martes, 2 de septiembre de 2014

21 septiembre: Espíritus de hombre y de Dios

Experiencias diarias
             Hoy me detengo –de entrada en la Lectura de San Pablo a los fieles de Corinto (1ª, 2, 10-16) por lo práctico que presenta en dos aspectos concretos. Habla del espíritu del hombre para conocer lo íntimo del hombre. Y del Espíritu de Dios para conocer lo íntimo de Dios.
             Si nos atenemos a la primera parte, estamos entrando en la capacidad de la persona para conocerse a sí misma; la introspección, la sinceridad, la profunda versas para no echar tules de disimulo ni poner paños calientes a la propio realidad. Se trata de eliminar las justificaciones con las que uno siempre presenta una excusa de sus actuaciones…, excusas que no tiene –en idénticos casos-cuando se trata de otros.
             De alguna manera se está tocando el tema de la CONCIENCIA, que sabe mirar de frente lo que se hace, se dice, se piensa, se actúa. Cierto que ahí el espíritu del hombre se está ya entremezclando con el Espíritu de Dios, porque la conciencia en tanto es nítida y sincera y objetiva en cuanto que participa de la iluminación de Dios. Por eso el ejemplo simple más clarificador de lo que es la conciencia es el del espejo que refleja a Dios en el alma de la persona. El Espíritu de Dios pone luz en la mirada interior de la persona para popder ver la voluntad, deseo, “estilo” de Dios, que es lo que hay que aplicar en cada caso concreto personal (la voz de la conciencia).
             El Espíritu de Dios penetra lo íntimo de Dios. Y a los creyentes se nos da la posibilidad de participar de ese Espíritu, para que tomemos conciencia de los dones que hemos recibido. Y por lo tanto para que –sabiéndolo- procedamos acordes con ese milagro que llevamos en nuestras manos: que Dios se nos ha venido a nuestra realidad para que nuestro actuar vaya de la mano de Dios. PARA QUE no nos permitamos defraudar al Espíritu de Dios que ha venido a nosotros.
             Añade Pablo que este lenguaje lo capta la persona espiritual. Que “espiritual” no significa hacer cosas de espíritu, sino ver, oír, escuchar, hablar, sentir, desear…, movidos por ese Espíritu de Dios. Algo que no encaja con “me gusta”, “no me apetece”…, y cosas por el estilo. “Realidades espirituales en términos espirituales”, dice San Pablo. Y aclara que –en niveles meramente humanos- todo esto es ininteligible: parece una locura, no es capaz de percibirlo… La razón es muy sencilla. Sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. Ese que tiene la persona espiritual, que le lleva a poder juzgarlo todo. Es decir: a no juzgar nada con juicios humanos, y mirar y ver las cosas con ojos de Dios. Y los ojos de Dios son LOS OJOS DE CRISTO.

             El Evangelio (Lc 4, 31-37) nos está introduciendo en el arranque mismo de la vida apostólica de Jesús. Tras su fallido intento en Nazaret, se desplaza pocos kilómetros y llega al centro neurálgico del norte palestino: Cafarnaúm. Como hizo en Nazaret, el sábado acude a la sinagoga. Y habla en ella y también aquí encuentra acogida y admiración por parte de los oyentes. La diferencia es que aquí le conceden “autoridad” a sus palabras, mientras que en Nazaret salió el reventador que quitó autoridad a Jesús, porque “no era más que el hijo de José”.
             También aquí hay un reventador: el espíritu demoníaco del mal, que había entrado en un hombre. Pero lejos de quitarle autoridad, lo que quiere es “denunciar” a Jesús-Mesías como quien viene a perder a los malos espíritus. No se equivocaba. Lo que sí intenta ese espíritu malo es “poseer” a Jesús, adueñarse de Él, y por eso lo nombre como “el Santo de Israel”.
             A las gentes de Nazaret Jesús no les cerró la boca. Al mal espíritu, sí: Cállate y sal del hombre. Y el demonio lanza al hombre contra el suelo, pero como mera pataleta: sin hacerle daño. Pero el mal espíritu se va. Se va, echado por la fuerza de Jesús.
             Y la gente se admira, se pregunta qué tiene aquella palabra que da órdenes a los espíritus inmundos y se van. Y estas cosas se extienden por unos lugares y otros… Y llegarían a Nazaret. ¡Qué diferencia de una situación a otra!

             ¿Y era el mismo Jesús! ¿Y era la misma palabra!. ¿Y era la misma autoridad!
             ¡¡¡Misterios del hombre!!! Con el mismo río de Gracia, unos sí…, (y hasta se encantan y admiran), y otros no… (y hasta persiguen e intentan despeñarlo! Esto es lo grande del misterio que hay en el ser humano. No viene mal retornar aquí al comienzo de la 1ª lectura: el espíritu del hombre que conocedebe conocer- lo profundo de sí mismo. Y por eso en Nazaret hubo una superficialidad y en Cafarnaúm una acogida admirada. Y no se me despinta esta realidad. Cuanto escribo, cuanto predico, en la gran diversidad de oyentes, ¡qué diferencia abismal de entendederas, de acogida, de saberse apropiar en 1ª persona de lo que se ha escuchado…!, e incluso de acabar “admirando lo bien que habló el predicador…”, y la siguiente palabra que se dice o el siguiente juicio que se hace, va por completo en sentido contrario.

             No es que me extrañe. Porque cada cual sabemos en primera persona, que llevamos nuestra “arma” en nuestro armario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!