martes, 3 de noviembre de 2015

3 noviembre: Un día muy lleno

Liturgia
          Rom 12, 5-16 es un texto más para meditar que para explicar. Y no sólo meditar sino hacer con él un examen de conciencia. Comienza con un bosquejo del Cuerpo Místico, que no desarrolla pero que lo deja trazado: somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Y explica cómo los dones que poseemos son diferentes y deben estar al servicio, cada uno desde su propia realidad, con responsabilidad y empeño.
          Y a partir de ahí va enumerando actitudes que deben definir al creyente cristiano: que vuestra caridad no sea de apariencias. Y sigue un principio general que es de mucha envergadura: Aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Parecería tan genérico que no diría nada. Y sin embargo es un mundo. Empecemos por el final: “apegaos a lo bueno”. LO BUENO es algo absoluto que no admite más o menos. LO BUENO es posible de captar por el propio fondo de la conciencia de cada uno. LO BUENO no admite briznas de “malo”. Lo que supone entonces que apegarse a lo bueno es no dejarse rozar por lo que no es bueno, absolutamente bueno. Porque lo que no es absolutamente bueno empieza a entremezclarse don “lo malo”. Y esa profundidad de análisis de nuestros actos y nuestro interior es de enorme valor, máxime en estos tiempos en que tanto se entremezcla y se confunde lo “que no tiene nada de malo” y “por qué no se va a poder hacer”…, que son subterfugios engañosos para no mirar de frente si algo es verdaderamente BUENO. Se pretende hoy que “nada sea malo”, que se pueda hacer cualquier cosa, que se reduzca el bien a la relación con los demás (a “no hacerles daño”)…, perdiéndose horizonte de lo que está bien y lo que no está bien a los ojos de Dios. Porque la pauta del bien o del mal nace de la referencia de nuestra vida hacia Dios y a la voluntad que Dios ha manifestado.
          Otro aspecto en el que merece la pena reflexionar es en la palabra de Pablo: Bendecid, sí; no maldigáis. “Bendecir” es “bien-decir”. “Maldecir” es “decir mal”. “Mal-decir” es toda crítica, juicio, acción que pone en evidencia realidades de otro, a las que se les ve desde el lado negro de unos ojos sucios. San Pablo exhorta a BIEN DECIR. O se habla bien de otros, o no se habla. Y lo dice no sólo en general sino también de los que os persiguen. ¡Siempre!
          Más aún: Tened igualdad de trato; poneos a nivel de la gente humilde. Reíd con los que ríen; llorad con los que lloran. Es todo un programa de vida en el modo de relacionarse con los demás, bien sea que se les trata, bien sea que no se les tiene delante. Pero la actitud ha de ser “humilde”…, que es la única manera de estar al nivel de los demás, puesto que con poco que nos descuidemos, siempre sacamos la cabeza por encima del otro.
          Ya ven que este texto no es para “saberlo” sino para meterlo dentro.
          El evangelio de Lucas (14, 15-24) empieza por un sujeto emocionado con el banquete del Reino de Dios…, con la nueva realidad que ha traído Jesús, y la que nosotros expresamos en la palabra: vida cristiana.
          Jesús, sin embargo, hace ver que –a pesar de los pesares- no todos tienen en tan alto grado ese BANQUETE. Y lo expresa en una parábola: el pueblo judío ha sido invitado –el primero de todos- a participar de ese banquete. A él se le envía la invitación. Pero unos por una cosa, otros por otra, se excusan…, piden ser dispensados. El anfitrión no se resigna a quedarse con el banquete preparado y envía sus criados al desecho de la sociedad: cojos, ciegos, pobres,  lisiados…, los que nadie quiere y que van a ser precisamente los verdaderos comensales del Reino.
          Pero queda lugar. Y entonces los criados han de salir de la ciudad, a los senderos y caminos, e invitar a los no judíos… [ahí estábamos nosotros]. Y así es como va a tener sus comensales el banquete del Reino, la participación en la vida y la salvación de Jesús.

          San Lucas no ha reseñado el detalle que pone otro evangelista: que no estamos invitados de balde; que cuando menos tenemos que estar dignamente presentados. Que al banquete no se asiste de cualquier manera. Que se exige ir dignamente vestidos, “de fiesta”. Y que, como eso no es cuestión de lujos ni trajes sino de limpieza del alma, se les puede pedir –SE LES PIDE- a los pobres, lisiados, cojos, ciegos y gentiles. SE NOS PIDE. Y bien que habría que mirarse al corazón en estos tiempos en los que parece tan rutinario acercarse a la Eucaristía que muchas veces da la impresión que se ha tomado un poco de ligero eso de participar del Banquete. Porque no se da por supuesto que se lleva puesto “el traje de fiesta”.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad11:55 a. m.

    CREO EN LA RESURRECCIÒN DE LA CARNE Y EN LA VIDA ETERNA (Continuación).

    Ya sabemos que el mismo instante que se prduce la muerte ,el alama es juzgado por Dios..El tiempo de prueba ha terminado . La misericordia infinita de Dios ha hecho todo cuanto ha podido; ahora prevalece la justicia de Dios.
    ¿Y què ocurre luego?,Si el alma se ha escogido a sì misma, en vez de a Dios, y ha muerto sin reconciliarse con Èl, se queda sin posibilidad de restablecer la comunicación con Èl.Para este alma,muerte , juicio, y condenación son simultáneos.Merece la condenación eterna. Nadie sabe con seguridad lo que es el infierno.Sabemos que allì hay un fuego inextinguible,porque Jesús lo ha dcho. Sabemos también que no es el fuego de nuestros hornos y calderas Ese fuego no podría afectar a un alma ,porque es espíritu. Todo lo que sabemos es que en el infierno hay una pena de tal naturaleza,que no hay otra manera mejor de describirla en lenguaje humano que con la palabra "fuego".
    Pero la pena màs importante es el castigo de la separaciòn eterna de Dios, Este es peor sufrimiento del infierno.El condenado desea morir y sabe que esto es imposible; su condenación es para siempre.
    ¿Què nos enseña el Catecismo de la Iglesiab Catòlica? La Iglesia afirma la existenz¡cia del "INFIERNO" y su eternidad.Las almas de los que mueren en pecado mortal descienden a lo infiernos inmediatamente después de su merte y allì sufren las penas del infierno.La principal pena consiste en la separación eterna de Dios ,en quien únicamente puede tener la felicidad y la dicha a la que aspira y para. las que ha sido creado.
    Las afirmaciones de la Iglesia son una recomendación y llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno.


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