el adviento real de hoy, el que vivimos nosotros, nos enfrenta a nuestra acogida de Jesús. Ayer nos ponía ante un balance de situación. Hoy nos pone ante una mala solución de ese balance. [Quedamos ahí ante nosotros mismos].


JOSÉ Y MARÍA

Estaba amaneciendo. José, que se iba a su trabajo de jornalero, no pudo menos que pasarse por la casa de Joaquín. Y desde luego, venía radiante. Miraba a María con unos ojos tan abiertos y alegres que en ellos le decía los mejores piropos de su vida. Con las lágrimas saltadas, José abrazó a Joaquín largamente: “¡Qué grande es Iahvé, querida familia! ¡Qué inmensa es Myriam! ¡Bendita entre las mujeres!” Es muy difícil saber más porque desconocemos las costumbres de la época. Pero que José se quedó embelesado mirando a María, eso sí que podemos estar seguros: “Ya lo sé todo; Dios vino también a mí, a su manera… Un sueño –que fue celestial- me puso ante los ojos la maravilla de Dios. Y que María es Madre del Enmanuel”… Se atragantó José, tuvo que pararse. Ana le trajo una silla (hasta es posible que era de las que había hecho José). Y casi sin poder pronunciar, añadió: ¡Y Iahvé me confirma mi matrimonio con Myriam, y me da las veces de padre… Yo le pondré al Niño el nombre de Jesús! No podía seguir… Dios pone en nuestras manos –mías y de esta Flor de la vida (miró a María con un cariño inmenso)- al SALVADOR.
- ¡Joaquín y Ana: en cuanto vosotros lo autoricéis, realizamos la boda!  Así me lo ha dicho –en sueños- Dios.
Intervino María, con mirada cómplice a José: “Sí; así será. Pero ahora hemos de pensar todavía…” José miraba extrañado: ¿pasaba algo nuevo?
Pues sí; muy lateral al hecho central, pero “pasaba algo”. Cuando Dios vino a Ella, le comunicó la noticia de Isabel, anciana y embarazada. Y Ella, María, sentía la obligación de ayudar a su pariente. ¿Debían esperar esos meses hasta el regreso? Reconocía María que ahora no era Ella sola la que decidiera; ni siquiera ya solo junto a sus padres. Ahora Ella estaba ya con esa otra realidad de José, dispuesto y a punto para la boda.  Habían pasado unos momentos tan difíciles que no podía ser plato de gusto el tomar nuevas responsabilidades… Habría que ver también ahora qué pensaba José… Y José, hombre de Dios, miró a María y le dijo: - Tú, ¿qué piensas?  María respondió con los ojos bajos: - Que aunque retrase nuestra boda, debería ir. Pero ahora, tú decides, José.
Lo propio de José –ya lo iremos viendo- no era “decidir”. Su alma era un receptáculo del deseo de Dios. Y si bien es verdad que aquí no actuaba directamente Dios, el parecer de María aparecía claro. Y eso ya le era suficiente.

Joaquín y José hicieron un aparte. José estaba de acuerdo con el parecer de María. A él le gustaría realizar la boda e irse con ella. Pero su trabajo comprometido de antemano no le permitía ahora. Y al fin y al cabo eran tres meses… Lo sentía más en aquel instante, cuando venía eufórico después de la visita recibida de Dios. Pero Dios lleva la historia y Él sabrá si es mejor hacer todo de esta otra manera. Para cuando regrese María estará ella de tres meses. No es nada extraño en aquella sociedad en la que –al fin y al cabo- ya se pertenecían desde antes.

                                                         [Del libro: “Quién es Este”]

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