miércoles, 17 de septiembre de 2014

17 sep.: Enseñanzas sencillas de Jesús

Las enseñanzas sencillas de Jesús
             El evangelio está plagado de comparaciones, ejemplos de vida diaria, pequeñas parábolas que sacaba Jesús de la vida ordinaria, y que tienen una belleza y una fuerza expresiva que valen por un discurso. Hoy se ha fijado en los juegos y las reacciones de los niños en la plaza, y ha visto allí una fotografía de la realidad que viven los mayores. Los niños se echan en cara unos a otros que no saben lo que quieren, porque ha salido un grupo alegre que toco músicas para danzar con alegría, y los otros niños no han danzado. Se ponen a entonar cantos tristes y los otros no han llorado. ¿Qué es lo que queréis?, es la pregunta natural de unos niños que han quedado defraudados por otros niños que no saben ni llorar ni bailar.
             No se ha fijado Jesús en balde en esa circunstancia de niños. Es que le representa perfectamente la característica de aquella generación de adultos, que no ha acogido a Juan Bautista porque su figura hirsuta y sus modos mortificados los han echado a parte “del demonio”… Y llega Jesús con tanta naturalidad que participa en ágapes a los que es invitado y dicen de Él que es un borracho y comilón. Concluye Jesús: ¡Os habéis definido a vosotros mismos, que no sabéis lo que queréis!
             ¿Nos resulta extraño ese hecho que ha dejado patente Jesús? ¿No hemos caído en tal reacción más de una vez? ¿No hemos juzgado un mismo hecho objetivo con dos varas de medir, según quien lo hace o según el momento? Con razón Jesús concluye diciendo que se demuestra “la sabiduría” con esas diversas reacciones y actitudes.
             Engarza muy bien esta “sabiduría” con la que Pablo aborda hoy un tema tan esencial como el del amor cristiano. Porque hace caer en la cuenta de su época de niño en la que pensaba como niño, juzgaba como niño, actuaba como niño. Después de todo a los niños se les pueden permitir esas incongruencias. Se ven las cosas como en un espejo…, reflejadas al revés…, con un conocer inmaduro… Pero cuando se llega a la edad madura no pueden mantenerse infantilismos porque uno tiene que empezar a captar las realidades con “ojos de Dios”.
             ¿Y cuáles son los ojos de Dios? Los que están por encima del “yo creo”, “yo pensaba”, “a mí me parecía”… Los que enfocan con la lente del AMOR. Y ahora describe un amor que tiene unas características de firmeza que no se reblandece por las contrariedades, que vive de la fe plena y la confianza plena en la otra persona, y por tanto siempre echa las cosas a la mejor parte. Su primera característica es ser comprensivo. No sólo en el sentido de “comprender y disculpar” sino en el de “abarcar con anchura de corazón”. De ahí que excluya todo lo que puede empeñarlo, desde los celos al presumir, al ponerse por delante, al no dejar que otro pueda amar más…, a la delicadeza, la educación, el respeto, el gozo porque el amado o la amada puedan ser mejor amados por un tercero o por un cuarto. Y por supuesto ni sed pasa por la imaginación llevar un zurrón de recuerdos negativos que se tiran en rostro a la primera de cambio.
             A los novios les gusta mucho esta descripción. A los preparadores de los cursillos prematrimoniales les es un recurso fácil…, una especie de leiv motive con ritmo de canción moderna que lleva aparejado ya el éxito emocional de las parejas.
             A mí me causa esta lectura un escalofrío y un respeto imponente, y soy de los que la preferirían menos manoseada en cada boda. Tiene demasiada enjundia y está en un contexto demasiado serio para convertirla en un “himno al amor”. Yo preferiría que se situara en donde fue escrita: una comunidad que no está siendo ejemplar; a la que se le ha tenido que advertir seriamente sobre sus celebraciones de la Cena del Señor. A la que se le ha recordado el núcleo de la institución como un sacrificio pleno de cuerpo entregado a la muerte y sangre derramada…, que es lo que deben rememorar esos que viven la Cena del Amor.
             Y que aún antes de las bellas enumeraciones del “himno”, San Pablo se ha esforzado en aclarar el vacío de todo, por heroico y excepcional que sea, cuando lo que no está siendo magma integral es el amor. Ni hacer milagros, ni hablar lenguas de ángeles, no ser profeta, ni tener toda la sabiduría del mundo…, son nada, ni construyen nada, ni significan nada, si no se ha arrancado desde la fuente misma del amor. ¡Ah!: hemos llegado al núcleo: sólo podemos hablar de amor cuando estamos conectados con LAS FUENTES DEL AMOR. Y esa fuente es Dios, y ese fluir tiene que provenir de Dios, y el amor cristalino no deja entremezclarse otro tipo de amor.

             Y ahora aquella comunidad corintia…, y cada comunidad humana (empezando por la familiar y siguiendo por todas las demás), en tanto se constituye tal comunidad en cuanto que su conexión con Dios deja manar el amor puro que no se da para recibir, sino a fondo perdido. EL AMOR DEL ADULTO (sentido del ser perfecto, a la medida de Cristo) que ya vive el mayor de los carismas, lo más grande de la vida que es el amor. El que baila con el que canta, el que llora con el que está triste, el que se goza con el bien del amado…, el que sabe quedarse –sin recelo alguno- en el segundo lugar o tercer lugar. Porque el amor es verdadero cuando es desprendido, y la paga más grande que tiene es la de AMAR.

1 comentario:

  1. Anónimo8:13 p. m.

    ¿Por qué no hay comentario del padre Cantero?

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