martes, 22 de octubre de 2013

22 oct.: Aguardar que llame

22 oct.: Servidor de sus siervos
             Jesús nos trasmitió esta parábola de Lc. 12, 35-38. Que si observan y comparan, dice algo distinto de otra similar. En esa otra, el amo regresa y hace que le sirvan sus buenos y fieles criados que han aguardado su regreso.  Aquí, con ese estilo de Lucas que va por lo llano, el amo llega, y no se sienta él a comer, sino que él se ciñe el mandil, y hace sentarse a sus criados porque se lo han ganado por su fidelidad, constancia, y esa espera sin bajar la guardia.  El amo es quien sirve y –por decirlo de alguna manera- “paga” a sus criados el haber sabido esperar decididamente.
             Cuando pasamos esta parábola a la realidad –contada por el propio Jesús- la vida ha de ser una espera serena, laboriosa, aprovechada. El día que el Señor se presenta (no sabéis ni el día ni la hora), es Él quien viene al encuentro del servidor bueno y fiel, para inmediatamente pasarlo al banquete de su Señor, ese BANQUETE que representa la eternidad, el abrazo del Dueño, del Padre del Cielo.
             La exhortación que hace Jesús a tener las luces encendidas y la cintura ceñida –dos condiciones de disponibilidad-, es lo que ahora tenemos delante. La espera es nuestra propia existencia, que nunca sabemos en qué punto estamos…, ni cuánto nos queda. Pero lo que sí es digno de reflexión es la actitud de la persona ante ese pensamiento. Admira esa serenidad y naturalidad de tantas personas, que no se han puesto a dramatizar el instante que –por lo demás- desconocen. Apenan esos otras que viven en la angustia de la muerte que vendrá…  Y apenan porque sufren antes y sin necesidad, lo que no saben de qué modo se va a presentar. Sería mucho más pacífico para el alma y beneficioso para el cuerpo dar por sentado que vamos abocados a la muerte, y que es mucho más hermoso saber darle sentido AHORA  a la vida.
             Vivir la vida con la suficiente fidelidad como para no tener que hacer otra cosa que gozarla lo más dignamente posible, y tenerla ya entregada en los brazos de Dios, Padre y misericordioso, conducidos por ese gran AMO que viene a sentarnos a la mesa y hacernos paladear EL BANQUETE que nunca acabará.
             Estoy viendo a los insatisfechos de la vida, los que acentúan sus carencias, los que pasan hasta angustias pensando en ese punto cero…, o punto plus de su existencia terrena. Precisamente la 1ª lectura de hoy vendría a darles respuesta, con la insistente contraposición que hace Pablo de “lo que damos los humanos”…, de lo que pone Dios. Y Dios desbordó su benevolencia enviando a Jesucristo para que donde abundó el delito, sobreabundara la Gracia.  Y la Gracia es DON, puro DON.  Y a eso es a lo que no llega el que pone los prismáticos del revés. ¿Qué el pecado trajo la condena? – La JUSTICIA (=misericordia plena de Dios) traerá la salvación”. ¿Que la desobediencia de uno nos convirtió en pecadores? – La obediencia de OTRO nos convierte en JUSTOS.  Precisamente por eso El propio Señor nos sienta a la mesa del Banquete y se pone a servirnos.  ¿No estamos viviendo una Historia de SALVACIÓN?  ¿Por qué nos empeñamos en hacer de la vida una checa de temores?
             Decididamente no ha de ser el momento final del cuerpo mortal ni un centro de meditación, ni una preocupación, ni una obsesión. La consabida frase de San Luis Gonzaga expresa la mejor verdad para ese momento.  Estaba en recreo, jugaba alegremente… Un pio compañero se tira “su bigote espiritual” y le pregunta: - Hermano Gonzaga: ¿qué haría Vd si le dijeran que iba a morir ya?  Y el Hno. Gonzaga, con toda parsimonia, respondió: “Seguiría jugando”.  ¿Esperaba el pío compañero que el santo Hermano Luis saliera por un “irse a la capilla” o cosas semejantes?  Pues no: lo hermoso de la vida es vivirla en cada instante con la plenitud que exige el momento en que se está. Lo que venga, cuando venga, como venga…, ni lo sabemos, ni nos hace falta saberlo. ¡Sigamos JUGANDO!  Démosle a la vida diaria el inmenso valor de iluminar con nuestras lámparas y tener ceñida la cintura.  Lo demás, es cosa del Señor.  ¡Y del Señor, nos podemos FIAR a pie juntillas!  [Y saldrá por ahí el que diga: “si del Señor me fío…; de quien no me fío es de mí”.  Habríamos vuelto al “protagonismo del YO” y de “nuestras maldades”…, casi anulando al Señor que se ciñe, sienta a la mesa y sirve a sus leales criados que supieron aguardar su llegada.  ¿Ninguno se había dormido antes? ¿Ninguno se habría quejado algo de su suerte? Eso ya no cuenta. Cuando llega el Amo y encuentra a sus siervos en vela, ese Amo es fiel y tiene un Corazón infinito, a la vez que humano…, y por tanto, sabiendo lo que hay en el hombre.  Pero Él no se escandaliza. Dios tiene mucha paciencia, nos enseña también la revelación.

             Y para que quede todo dicho y tampoco se escandalicen otros: ¿hay criados capaces de emborracharse, dormir, maltratar, no aguardar la llegada del Amo?  -Por supuesto que los hay. Son holgazanes, malos servidores, encerrados en lo suyo sin dejar siquiera resquicio a esa entrada de la sobreabundancia de la sangre de Jesús.  Por eso son expresados con la palabra: malditos, que se compone de “mal” “dichos”…: que no se puede decir bien de ellos, ni siquiera en un instante final, porque se empeñaron en vivir “en el lado de allá”.  Pero para eso es menester estar mucho más locos de lo normal. De ahí ese dicho de un autor: para ellos no sería menester el Infierno. Les basta un manicomio.

1 comentario:

  1. La anecdota de S. Luis Gonzaga muestra a una persona que tiene una paz interior grandisima y una confianza enorme en Dios y cree que lo está sirviendo debidamente. Influye también la juventud del santo.
    Por contraste cuando se es mayor al mirar atrás no pueden dejar de ver las veces que el servicio a Dios no ha estado a la altura que debiera, que si... que pensemos que eso ha pasado, que en el momento actual es mejor el servicio, pero yo al menos no puedo olvidar mi incorrecto comportamiento con el Amo. Si yo me envcontrara satisfecho sería un acto de soberbia por mi parte, solo queda esperar en la misericordia de Dios.

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