lunes, 11 de febrero de 2013

Con San Marcos, adelante


Critica llama a crítica   (Mc 2, 18-22)
             Los fariseos habían buscado –una vez más- la manera de atacar a Jesús. Se comprende que en una forma de vivir la religiosidad, que aparezca alguien que le da la vuelta a las cosas y –por decirlo así- las pone del revés, no es fácil de asimilar.  Claro que quienes habían dado la vuelta –hacia atrás- habían sido los propios fariseos, convirtiendo el culto a Dios en un conjunto de prácticas religiosas externas, que poco sentido tenían en orden a una actitud sinceramente religiosa (que quiere decir que conecte con Dios y que busque agradar a Dios, más que a satisfacerse a sí mismo buscando la propia complacencia).  Los fariseos habían concebido un entramado de formas externas que, una vez, hechas, ya estaba todo hecho. Y la verdad es que no les había tocado a ellos o a sus seguidores un pelo de la propia ropa.
             El escándalo de los fariseos porque Jesús comió con los publicanos (que para ello equivalía a decir: pecadores), es de alguna manera una llamada a la otra pregunta –que no deja de llevar su tipo de crítica- por parte de los discípulos de Juan Bautista, quienes le vienen directamente a Jesús para decirle: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunamos y los de los fariseos ayunan y los tuyos no?  Y Jesús les da una primera parte de respuesta, que podríamos decir “de cajón”:  Porque mis discípulos están celebrando una fiesta, y nadie va a una fiesta de boda para hacer sacrificios. Claro: la fiesta de boda es la propia fiesta que supone haber entrado en el nuevo plazo, ese que ya tiene en medio el reino de Dios, y que lleva la gran y gozosa realidad de haber llegado a alcanzar lo que los antiguos sacrificios preparaban e intentaban abrazar un día.  Lo malo es que se han quedado en “la preparación” y no se han situado en el nuevo momento en que ya está en medio Jesús, que encarna el reino de Dios.
             Anuncia Jesús que vendrán días en que se lleven al novio, y entonces les tocará ayunar.  Un anuncio de la Pasión, de la muerte de Jesus, de la persecución de la Iglesia.  Y entonces vendrá la necesidad del sacrificio, de la lucha y hasta del martirio.  Es otra clase de ayuno…, pero ya está fundamentado en ese reino de Dios que sufre violencia.
             El “aterrizaje” de Jesús ahora es un importantísimo principio básico de vida del Reino de Dios.  El reino de Dios, la vida cristiana o de seguimiento de Jesús, no es –ni mucho menos- mantener las formas de antes con un poco de adorno nuevo.  Es una novedad tan absoluta que ya no valen los modos anteriores.  Los discípulos de Juan querían mantener lo conocido, aunque luego viniera algo nuevo encima, como el sombrerito que engalana.  Y Jesús les dice que no: que hay borrón y cuenta nueva. Que lo que ellos han hecho está bien, pero que el tiempo nuevo, el tiempo mesiánico, el reino de Dios, no es mera continuidad parcheada de lo anterior.  Lo mismo que en Caná hubo de agotarse el “vino anterior”, para que ahora saliera de pura agua un vino mejor, ahora el vino nuevo de Cristo no puede contenerse en los odres viejos de las formas pasadas.  Para el  vino nuevo hay que tener ODRES NUEVOS.
             A mí me ha pellizcado siempre muy fuerte esta parábola breve, pero tan expresiva de Jesús, porque es fiel reflejo de la realidad nuestra y mía presentes. Tendremos todo un hermoso traje de adornos cristianos, de novedades cristianas, y ese traje está muy bien.  El tema se hace más serio cuando seamos capaces de mirar quién y qué hay debajo de ese traje, hasta dónde ese traje nos ciñe hasta cambiar posiciones nuestras…, religiosidades nuestras…  Y a sabiendas, además, de que no es un traje que sirve de una vez para siempre, sino con aquella connotación que se explicó ante LO QUE ES ORAR DE VERDAD, algo que va “cambiando el paso” sobre la marcha.
             Miremos, como espectadores, la vida de un cristiano: reza al levantarse, ofrece sus obras, ora con el evangelio…, y hasta quizás puede ir a participar de la Eucaristía.  Entrega un tanto a Cáritas, y visita a un enfermo cuando acaba su jornada.  ¿Y desde que salió de su Misa? ¿Y su trabajo? ¿Y su pensamiento? ¿Y sus juicios? ¿Y sus reacciones? ¿Y su propia actitud interna personal?  O sea: todo eso que es la vida diaria, el trato de familia, la comprensión, el silencio oportuno, la vida interior durante el día, la convivencia con los que le toca estar en cada instante... O sea, hay una VIDA que o está dentro de moldes nuevos, o permanece en las formas antiguas. Sus devociones siguen inalterables, sus prácticas siguen fielmente. Pero el sistema de juicios hacia las cosas y personas, y el mismo fondo de su mundo espiritual, crece en positivo?, ¿corrige o hace por corregir?, ¿se anquilosa en “lo de siempre”; ¿trata uno de seguir sacando su propia cresta aunque sea rezando o en Misa? ¿Acaba uno permaneciendo en “lo suyo”, y de ahí “no me saca nadie”?
             Creedme que veo a muchas personas probas (y del estamento religioso) que siguen escandalizados los excesos de la moral sexual (que la sociedad tiene hoy asumidos), pero con unas faltas de comprensión, de caridad, de acogida, de preocupación social, de calibrar esos mismos problemas morales (sexuales) cuando le tocan de cerca en la propia familia, que sigo con el pellizco inicial ante esta parábola de Jesús: si hemos adquirido ya ODRES NUEVOS, para una situación tan nueva, evangélica cien por cien, menos preocupara por el “ayuno” farisaico.

1 comentario:

  1. No es casualidad que se proclamara este año, el año de la fe. Benedicto XVI ha comunicado que renuncia por motivos de salud.

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