miércoles, 16 de octubre de 2013

16 oct.: Más autenticidad

16 oct. “Bonitos” y “feos”
             Podría ser el título de un sainete, pero va más allá: es la división que se hace de textos evangélicos. Y empiezo por ahí porque hoy toca uno “feo”. ¡Vamos!: una Palabra de Dios “fea”. Naturalmente no comparto esa división que se hace desde la concepción “dulce” de la fe. Es decir, de algo que no es precisamente la fe, porque creer en Cristo es creer todo entero en el Cristo entero.  Podremos decir –eso sí- que hay evangelios “fáciles”, cuyo desarrollo sale casi solo, y evangelios “difíciles”. Y hoy nos toca uno. Pero, ¡ojo!, que no está separado del de ayer y de los días anteriores. Es toda una secuencia que proviene de ese punto y hora en que –por tal de no aceptar a Jesús- se le ha puesto en un brete, atribuyendo la expulsión que hizo de un demonio a que Él actuara con el poder del demonio. Y cuando en esta misma secuencia un fariseo lo invita a comer –en ademán de amistad- está juzgando –ya de entrada- a Jesús porque no ha limpiado el plato y la copa antes de comer.  Que Jesús rompa ya su silencio y haga la advertencia seria al mundo farisaico, no es “feo”…: es el enfrentamiento contra la falsía, la mentira, la apariencia. ¡Lo más contrario a Jesús!
             Empieza Jesús –[Lc 11, 42-46]- por su expresión de queja y pena por ese mundo hipócrita que se cuida muy mucho de la minucia del diezmo de unas especies aromáticas, mientras carece de la misericordia y la rectitud. Me vais a permitir un salto a la primera lectura, porque nos pone sobre la tierra firme: advierte Pablo a los que se erigen en jueces y “dan sentencia” contra otro, y lo condenan, mientras ellos mismos están cayendo en el mismo defecto.  Ahora el salto lo doy hacia nosotros… Con lo que ha dicho San Pablo, ya está bien explicado. Sólo nos falta preguntarnos: ¿Acaso soy yo? 
Porque el lamento de Jesús puede ser que siga resonando allí donde las palabras van por un sitio y las realidades personales por otro. Repito: ahora estoy hablando de nosotros, muy capaces de “poner puntos sobre las íes” cuando se trata del “otro”, y estar haciendo exactamente lo mismo que se juzga. Y no es que veamos “bueno” lo que no lo es. Se trata de que ¿quién eres tú que juzgas a tu hermano?  Dice hoy San Pablo que Dios podría juzgar porque ve la totalidad y con objetividad (que no deja de tener en cuenta la situación de la persona), y Dios puede dar sentencia. Y aun así la dará con bondad, tolerancia y paciencia…  Pero ¿y yo? Ni conozco toda la realidad, ni sé la situación de la otra persona, ni me dirige la bondad, tolerancia y paciencia…  Desde luego carezco de la objetividad necesaria. Y Dios, dice hoy San Pablo, hace juicios de salvación. Luego habrá quienes “porfiados, se rebelan contra la verdad y ceden a la injusticia”. A ellos van esos lamentos de Jesús en el Evangelio de hoy: no es que no se haga lo pequeño; lo inadmisible es engañarse con eso y descuidar lo verdaderamente necesario de la misericordia con el otro, y el amor a Dios.
Toca Jesús un aspecto tan típico en los fariseos de las apariencias externas…: buscar los primeros puestos en las sinagogas y las reverencias por la calle.  Seremos capaces de reírnos de esas niñerías farisaicas… Pero ¿y si lo cambiamos por otras realidades actuales de quienes buscan ser siempre el centro, ocupar siempre la cresta de la ola…, o como se dice vulgarmente, “ser Manolita la primera”?  Y si no, ya no sirve la baraja que se tenía en la mano.  ¿Tan lejos estaríamos de esa pena que siente Jesús cuando ve a los religiosos fariseos, perdidos en ridículos intentos de sacar siempre “su” cabeza?  Porque el mundo “religioso” es proclive a ello. Salen a relucir “derechos adquiridos”, “méritos personales”…, con la oculta pretensión de “primeros puestos”. Explícito o tácito. De frente o dismulado. ¿Sería digno de pensárselo?
Y como Lucas tiene esa originalidad propia, no ha sacado a cuento lo de sepulcros encalados sino de sepulcros sin señal…, porque en el fondo lo que está queriendo es hacer ver lo vacío de esas posturas de apariencias, y acaba hablando de sepulturas que han quedado perdidas a los ojos, y que la gente pasa por encima sin saber ni que están allí. Eso es lo vacuo del querer aparentar, estar encima, tener los primeros puestos…  A la vuelta de la esquina, no queda ni señal.  [Siempre me acuerdo de la sepultura en tierra de un familiar, al que visité así varias veces…, hasta que un día no se pudo ni dar con él, ni había siquiera registro en el Cementerio].  Jesús no hablaba de corrida. Sabía lo que se decía y estaba poniendo el dedo en la llaga.
No es ya sólo que queda en apariencias vacías, sino que encima de todo imponen a otros las cargas que ellos ni rozan con un dedo.  ¡Qué maravilla son las descripciones de Jesús!  Lo malo es que las tenemos ya tan metidas bajo la piel que acaban por sonarnos a “frase”. Y sin embargo Jesús está diciendo cosas que, si hoy viniera entre nosotros, las diría –al menos- exactamente igual.  O con más dolor y más énfasis, porque nosotros estamos enrolados en la doctrina suya, en su PERSONA misma… Y por eso, con muchas más fuerza querría sacudir nuestras conciencias para que viviéramos en verdad.

¿No es esa la labor que está intentando el Papa? ¿No es ese ir superando etapas para ir a desembocar en una autenticidad más honesta de nuestra fe?

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