jueves, 7 de febrero de 2013

Dios sabe más lo que conviene


¡POR ALGO ERA!      Mc 1, 40-45
          Podía haberse quedado Jesús allí, donde todo el mundo lo buscaba… En la oración “fue enviado a otros lugares porque para eso he venido”. Y sin que ni Él ni aquel leproso lo supieran, estaban abocados a encontrarse en el camino.  Ya estaba allí el comienzo de la respuesta. Aquel leproso lleno de andrajos y costras, echado de la sociedad por su peligro de contagiar, teniendo que vivir en descampados, a la intemperie, venía a encontrarse “casualmente” con Jesús que iba “casualmente” por aquel camino.
             El leproso vio a distancia a Jesús, y gritó…  Los apóstoles se aterraron ante aquella amenaza social. Jesús no se detuvo. El leproso de paró a pequeña distancia y con la humildad del hombre desastrado en su vida misma, musitó la más bella oración que puede hacerse…, una oración que nada pide…, una oración que simplemente dejaba su lepra en el mismo Corazón de Cristo…: Si quieres, puedes limpiarme.  No ha pedido nada. Pero ha tocado la fibra más fina del alma de Jesús.  Ahora todo depende de Jesús: Si Él quiere…  ¡Con qué razón tenía que ir a otros lugares porque para eso había venido!   Y estaba allí la respuesta a la mano.  Jesús se acercó al leproso, ante el espanto de sus hombres acompañantes. Jesús tocó al leproso… ¡Más repugnancia aún en aquellos!  Pero no era Jesús quien se contagiaba del mal al tocar al enfermo; era el enfermo el que dejaba de serlo y de ser contagioso cuando –al toque de Jesús- su carne se sonrosaba y sus costras se separaban de su piel. Harapos seguía teniendo, porque eso era por fuera, y eso no significaba nada. Pero él sintió que la palabra humilde pero decidida de Jesús, que repetía en positivo lo que el leproso había dicho, habían sido fuente de salud: Quiero; queda limpio.  ¡Y así fue!
             Los discípulos de Jesús se miraban. No reaccionaban. ¿Estaría contaminado Jesús?  Lo que podían ver era que el enfermo no era ya un enfermo. Que su rostro había recuperado sus facciones, que sus manos eran ahora normales…, y todo aquello había sucedido en un segundo… Estaba todo hecho…, pero no todo.  Porque la ley e Moisés tenía sus pasos en beneficio de la sociedad y de los propios enfermos curados; había que ir a los sacerdotes, que serían los que certificaran la curación y dieran el certificado que acreditara la sanación total de ese enfermo, y –con ello- su reincorporación a la sociedad normal.
                Aquí se ha visto siempre una clara muestra de lo que es el perdón del pecado que, por supuesto, lo hace Dios…, pero que no quiso hacerlo directamente, sino tenía que CONSTAR ese perdón a través del sacerdote. Porque el sacerdote es el que visibiliza por la fuera lo que Dios hace por dentro.  Y esa es la gran pedagogía de los sacramentos, para que queden en espiritualismos individuales.
                Jesús le dijo al leproso que no dijese ni una palabra de aquello, salvo la parte necesaria a los sacerdotes.  ¡Mandato imposible de cumplir!  ¿Cómo iba a permanecer callado el que había sido una piltrafa despreciada y despreciable, y que ahora se encontraba de nuevo PERSONA? ¿Cómo se le ocurría a Jesús esos mandatos imposibles?  Esas cosas de la vida, de la espontaneidad, de lo que quisiera Jesús que fuera…: que la fe de las gentes en Él no dependiera de los signos exteriores.  Lo que Jesús deseaba con todas sus fuerzas era que cada cual que llegara a a Él lo hiciera por Él mismo..., por la búsqueda del reino de Dios.  Pero la realidad humana es que nos movemos mucho más por estos signos.  Cierto que hay estadios de la vida espiritual donde caen los harapos de nuestra miseria y se queda la persona en la nitidez de la fe en Jesús.  Y ojalá vayan purificándose nuestros sentimientos como para que la parte sensible ocupe menos espacio, o ninguno, porque hay un momento en que ya se vive la fe dentro, muy dentro, muy el lo profundo del alma, sin que la rocen los vientos.  Pero las cosas van viniendo…
                El leproso gritó de alegría, proclamó su curación, dijo la maravilla que él había vivido…: dijo que JESÚS LO HABÍA CURADO.  Y Jesús tuvo que ocultarse (cuanto posible fuera), quedándose en descampados y sin entrar en los núcleos de población…  Aunque la verdad es que no le valía de mucho. El mundo de antes y de ahora está necesitado de esas realidades sobrenaturales…, de eso que le sobrepasa…   Y si es de quien entra en lo profundo de la necesidad humana y la limpia, ¡no digamos!  El mundo necesita los signos de Dios.
                Y ahora se pregunta uno: ¿cómo es posible que el mundo de hoy pueda vivir sin Dios?  Abrimos los ojos y lo vemos: se crea sus propios dioses e intenta tapar huecos que jamás le llenan.  Los intenta tapar legal o ilegalmente, moral o inmoralmente, humana o brutalmente, en algo que les saque de la burda materia, aunque acaben creando el siguiente fetiche, para volver a sustituirlo ansiosamente por uno diferente…  Y así se produce un mundo a la deriva, vacío, ansioso, lleno de patologías…; ladrón, abusivo, corrompido, que tapa una llaga con la llaga siguiente y mayor.
                Y hasta que no llegue el momento en que ahíto de sus propios andrajos, se salga gritando al camino y se rinda con humildad ante el único que puede limpiarle, nos espera ese desecho de humanidad embrutecida, que está cavando su propia tumba…
                Acaba ese evangelio del leproso diciendo que venían a Jesús de todas partes, pese al intento de incógnito de Jesús.  Y es que la sed acaba pidiendo a gritos el agua, aunque uno no quisiera beberla…

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad5:09 p. m.

    El Señor ha querido que sus dicípulos le imitemos en una compasión eficaz hacia quienes sufren en la enfermedad y en todo dolor.La Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana y reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador,pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo.
    Pidámosle que el dolor y las penas,inevitables,en esta vida nos ayuden a acercarnos más a Él,y sepamos entenderlos,como una bendición para nosotros mismos y para toda la Iglesia.

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  2. La Iglesia somos todos los bautizados, por lo tanto somos tu (que lees) y yo los que debemos comenzar a abrazar a los afligidos por la debilidad humana y esforzarnos en aliviar las necesidades.

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