sábado, 20 de septiembre de 2014

20 sept.: OÍR la palabra

EL QUE TENGA OÍDOS…
             Comenzando por 1Co 15 hemos de ver un capítulo en el que San Pablo ha entrado en el tema de la Resurrección de Jesucristo. Empezó ayer de modo apologético frente a los que niegan la resurrección de los muertos, llegando a la conclusión de que si Cristo resucitó, nosotros resucitaremos. Porque si nosotros no pudiéramos resucitar, sería igual que decir que Cristo tampoco pudo resucitar. Y como resucitó y fue visto resucitado, es un hecho la realidad de que los muertos resucitan, y es un hecho que nuestra gran seguridad es que el primero en resucitar fue Jesucristo.
             Hoy sigue en el tema y se adentra en un difícil e inexplicable tema. Dado que es un hecho que resucitaremos, ¿cómo será la resurrección nuestra de la muerte para ir a la otra vida? Si algo queda claro es que no lo sabe Pablo ni lo sabemos  nosotros. Que podemos hacer mil conjeturas y que ninguna es la realidad. Que es un salto tan grande el de la muerte que lo único que podemos decir es que “allí” serán las cosas muy diferentes. Y que “aquí” sembramos el grano de trigo (que se pudre en la muerte), y allí somos espiga granada…, de la misma naturaleza que la semilla pero completamente diferente.
             Y todo lo que pasa de ahí son elucubraciones mentales, como la diferencia que podemos imaginar entre cuerpo carnal y cuerpo espiritual. Quizás la última frase es la que mejor lo dice (sin poder concretar nada): Nosotros somos imagen del hombre terrenal; seremos también imagen del hombre celestial.
¿Hemos sacado algo en claro?  - Sí: que “aquello será OTRA COSA, y que ahora, ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento puede entender lo que nos espera.

San Lucas8, 4 nos presenta la maravillosa parábola del SEMBRADOR. Hay una palabra que me ha detenido hoy más que el conjunto del texto. Ha contado Jesús la parábola, Y concluye con una de esas sus expresiones lapidarias, de inmenso sentido: quien tenga oídos para oír, que oiga. No quiero que se me pase de largo esa expresión que es un toque de atención que Jesús pretende. Él sabe que la mitad de las cosas “no las oímos”, y casi que “la otra mitad”, no la escuchamos. Él sabe que decimos que nos ha admirado alguna explicación…, y que no sabríamos repetir ni una palabra. Sabe Jesús que oímos muchas veces como si el sonido pasara por encima y no llegara a captarse ni con el oído…, ¡mucho menos con la mente!, y a años luz del corazón. Sabe Jesús que oímos pero no atendemos…, e incluso que oímos con el impermeable puesto…¡Vamos!: que no oímos…, que aquello quedó en “hermosa música celestial”. Un oír que pasa por el oído pero no toca el cerebro y –desde luego- ni roza siquiera el compromiso.
Y por eso Jesús ha hecho esa parada al acabar de contar la parábola, a ver si aquella gente que se le ha unido para escucharlo, se despierta y OYE. Porque, si no, la parábola no sirve de nada, y lo que pretende enseñar se queda en vacío.
¡No!, no me quedo yo ahora “predicando”; estoy entrando en mí. Estoy parado en ese primer caso de la Palabra que cae al borde del camino. Y lo que me coge el pellizco es que ahí están muchas de las Palabras que me dice el Señor; que ahí tengo una bolsa de Palabras de Jesús que no han encontrado aún eco en mí. Que las hay que LAS OIGO…, pero que no tengo oídos para oír…, y que su sonido no llega a tener articulación interior en mí para hacerme eco real y llevarme a recoger esa semilla que está a punto de que los pájaros se la lleven y se la coman…¸de que venga el maligno y la arrebate del corazón. Claro: es que la pregunta es mucho más honda: ¿pero me ha entrado en el corazón? Porque las cosas que llegan al corazón empiezan –por lo menos- a “picar”, a llamar, a pedir paso. Y lo que tengo recelo es de haya Palabra que tuvo vocación de arraigar en mí y sin embargo la dejé pasar…, la dejo pasar… ¿Siquiera la capto? ¿Siquiera he tenido oídos para oír?
Éste es un tema que siempre me deja en una perplejidad fuerte, y que suelo decir que representa zonas mías sin bautizar, aspectos de mi vida que pasan mil veces como fantasmas nebulosos ante mí, a los que no acabo de echarles mano para “pelearme” con ellos.
Y hago esta reflexión mía en voz alta porque me inclina a comunicarla el deseo de que pueda haber otros, más capaces, “con mejor oído”, que ahí donde les habla una determinada Palabra, tengan oídos para oír, Y OIGAN.
Que mi único deseo es que la parábola de Jesús no se quede en cuentecillo sabido y agradable… -“y que nos sabemos de memoria”-, pero que no se oiga allá en el fondo del alma, donde la Palabra hace eco, donde el eco se traduce en efectividad, y donde la Palabra de Dios puede dar el 30, el 60 o el ciento por uno.

Por eso, el que tenga oídos para oír, QUE OIGA.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad2:50 p. m.

    Después de referir Jesús las circunstancias que hacen ineficaz la semilla, habla de la tierra buena y señala tres características en la tierra buena:OIR con un corazón contrito y humilde; ESFORZARSE con la oración y mortificación para que esa semilla cale en el alma y no se a tenue con el paso del tiempo; COMENZAR y RECOMEN ZAR, sin desanimarse por no ver los frutos que esperamos
    Dios es agricultor y si se separa del hombre éste se convierte en desierto.El hombre también es agricultor y si se aparta de Dios también se convierte en desierto

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  2. Ana Ciudad2:52 p. m.

    Después de referir Jesús las circunstancias que hacen ineficaz la semilla, habla de la tierra buena y señala tres características en la tierra buena:OIR con un corazón contrito y humilde; ESFORZARSE con la oración y mortificación para que esa semilla cale en el alma y no se a tenue con el paso del tiempo; COMENZAR y RECOMEN ZAR, sin desanimarse por no ver los frutos que esperamos
    Dios es agricultor y si se separa del hombre éste se convierte en desierto.El hombre también es agricultor y si se aparta de Dios también se convierte en desierto

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