lunes, 21 de octubre de 2013

21 oct.: Cosas que no son de Dios

21 oct.: Lo que no es de Dios…
             Estaba Jesús hablando a las gentes. Su cercanía, su estar metido en las necesidades de ellas –que hacía tan suyas- debió mover a aquel a salir del círculo que escuchaba, para venirse hasta Jesús y pedirle que intervenga ante su hermano para que reparta con él la herencia de su padre.
             Es interesante observar esta escena. Y digo que aleccionadora. Es verdad que el hombre está sufriendo la situación. Pero Jesús le responde que Él no está para entrar en esos problemas; son problemas de juez y eso hay que llevarlo al juez. Como hay otros muchos asuntos que no son objeto de la acción de Jesús, aunque cada uno quisiéramos que “Él nos lo resuelva”. De hecho nos sería más cómoda la varita mágica de un Dios o una Religión que nos va solucionando problemas, y nos evitara tener que afrontarlos nosotros.
             Sin embargo son de ámbitos muy ajenos a la misión de Jesús y de la Religión, que no son para buscar soluciones en el terreno religioso. Aquel quiere que sea Jesús el que solucione. Y ¡cuántas veces lo plantean quienes no se acordaron para nada de Jesús en el resto de sus días! Y que no es que venir a Jesús es para plantear una realidad que deba uno afrontar personalmente, sino que se ha recurrido a Jesús para que le resuelva el caso.
Y como Jesús quiere siempre iluminar con un foco de alta distancia, lleva el caso a la “codicia” en general.  Yo diría: cada uno pretendemos arrimar el ascua a nuestra sardina: esa es también “codicia”. E inventa Jesús el cuentecillo del codicioso que sólo piensa en sí y en lo suyo. Aquí es la cosecha riquísima que ha obtenido uno y ya sólo piensa en cómo almacenar tanta cantidad…, y cómo vivir después sin preocuparse de más…, porque tiene ya almacenado lo que no va a gastar en su vida. Ya está satisfecho consigo, y no quiere ya más complicaciones.
Jesús lleva entonces “la codicia” al extremo del fracaso: a ese que no ha pensado más que en sí, le va a llegar la muerte ese día que él creía ser ya el de su ocio total…  ¿Para qué le ha valido todo ese egoísmo?
Y cabría ampliar el círculo de “la codicia” porque se puede ser codicioso en muchos campos, allí donde cada cual defiende “lo suyo” como gato panza arriba, sin dejar que nadie se pueda aprovechar de “sus graneros”. Y conste que a veces son graneros ridículos porque se aferra uno a un cargo, a una función, a un encargo que se le hizo…, y se apega a él como una lapa, y es incapaz de tener la grandeza de alma de “abrir el granero” para que otro participen de él como la cosa más normal y lógica en uno que va escuchando a Jesús…, o vive en su ámbito eclesial.
Algunas veces uno quisiera contar también “cuentecillos” cuando alguien va a pedir soluciones de temas ajenos a la conciencia…, mientras que de eso principal…, de la propia actitud…, de las propias carencias o defectos…, ni se ha ocupado.  ¡Ni le interesa que se le entre por ahí!  En realidad el “cuentecillo” que se podría contar podría asemejarse al que se inventó Natán ante David, cuando David quería resolver por la brava el problema “material” de “otro”, pero ni olía que el profeta le estaba poniendo delante su propio caso…, su propia conciencia endurecida, engañosa, y con “cosas gordas” a sus espaldas…
Por eso “me toca” esta actitud de Jesús que responde al de la herencia: ¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros? Distinto es si aquel hombre le pidiera un consejo para sí, para ver cómo actuar. Vale  buscar a Jesús porque se necesita al consejero honrado e imparcial que le iluminase un modo de proceder, acorde con los principios mesiánicos. Vale, sobre todo, cuando no es “la codicia” de lo mío sino la mirada a un bien más general.
La tentación que llevamos todos dentro de nosotros es que, una vez que hemos hallado “la cosecha” resuelta, nos encerremos dentro de nosotros mismos…, busquemos ampliar los “graneros”…, y dejemos de pensar que más allá, o incluso a la vuelta de la esquina, hay quienes pueden estar necesitando. Y no hablo de necesidades materiales. A veces basta saberse echar a un lado para que otro se sienta acogido. Y hasta –simplemente- para dejar claro que “yo no poseo” el cargo o la función que estoy sirviendo.  Se trata de romper el círculo de “lo mío”, “mis apetencias”, “mis conveniencias”… Incluso -¡tantas veces tratado ya!- el mundo de las propias ideas en las que lo cómodo es no dejar entrar a otros, encerrado ya en “la seguridad” del “propio granero saturado” en el que es tan fácil instalarse.
Jesús estaba anunciando el reino; su misión estaba en ese anuncio ancho como el Corazón de Dios…, ¡el Evangelio que salva! Estaba queriendo abrir las mentes y las conciencias a un mundo tan ancho y grande como las Bienaventuranzas y el campo tan sutil que hay detrás de cada formulación antigua de los “Mandamientos”. Jesús había venido para que la humanidad viera que hay un mundo mucho mayor que el material, o que el “microcosmos” del YO…  Y cuando ahora se le quiere “utilizar” para el reparto de una herencia, advierte claramente que Él no ha venido para eso.

Por eso, a medida que la persona va entrando en una mayor profundidad de su vida, en una finura de su espíritu, empieza a “voltear” los temas que son marginales (esos tienen su propio ámbito), y va encontrando que Jesús le libera de muchas preocupaciones. No es que no vaya a atender la persona sus necesidades humanas;  Dios nos dejó este mundo para mejorarlo, adornarlo…, y “podarlo”. Pero siempre hay más allá el ámbito realmente importante en el que cada uno nos encontramos y debemos encontrarnos con ese “mañana” que está ahí oculto a la atención: que los “graneros llenos de trigo” se pueden perder en una noche.

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