lunes, 4 de febrero de 2013

Suegra de Simón


Día normal. La suegra de Simón       (Mc 1, 29-31)
          Siguiendo el orden de Marcos, y por tanto “su argumento” –que es también pieza importante en la comprensión de los hechos evangélicos-, que por eso soy tan poco partidario de seguir las lecturas diarias en la oración personal), San Marcos nos está llevando de la mano a VER un día completo en la vida de Jesús.  Comenzó el día en la sinagoga de Cafarnaúm, dejando muy claro que su Palabra no es una repetición de lo escrito (muy diverso a los de los fariseos), sino con una fuerza de la verdad que da una sensación de autoridad que llama la atención. Y además de la palabra, los hechos, y hace la mayor demostración de poder, expulsando un demonio que, por su parte, pretendía dominar a Jesús nombrándole por su títulos de “santo de Dios”.  La gente se asombra de este conjunto de hechos y corre su fama por todas partes.
De ahí a la casa de Simón que –según se quiere explicar en las actuales ruinas- lindaba con a sinagoga. La suegra, con una gripe encima, estaba en cama.  Jesús también llega hasta ella con su parte de buen humor para levantarle el ánimo. No vamos a pensar que Jesús llega a la, casa y llega con el milagro en las manos. Es Simón quien ya le advierte de antemano a Jesús que su suegra esté enferma; han tenido mala suerte en el momento de meterse allí, pero ya se arreglarán.  Jesús manifestó su deseo de visitar a la enferma.  Lo pasan a su habitación, se queda con ella, la escucha, le bromea, le dice que se ha quedado allí porque está más calentita y descansada, y que ahora los va a dejar sin comer… La pobre mujer no tiene muchas fuerzas para otra cosa que para afirmar claramente qué mas quiera ella que estar buena…  Jesús la toma de la mano y le dice: Pues hágase como tú quieres; ya no tienes fiebre; ya estás fresca, y además tú misma ves que tienes fuerzas. Puedes levantarte tranquilamente si es tu deseo…  Jesús se sale de la habitación con Simón y Andrés que como familiares habían estado presentes a aquella visita “de enferma”, y la mujer se siente estupendamente y se dispone a dejar la casa en mejores condiciones.
Le había cogido con “la despensa” vacía, porque su fiebre la había dejado sin poder comprar, y porque dentro de la familia se arreglaban como podían en aquellas circunstancias.  Ahora se encontraba en una excepción imprevista:  tiene en casa –por menos- 5 hombres para comer. Y la mañana avanzada ya. Ha de echarse el mantón por los hombros y salir a las vecinas más cercanas para pedirles prestado lo necesario para preparar una comida. Y ya llama la atención que la buena mujer que estaba en cama, vaya ahora de aquí para allá…, y que se le ve en sus normales facultades. Ella explica lo que ha pasado, y si ya había salido de la sinagoga en olor de multitud, ahora, en los niveles de la gentes encilla, la del día a día. Salta una nueva chispa de admiración. Realmente aquel hombre no es como los demás. Aquel hombre es un personaje que parece estar llamando a la gente, sin hacerlo expresamente, pero por la fuerza de su testimonio. Y las mujeres aquellas tomaron nota y, como buenas mujeres, corrieron a noticia de boca en boca…
La suegra vino con su cesto lleno de lo que había sacado aquí y allí y se puso pronto a hacer la comida. No sería un banquete de fiesta pero sí una comida sencilla de familia, una comida de lo más normal que podía hacerse.  Y cuando llegó la hora del almuerzo, la mujer avisó que iba a poner la mesa, y que les iba a servir la comida… Jesús le volvió a bromear: ¡Y  ésta era la enferma…!  Ella sólo respondió con una honda sonrisa cómplice, de agradecimiento, y se puso a servirles. “Esto es lo que hay; no ha podido ser otra cosa”.  Y todos comieron satisfechos, mientras Jesús seguía con sus enseñanzas, sus explicaciones, sus ejemplos…, que había iniciado antes en ese espacio en que la mujer había estado moviéndose para preparar la comida.  Ellos multiplicaban sus preguntas, y encontraban en Jesús respuestas llenas de sabiduría y fondo, que nunca habían escuchado.
Comieron.  La mujer –como propio de la cultura judía- se mantuvo en su cocina y salía para los servicios necesarios.  Y comería mientras tanto. Fregó, dejó limpia su cocina (allí no cabía pensar otra cosa).
Donde yo establezco la diferencia –y sé que forzando todo contexto cultural- es después en la sobremesa.  No era normal que una mujer estuviera allí donde estaban los hombres. Pero yo imagino a Jesús llamándola para que se venga a estar con ellos. Se resistía la mujer, pero Jesús insistió.  Nos has servido, has trabajado, está en tu casa, y no te vas a quedar aislada ahora en tu habitación.  Lo que estamos hablando no es un secreto, y tú tienes hoy un puesto importante en medio de nosotros.  Muy a regañadientes la mujer se vino…, intentó quedarse en un segundo plano, pero Jesús le hizo estar como los demás…  Al principio la mujer no  hablaba; se limitaba a estar y escuchar.  Pero las preguntas y respuestas de los hombres le fueron levantando curiosidades, y de esas que son capaces de caer las mujeres y en la que los hombres no caen.  Y su presencia resultó enriquecedora para aquellas explicaciones que Jesús iba adobando con sus parábolas y su lenguaje sencillo.  Una sobremesa deliciosa, en la que se llegó a sentir cómoda aquella mujer.  Bien se demostraría que Jesús tuvo delicadezas en su vida con otras mujeres, a las que sacaba de ese anonimato impersonal tan propio de aquel entorno cultural.  Fue una parte de la labor nueva de este  nuevo plazo que Él había anunciado.

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