sábado, 9 de febrero de 2013

Nueva vocación: Leví (Mc 2, 13-17)


Una nueva vocación
             Sigue diciendo San Marcos que salió otra vez Jesús a la ribera del mar, y toda la muchedumbre venía con Él, y Él les enseñaba.  Esa imagen de las muchedumbres que siguen a Jesús, que le rodean, que le apretujan…, es una imagen muy significativa porque expresa la realidad de un mundo que quiere pero no tiene…, que andan como ovejas sin pastor…, que encuentran en Jesús uno que les llena…, Alguien que les hace caso…, un Maestro que enseña una enseñanza que entra en el alma.  Lo que dice, subliminarmente, que los “pastores” de Israel, los fariseos, los doctores, los sacerdotes…, no les llegaban, no les movían, no tenían gancho…, encontraban en ellos una monotonía y una rutina que no hacía gustosa la Palabra de Dios.  Mientras tanto, en Jesús hallaban algo tan claramente diferente, que se iban tras Él con esas ansias de quien busca, desea y quiere.
             No se me pasa de largo una realidad del mundo moderno, ese que se va tras el artista, el cantante, el deportista…, el botellón, las orgías de las madrugadas…, y que al final están mostrando a las claras que no tienen pastor, que se van tras las aguas estancadas que nunca les satisfacen, y carecen del manantial limpio que les llene el alma. Posiblemente no supimos presentarles un Jesús que les atrajese. Posiblemente no les convenció ese Jesús que sí atraía y ofrecía…, pero juntamente pedía y exigía.  Curaba pero pedía la fe para poder curar.  Y la fe no es sólo creer como un niño que se cree un cuento y le gusta, sin un creer que está pidiendo actitudes que no son coser y cantar.

             Pues pasaba Jesús rodeado de gentes, y pasando vio a Leví, sentado en su despacho de aduanas (cobrando tributos judíos para darlos a los romanos…; oficio aborrecido por el pueblo y detestado por los fariseos, que tildaban no ya sólo de “publicanos” –que podría ser un oficio- sino de “pecadores”, porque ser publicano les equivalía a ellos a ser pecador. Y en una parte estaban en lo cierto por la usura que formaba parte del “negocio”.
             Pues pasa Jesús…, y no pasa de largo.  Se detiene, mira hacia Leví, y son mediar palabra (al menos ahora), le dice un escueto: Sígueme. Y el testo dice a continuación: Y levantándose, le siguió.  Lo cual habla muy alto de Leví que, publicano y todo, era un corazón con ansias de algo que no era aquel negocio denostado y tantas veces humillante.  Y por supuesto haba muy claro de la mirada de Jesús.  Porque ese VIÓ A LEVÍ dice mucho más que un simple “ver”.  Son miradas elocuentes, cargadas en sí mismas, de esas que dejan al otro prendido en unos ojos que son imanes y a los que no puede uno resistirse noblemente.
             Leví se levantó y siguió.  Y festejó.  Porque lo siguiente que narra San Marcos es el banquete que da Leví como despedida gozosa. Y ya puede uno imaginar qué comensales constituían el entorno de Leví: publicanos-pecadores…, los de ese entorno en que había vivido y había sacado su vida adelante.
             Los fariseos –como corresponde- se escandalizan gravemente. Comer en banquete con alguien, supone “comulgar” con sus ideas y su vida…, estar de acuerdo con sus formas…  Y la crítica de los fariseos incontaminados va a minar la moral de los discípulos: ¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?  Y Jesús lo oye y les da una explicación: “El médico acude al enfermo; no a los sanos”. Los “sanos” (y ahí había posiblemente ironía en Jesús, porque los miraba a ellos, los puros y perfectos)…, “no necesitan del médico; ellos no se hallan mal; en cambio los enfermos, sí”.

             Ni que decir tiene lo que esto trae al sentir de un confesor. Al confesor se le dilata el alma ante el pecador, arrepentido, dolido de su vida, y necesitado de ayuda y perdón. Y ya puede haber cometido los mayores pecados, pero se presenta humillado ante Dios y necesitado de perdón. El caso contrario es el del que se acerca al confesionario más bien a justificar su fallo y decir que la culpa la tuvieron los otros, y por más que se intente, no tienen ellos nada de qué arrepentirse ni cambiar.  Ahí el confesor siente indignación. No le dejan rendija por donde entrar. Y la pregunta única que se hace el confesor es: ¿Para qué ha venido?  Porque está tan “sano” (y los demás “son tan malos”), que provoca dolor y hasta indignación. No viene al médico.  Viene a seguir vomitando su mal corazón, pero sin reconocer que ese corazón es el que está enfermo. ¿Podrido?
             Los fariseos nunca pudieron encontrarse con Jesús. Nunca. Nunca mientras permanecieran en su fariseísmo.  Por eso la crítica y persecución contra Jesús fue su arma. Porque otros valores u otras razones, no tenían.

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