miércoles, 23 de octubre de 2013

23 oct.: Otra posibilidad

23 oct.: “Segunda hipótesis”
             Jesucristo es un gran pedagogo. Sabe que caza más una gota de miel que un tarro de hiel. Y ha echado por delante –ayer lo veíamos- a esos criados fieles en velar y aguardar y recibir a su amo, a la hora que llegue. Y el amo no entra en si antes fueron mejores o peores, sino en esa vela que está aguardando para abrir apenas llegue y llame. Y el amo compensa a los siervos haciéndolos sentar a la mesa y sirviéndoles él. [“El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir”].
             Hoy sigue avanzando en la idea, en la misma idea, pero poniéndose en la “segunda hipótesis”. Lc. 12, 39-48: Analicemos: entre los criados alguno es un irresponsable. Y “como tarda su señor” se arroga el libertinaje de pegarle a los otros siervos, y beber y comer y emborracharse. Cuando llega el amo, se encuentra con ese panorama: ni ha aguardado, ni ha abierto, ni ha sido fiel en mantener un orden normal.  Ese tal merece azotes.  Pero Jesús aquilata quién y cómo es ese tal. Y lo define como el criado que SABE lo que quiere el amo Y NO ESTÁ DISPUESTO a ponerlo por obra. Jesús ha definido muy bien al individuo que merece los azotes: “sabe” y “no quiere”. Puede hacerlo bien, y se lo echa a las espaldas conscientemente, con evidente desprecio a su amo, y a los criados de su amo.
             No ha descrito Jesús –en las dos parábolas- a unos siervos inmaculados. Sencillamente ha descrito ACTITUDES, que son las que definen a la persona. Por supuesto de defectos, los tendrán a mansalva. Pero el problema no es el descuido, la indolencia del momento, la “guardia baja”, los baches de la vida. [Esos pueden merecer “pocos azotes”]. El gran problema es la actitud del saber y no querer.  Podríamos decir: eso existe, pero eso no es lo que se da entre quienes luchan las mil batallas de la vida, por más que salgamos heridos en ellas.  Se le había confiado mucho a aquel criado y se le pedía el “mucho” de vigilar y esperar y mantener una dignidad ante los consiervos.
             Y eso lo dice Jesús para las gentes, para Pedro –que ha preguntado- y los apóstoles… Para todo el mundo, como criterio esencial. No es malo sino el que se empeña en serlo; no se condena sino el que rechaza la mano tendida de la misericordia de Dios. No es que “somos buenos”; es que DIOS ES DIOS. Y lo que no podemos nunca es achicar la infinita y gratuita salvación que nos ha obtenido Jesucristo, a costa de su Sangre.  Por eso –casualmente en estos días- nos está acompañando la carta de Pablo a los fieles de Roma, en la que su empeño es mostrarles que la redención es puro regalo, y regalo sobreabundante, que no podemos minimizar porque nosotros seamos “mínimos”.
             Ayer se esforzó por poner blanco sobre negro, porque siempre sobrepasa Dios con su bondad infinita, su DON GRATUITO, no dependiente de los “méritos” del hombre. [La “gracia” “ganada” por el hombre es la herejía pelagiana].
             Hoy sigue en su discurso y exhorta a que pongan su vida al servicio de Dios, siendo instrumentos del bien. Y concluye (Rom 6, 12-18) con la afirmación de un buen maestro que acentúa lo positivo para estimular al alumno: “Pero, gracias a Dios, vosotros –que erais esclavos- habéis obedecido de corazón a aquel modelo al que fuisteis entregados” (Jesucris-to). ¿Supone que eran fieles inmaculados?  Evidentemente no. Le basta que caminan con la buena fe de agradar a Dios, cayendo y levantándose, muy a sabiendas que son sinceros en su caminar…, y en su caer. Pero con actitud definida de querer, velar, esperar… La mirada puesta en Jesucristo que es el ÚNICO SALVADOR; no esos fieles…; ellos son pobres heridos del camino de Jericó, dependientes totalmente del paso del Buen Samaritano –Jesús- que les cure, les limpie, les monte en su cabalgadura y dé el precio por ellos. No son ellos los que pueden hacer nada por sí mismos.
             Ésta es la gran belleza que tiene un gesto en la liturgia de la Misa, que yo intento que los fieles lo observen y comprendan. El sacerdote pone vino en el cáliz. Será la materia de la Consagración. Pero hete aquí que añade una mínima gotita, sin valor, de insípida agua.  Cae la gota de agua en el cáliz…, y desaparece en el vino, aunque evidentemente allí está. Y cuando se consagre el vino, se consagra también la gotita de agua. Dice mientras el sacerdote una oración: que así participemos de la divinidad… Pongamos ahora “sujeto” a esa gota: eres tú y soy yo; son tus obras y las mías; incluso tus pecados y los míos. ¿Qué queda ahora de todo eso? Queda el vino que se consagra…, queda lo mínimo mío que también queda consagrado (perdonado, elevado, santificado, instrumento de redención junto a Cristo…) Yo no me he redimido. La redención la hizo Jesucristo. A mí se me pide aguardar, mantener compostura, saber, querer, estar dispuesto a hacer lo que a Dios agrada.

             Y acabo como acabé ayer: ¿existen majaderos que se empeñan en lo contrario? - ¡Existen! ¿Existe quien ni quiere ni está dispuesto? – Existe. Pero de ahí no se sigue que todos vayamos en el mismo saco, si hay quienes luchan las batallas de la vida con el corazón sano…, y sus debilidades a cuestas; quienes no llegan, pero no renuncian a llegar; quienes –con sus defectos y caídas- vuelven a levantarse. Y quienes no son nada hipócritas porque se reconozcan a la vez pecadores, pero admirados y agradecidos a la Gracia y misericordia de Dios en ellos…, y ¡con el mazo dando!

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