viernes, 1 de febrero de 2013

Gratuidad del don de Dios


SEMILLA LLENA DE VIDA
          La parábola de la semilla (diversa de la del “Sembrador”) tiene unos matices de delicadeza que –a su vez- incitan al abandono y la confianza, algo que para un Primer Viernes es bonito tener ante los ojos. Los planteamientos normales que tenemos que hacernos en nuestra vida espiritual van en línea de exigencia y correspondencia. La parábolas suelen plantear actitudes de respuesta.  Hoy la parábola de la semilla (Mc 3, 26) lo que se nos pone delante es el misterio consolador de la gracia [y si es gracia es que es gratuita), que nos pone delante que la semilla que echa el labrador en el surco ya tiene en sí misma la fuerza del crecer, por su misma naturaleza.  Al labrador no se le piden unas condiciones para que esa semilla brote y luego crezca y acabe dando el grano. El labrador ha echado la semilla y ahora duerme de noche y se levanta de mañana y la semilla ha empezado a matear.
             Gran lección de la gratuidad de la Gracia.  Nosotros, por mucho preocuparnos no podemos hacerla crecer más rápidamente. Tampoco es que el labrador se cruza de brazos.  Él no tiene en su mano una acción directa para hacerla crecer.  Pero sí deberá cultivar la tierra con las labores que corresponden al buen labrador: regar, escardar, abonar…  Lo demás ya no está en su mano.  Su obra será la de segar cuando la mies está en sazón y recogerla, pesarla, almacenarla.  Pero, como dijo un día San Pablo, Apolo sembró, Pablo regó, pero es Dios quien da el crecimiento.
             Todo eso debe ser recogido como enseñanza que Cristo ha querido dejar ahí, para que conste claramente que la acción de Dios en nosotros es puro regalo, y que nosotros no podríamos por esfuerzos nuestros añadir un minuto a nuestra vida.
             No estamos acostumbrados a este lenguaje, y más bien hemos recibido una concepción de la vida de fe como un comenzar nosotros a ser buenos para que el Señor se venga a nosotros.  Siempre pensamos en el mérito de Zaqueo subiéndose  al árbol para ver pasar a Jesús… Y no nos paramos en ver que Jesús “no pasó”, no se limitó a “verse pasar”, y que quien toma la iniciativa de parase bajo el árbol, mirar hacia arriba y llamar…, fue obra directa y libre de Jesús.  Que después supo ser correspondida por Zaqueo.  Pero que todo se hubiera quedado en ver pasar si no es Jesús quien se detiene.
             También tenemos la otra expresión: Dios nos amó cuando éramos pecadores.  Que por un hombre de bien, cualquiera es capaz de hacer algo; pero por un pecador…:  sólo Dios es capaz de hacerlo  y lo hizo, y nos benefició a una humanidad que al fin y al cabo somos tan poca cosa y podemos tan poco (y en el plano de la Gracia, tan nada).
             Por eso estos días estamos teniendo en las Misas diarias esa amplia reflexión de la carta a los Hebreos que nos invitan a acercarnos confiadamente al trono de la misericordia… 
             El Primer Viernes debe siempre acercarnos a ese Corazón de Jesús, trono de las misericordias divinas, dentro de la cercanía humana, de Cristo Sacerdote, que se nos ha dado para que podamos sentir la inmensa confianza del que fue total y plenamente Hombre, y supo lo que era la realidad de la humanidad sufriente o necesitada, para poder compadecerse.
             Incluso podríamos purificar lenguajes de una época que hoy nos pide otra formulación mucho más acorde con la revelación. Entonces, los “Primeros Viernes” de mes – y 9 primeros viernes seguidos comulgando- constituían una especie de seguro de salvación.  Hoy hemos de tener un concepto mucho más grande de la Gracia de Dios, y también más grande de nuestra actitud ante lo sobrenatural, para que no hagamos una “mercadería” de nuestras obras de amor a Dios.  Y es que los Primeros Viernes deben ser eso: no una mercadería con la que compro mi salvación final, sino un acto de amor –también gratuito por mi parte- por el que yo amo a fondo perdido, por el inmenso gusto de amar a quien tanto me ha amado primero.  Sencillamente los Primeros Viernes expesaría la gozosa actitud de quien se siente amado por Jesucristo, y sabe que lo noble es amar…, porque amor, con amor se paga.

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