Experiencias
diarias
Hoy
me detengo –de entrada en la Lectura de San Pablo a los fieles de Corinto (1ª,
2, 10-16) por lo práctico que presenta en dos aspectos concretos. Habla del espíritu
del hombre para conocer lo íntimo
del hombre. Y del Espíritu de Dios para conocer lo íntimo de Dios.
Si
nos atenemos a la primera parte, estamos entrando en la capacidad de la persona
para conocerse a sí misma; la introspección, la sinceridad, la profunda versas
para no echar tules de disimulo ni poner paños calientes a la propio realidad.
Se trata de eliminar las justificaciones con las que uno siempre presenta una
excusa de sus actuaciones…, excusas que no tiene –en idénticos casos-cuando se
trata de otros.
De
alguna manera se está tocando el tema de la CONCIENCIA, que sabe mirar de frente lo que se hace, se dice, se
piensa, se actúa. Cierto que ahí el espíritu
del hombre se está ya entremezclando con el Espíritu de Dios, porque la conciencia en tanto es nítida y sincera
y objetiva en cuanto que participa de la iluminación de Dios. Por eso el
ejemplo simple más clarificador de lo que es la conciencia es el del espejo que refleja a Dios en el alma de la
persona. El Espíritu de Dios pone luz en la mirada interior de la persona
para popder ver la voluntad, deseo, “estilo” de Dios, que es lo que hay que
aplicar en cada caso concreto personal (la voz de la conciencia).
El
Espíritu
de Dios penetra lo íntimo de Dios. Y a los creyentes se nos da la
posibilidad de participar de ese Espíritu, para
que tomemos conciencia de los dones que hemos recibido. Y por lo tanto para
que –sabiéndolo- procedamos acordes con ese milagro que llevamos en nuestras
manos: que Dios se nos ha venido a nuestra realidad para que nuestro actuar
vaya de la mano de Dios. PARA QUE no nos permitamos defraudar al Espíritu de Dios
que ha venido a nosotros.
Añade
Pablo que este lenguaje lo capta la persona espiritual. Que “espiritual” no
significa hacer cosas de espíritu, sino ver, oír, escuchar, hablar, sentir,
desear…, movidos por ese Espíritu de Dios. Algo que no encaja con “me gusta”,
“no me apetece”…, y cosas por el estilo. “Realidades
espirituales en términos espirituales”, dice San Pablo. Y aclara que –en
niveles meramente humanos- todo esto es ininteligible: parece una locura, no es capaz de percibirlo… La razón es muy sencilla.
Sólo se puede juzgar con el criterio del
Espíritu. Ese que tiene la persona espiritual, que le lleva a poder
juzgarlo todo. Es decir: a no juzgar nada con juicios humanos, y mirar y ver
las cosas con ojos de Dios. Y los ojos de Dios son LOS OJOS DE CRISTO.
El
Evangelio (Lc 4, 31-37) nos está introduciendo en el arranque mismo de la vida
apostólica de Jesús. Tras su fallido intento en Nazaret, se desplaza pocos
kilómetros y llega al centro neurálgico del norte palestino: Cafarnaúm. Como
hizo en Nazaret, el sábado acude a la sinagoga. Y habla en ella y también aquí
encuentra acogida y admiración por parte de los oyentes. La diferencia es que
aquí le conceden “autoridad” a sus palabras, mientras que en Nazaret salió el
reventador que quitó autoridad a Jesús, porque “no era más que el hijo de José”.
También
aquí hay un reventador: el espíritu
demoníaco del mal, que había entrado en un hombre. Pero lejos de quitarle
autoridad, lo que quiere es “denunciar” a Jesús-Mesías como quien viene a perder a los malos espíritus.
No se equivocaba. Lo que sí intenta ese espíritu malo es “poseer” a Jesús,
adueñarse de Él, y por eso lo nombre como “el Santo de Israel”.
A
las gentes de Nazaret Jesús no les cerró la boca. Al mal espíritu, sí: Cállate y sal del hombre. Y el demonio
lanza al hombre contra el suelo, pero como mera pataleta: sin hacerle daño. Pero el mal espíritu se va. Se va, echado por la
fuerza de Jesús.
Y
la gente se admira, se pregunta qué tiene
aquella palabra que da órdenes a los espíritus inmundos y se van. Y estas
cosas se extienden por unos lugares y otros… Y llegarían a Nazaret. ¡Qué
diferencia de una situación a otra!
¿Y
era el mismo Jesús! ¿Y era la misma palabra!. ¿Y era la misma autoridad!
¡¡¡Misterios
del hombre!!! Con el mismo río de Gracia, unos sí…, (y hasta se encantan y
admiran), y otros no… (y hasta persiguen e intentan despeñarlo! Esto es lo
grande del misterio que hay en el ser humano. No viene mal retornar aquí al
comienzo de la 1ª lectura: el espíritu
del hombre que conoce –debe conocer-
lo profundo de sí mismo. Y por eso en
Nazaret hubo una superficialidad y en Cafarnaúm una acogida admirada. Y no se
me despinta esta realidad. Cuanto escribo, cuanto predico, en la gran
diversidad de oyentes, ¡qué diferencia abismal de entendederas, de acogida, de
saberse apropiar en 1ª persona de lo que se ha escuchado…!, e incluso de acabar
“admirando lo bien que habló el predicador…”, y la siguiente palabra que se
dice o el siguiente juicio que se hace, va por completo en sentido contrario.
No
es que me extrañe. Porque cada cual sabemos en primera persona, que llevamos
nuestra “arma” en nuestro armario.
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