lunes, 2 de noviembre de 2015

2 novb: la fiesta de los fieles difuntos

Conmemoración de TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
          Ayer celebraba la Iglesia a todos los SANTOS, es decir, a todos los que ya viven en el Cielo y gozan del abrazo de Dios. Sabemos los nombres de muchos, que están en el Santoral y en el Martirologio. No sabemos los nombres de esa ingente multitud de “los 144,000” que encierran una plenitud de cuantos vivieron su vida en camino hacia el trono de Dios, siguiendo al Cordero, con sus palmas en las manos.
          Hoy la Iglesia celebra desde tiempos muy antiguos a los OTROS SANTOS que pueden “estar de camino”, y a los que los fieles cristianos vivos quieren sufragar para que su día de fiesta sea el día 1, entre los que ya llegaron al abrazo de Dios. Hoy celebramos la fiesta  de ese ingente número de los que ya han muerto. Y lo celebramos como fiesta porque sabemos a ciencia cierta que están en el ámbito de Dios, porque morirían en paz y gracia de Dios.
          Desde la creencia cristiana el momento que decanta en esa dirección de personas que van en línea de plenitud es el momento mismo de la muerte. El cuerpo queda en la tierra. La persona como tal ya ha encontrado su definitivo destino. Y quien vivió una vida digna, caritativa, piadosa, entregada a hacer el bien, feliz y para hacer felices a los que le rodean, y hasta muchas veces heroicamente y en medio de sacrificios y contrariedades…, damos por seguro que están en brazos de Dios, aunque sigamos pidiendo por ellos y, aunque muchas veces, añadimos: “o que ellos pidan por nosotros”.
          De donde se sigue que la muerte no derrumba al creyente que ha perdido a un ser querido, y hasta quizás lo haya perdido trágicamente o produciendo una verdadera tragedia en quienes siguen viviendo este mundo. En el creyente hay una almohadilla que atempera su dolor, y no de una forma superficial sino muy profunda. En el creyente –y lo tenemos comprobado en muchas ocasiones- tal desgracia es acogida con inmensa serenidad y paz, con absoluta entereza y aceptación, con una extraña sensación de gozo interior, con un llanto pacífico y abandonado en el pecho de Dios. Y bien se sabe que toca ahora enfrentarse a una etapa muy nueva en la que se va a notar la falta de esa rueda esencial que constituía quien se fue… Pero se sacan fuerzas de flaqueza y luce la luz de la esperanza, por una misteriosa fuerza que “no se sabe de dónde nace”, aunque se sabe perfectamente que Dios está ahí detrás.
          Por eso me quedo muchas veces pensando en esas tragedias cuando alguien no tiene fe y no tiene dónde agarrarse, y a lo sumo descarga todo su desastre humano en encender unas velas, o en esos llantos que no curan sino de lágrimas amargas que no tienen pañuelo que las enjugue.
          Hoy día es muy corriente que se emplee el dicho anodino: “donde esté”, como si quedara el ser querido vagando por una región etérea que no sabe nadie definir. Es la confesión de la incertidumbre, de lo inconcreto, de la desesperanza… Lo curioso es que quienes dicen esa frase lo hacen mirando hacia el cielo. En el fondo están haciendo una confesión de la fe que no quieren expresar y que no viven activamente pero que sienten por instinto, sin saber ni por qué. Porque lo que no estarán pensando es que sus seres queridos están como aerolitos perdidos en el firmamento…; donde estén. Tampoco van a querer decir que estén condenados en un suplicio misterioso.

          Por eso la expresión cristiana es mucho más rica y definida: Se habla del difunto “que en gloria esté”, con lo que ya se está expresando un destino muy concreto y una esperanza muy firme. Incluso traspasan ese “estado intermedio” que queda ahí como misterio difícil de explicar, y ya sitúan al difunto en el lugar de la felicidad y del encuentro con Dios: En la Gloria. Evocan así aquel momento del calvario cuando Dimas se dirige a Jesús desde su propio tormento y le dice: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Y Jesús respondió que eso sería “hoy mismo, conmigo, en el Paraíso”, sin esperar a que el ladrón que tenía tanta carga a sus espaldas, tuviera que esperar un trecho antes de entrar “conmigo en el Paraíso”. No era poca purga el sufrimiento de un crucificado que se asfixia…, o que va a padecer en vida el macabro momento de partirle las piernas… Aparte de que –ladrón y todo- la vida de aquel hombre había tenido mucho de “purgatorio en vida” porque no se es ladrón yendo de rositas por la vida. Por eso el paso entre la vida y la muerte es la única distancia que le separa del Paraíso y del estar “conmigo”, con Jesús que, en su cruz, ya ha pagado por todo y por todos.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad12:37 p. m.

    CREO EN LARESURRECCIÒN DE LA CARNE Y EN LA VIDA ETERNA.

    ¿ Y què pasa una vez que el alma abandona el cuerpo ?.En el mismo momento que el alma abandona el cuerpo es, juzgada po Dios.En ese momento sabe ya cual va a ser su destino eterno. A este juicio lo llamamos "juicio particular".
    Dònde tiene lugar el juicio particular ?.Probablemente en el mismo sitio donde morimos. Tras la muerte no hay espocio ni lugar.El alma no tiene que ir a ningún lugar ,para ser juzgada :en cuanto a la forma que este juicio particular adopta, sòlo podemos hacer conjeturas : lo único que Dio ha revelado es que habrá "juicio particular".
    Los teólogos especulan es que , lo que probablemente ocurre es que el alma se ve ,como Dios la ve, en estado de gracia o en pecado; con amor de Dios o rechazándole y consecuentemente sabe cual es se destino.
    ¿ Pero què pasarà si al morir , el juicio particular, nos encuentra, ni separados de Dios por el pecado , ni con la perfecta pureza del alma que la unión con Dios requiere?.El Catecismo de la Igesia Catòlica nos dice :los que mueren en gracia y en la amistad de Diod, pero imperfectamente purificados,aunque estèn seguros de su eterna salvación, suren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final, que es completamente distinta del castigo de los condenados.La Tradición de la Iglesia habla de "un fuego purificador".
    Nadie sabe cuanto dura el purgatorio par unalma. Después de la muerte no hay tiempo, ni días ,ni horas ni minutos.
    Los que aùn vivimos aquí , si podemos ayudarles con la misericordia divina,para acortar su sufrimiento y acelerar su encuentro con Dios,Ellos ya no pueden hacer nada. La Iglesia recomienda ofrecer,misas,oraciones, limosnas e indulgencias .Cuando ellas estén en el cielo ,rogaràn por nosotros

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!